Los refugiados iraquíes han renovado a la Iglesia en Siria

Testimonio del arzobispo maronita de Damasco, monseñor Samir Nassar

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DAMASCO, viernes 11 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha compartido con ZENIT el arzobispo maronita de Damasco (Siria), monseñor Samir Nassar, con el título «Gracias a los refugiados iraquíes».

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Siria ha facilitado la acogida de los refugiados iraquíes. Miles de ellos han venido, sobre todo a Damasco, y siguen viniendo centenares de ellos para huir de la muerte y la violencia que sufren desde 2003. Las agencias de las Naciones Unidas organizan su éxodo hacia otros cielos mas clementes… Mientras reciben su visa, estos refugiados se quedan en Damasco, en ocasiones dos o tres años, y a veces más.

Estos cristianos bien formados, fervorosos y practicantes se refugian en la fe y la esperanza cristiana. Llenan nuestras iglesias, dinamizan nuestras parroquias y refuerzan la fe cristiana en Siria, ofreciendo un nuevo aliento a nuestras parroquias

Los refugiados iraquíes participan asiduamente en la misa cada día a pesar de que vienen desde lejos, a pie o con el transporte público.

Al pedir la confesión antes de la comunión, estos refugiados han acelerado el regreso al confesionario que ahora experimenta colas de espera.

Su devoción por los santos y la veneración de la Virgen ha relanzado las fábricas de velas y los nichos de los santos tanto dentro como fuera de las iglesias se han iluminado día y noche.

Sus hijos son numerosos en las clases de catecismo y de primera comunión. Los jóvenes se comprometen en los coros de las diferentes iglesias y liturgias.

La guerra ha extendido rápidamente la informática en Irak. Estos refugiados llegados a Damasco tienen mucha familiaridad con Internet y la web. Han puesto su conocimiento de manera generosa al servicio de parroquias y comunidades. De este modo, gracias a ellos, nuestras parroquias se han dotado de websites, instrumento de vanguardia al servicio de la evangelización a escala universal.

Movidos por una profunda piedad, se acumulan a docenas, dos o tres veces por semana, para hacer la gran limpieza de la catedral y de la plaza de la Iglesia hasta que reciban su visa. Antes de viajar, aseguran el relevo en esta actividad.

Participan en las vigilias de oración, la Adoración eucarística, las peregrinaciones y las procesiones en las calles de Damasco durante la Semana Santa y sobre todo en el mes de mayo. Su dinamismo espiritual atrae a otras comunidades, uno de nuestros sacerdotes da una mano en la parroquia caldea.

A pesar de su pobreza y su condición de vida precaria, son generosos y saben compartir. Basta verles a la salida de las misas dar ayuda con alegría, una sonrisa y lágrimas.

Viven los momentos más íntimos en el silencio ante el Santísimo Sacramento, cara a cara con el Señor. Durante horas, lloran la muerte de sus seres queridos y se preguntan por el futuro. Y tratan de comprender el porqué.

Llegan en gran número al arzobispado, cada semana, para despedirse antes de viajar hacia lo desconocido, y en ocasiones separados: los padres a Australia, los hijos a Canadá… Incluso en el exilio no pueden vivir en familia. Un desagarre aún más doloroso.

Estos refugiados iraquíes de paso en Damasco son misioneros ambulantes que han dejado su huella en la Iglesia en Siria, que les ve pasar y se pregunta por su propio futuro.

El Sínodo de los cristianos de Oriente fue una oportunidad y una esperanza, que sin embargo no ha podido detener el éxodo. A estos refugiados misioneros desperdigados por los cuatro rincones del mundo sólo les une la oración e Internet, pues les han desgajado sus raíces y viven el crepúsculo de su Iglesia. ¿Ofrecerán estos refugiados iraquíes, con su vitalidad religiosa, ofrecer un nuevo aliento a las Iglesias de Occidente que les acogen.

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ZENIT Staff

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