Fe en Dios y espíritu misionero, claves de la santidad de Juan Pablo II

El prefecto del dicasterio de las Causas de los Santos comenta la beatificación

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 20 de enero de 2011 (ZENIT.org) .- Fe en la presencia de Dios y espíritu misionero: estos son las claves del ejemplo de santidad que el Papa Juan Pablo II ha dejado al mundo.

Así de convencido está el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, que en una entrevista concedida a L’Osservatore Romano ha comentado la beatificación del Pontífice polaco, programada para el domingo 1 de mayo.

Según el cardenal, el Papa Wojtyla ha dejado “esencialmente dos actitudes “a la Iglesia y a la sociedad actual.

“La primera es una gran fe en la presencia de Dios en la historia, porque la encarnación es seria, eficaz, vence al mal: la gracia de la presencia eucarística del Señor supera todas las barreras y los ‘regímenes inhumanos’, afirmó, recordando que el difunto Pontífice “vivió los regímenes nazi y comunista, y vio la implosión y la destrucción de ambos”.

“La segunda actitud es su gran espíritu misionero. Los viajes del Papa eran una verdadera actividad misionera, propiamente dicha. Viajaba hasta los confines de la tierra para anunciar el Evangelio de Cristo”.

El cardenal Amato comentó también que el proceso de la causa de beatificación, tuvo “dos facilidades”.

La primera, observó, el hecho de que Benedicto XVI “concedió enseguida la dispensa de los cinco años de espera prescritos”, por tanto la causa “inició casi inmediatamente después de la muerte de Juan Pablo II”; la segunda fue “un especie de vía preferente: teniendo la dispensa, la causa no tenía una lista de espera delante, por lo que se ha podido preceder sin el impedimento de otros procedimientos en curso”.

En este contexto, la precisión “que fue máxima”, se unió a “una gran dedicación y una gran profesionalidad por parte de la postulación”, “de esta manera el 19 de diciembre de 2009 el Papa pudo firmar el decreto sobre las virtudes heroicas”.

Después se inició el análisis del milagro – la curación de la monja francesa Marie Simon Pierre Normand que sufría la enfermedad del Parkinson-, que fue “estudiado con gran atención, diría incluso que con meticulosidad, también porque había una gran presión mediática sobre este proceso”, confesó el prefecto del dicasterio vaticano.

“Los médicos, tanto los franceses como los italianos, no han apresurado los tiempos de ningún modo, han sometido todo a un profundo estudio. Hemos dejado la misma libertad a nuestra consulta médica, con el fin de que los peritos pudiesen proceder según su conciencia y su ciencia”.

“La celeridad de la causa no se ha producido a expensas de la precisión del proceso, ni de la profesionalidad en el presentar al personaje- quiso subrayar-. Por lo demás, su fama de santidad estaba talmente generalizada y asentada que nuestra tarea se ha visto agilizada”.

El cardenal Amato señaló que los fieles no han ejercido una “presión”, sino un “acompañamiento”.

“El sensum fidelium es lo que nosotros llamamos en términos técnicos, la fama de santidad y de los signos, que son indispensables para la causa”. “’Santo ya’, es una cosa buena pero debe ser ‘santo seguro’ porque la prisa no trae buenos frutos”. 

Para el cardenal, el hecho de que sea la primera vez que un Pontífice beatifica a su predecesor en los últimos diez siglos es un signo “de continuidad, no sólo en el magisterio, sino también en la santificación personal”.

“Por lo demás, en estos últimos dos siglos hemos tenido una serie de obispos de Roma en los cuales se ha reconocido la santidad en diverso grado: Pío X, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I -reconoció-. Pontífices que se han pasado el testigo no sólo del magisterio y de la guía de la Iglesia, sino que también del ejemplo en la santificación”.

Interpelado sobre un recuerdo personal de Juan Pablo II, el cardenal Amato afirmó que tenía “un gran sentido de la amistad, del respeto”.

“Me eligió como secretario de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Me ordenó obispo el 6 de enero de 2003: éramos doce, los últimos en recibir del Papa Wojtyla la ordenación episcopal. Teníamos una reunión mensual, como secretario de la Doctrina de la Fe, solicitada por el entonces cardenal Ratzinger, que era mi superior directo. Y Juan Pablo II escuchaba mucho, escuchaba siempre”.

“Lo que más me llamaba la atención, era esta capacidad de escucha. Nosotros hablábamos, el escuchaba. Y sólo después, cuando nos veíamos en la comida, hacía sus observaciones- concluyó el cardenal-. Era evidente su voluntad de entender a fondo”.

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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ZENIT Staff

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