El Papa y su oso

Por Giovanni Maria Vian

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 26 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del director de L’Osservatore Romano, diario de la Santa Sede, Giovanni Maria Vian, a la visita que realizó Benedicto XVI el 20 de marzo a una parroquia de Roma dedicada a San Corbinano, monje francés y obispo de Baviera, al que hace alusión con la imagen del oso el escudo episcopal y papal y de Joseph Ratzinger.

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En la dedicación de la parroquia romana de San Corbiniano -una liturgia ejemplar por el esmero y la participación de los fieles, entre ellos muchísimos niños- estaban presentes tres sucesores del fundador de la diócesis de Freising: además de Joseph Ratzinger, actual Papa con el nombre de Benedicto XVI, los cardenales Friedrich Wetter y Reinhard Marx. Un hecho excepcional, que el párroco puso de relieve en su emotivo saludo inicial.

El Obispo de Roma, sucesor del primero de los Apóstoles, en la homilía improvisó una breve reflexión sobre este monje francés, atraído por la vida contemplativa, que bajó a Roma para fundar en ella un monasterio. Pero aquí su vida cambió de un modo inesperado: el Papa lo ordenó obispo para Baviera, donde la población «quería hacerse cristiana, pero faltaba gente culta, faltaban sacerdotes para anunciar el Evangelio».

Esa elección de Gregorio II manifestó universalidad -el santo, de hecho, «une Francia, Alemania y Roma», destacó el Papa- y al mismo tiempo unidad: Corbiniano nos dice que «la Iglesia está fundada sobre Pedro» y que era la misma «de hoy».

Por una razón muy sencilla: Cristo es el mismo, «la Verdad, siempre antigua y siempre nueva, actualísima, presente, y es la clave para el futuro».

Dirigiéndose a los fieles, Benedicto XVI aludió al oso que eligió para poner en su escudo, episcopal y luego papal. Joseph Ratzinger había escrito por primera vez sobre esto en su libro autobiográfico, tan pequeño como valioso, que publicó al cumplir setenta años y donde recogió sus recuerdos hasta la consagración episcopal.

En él cuenta cómo a este animal, que había devorado el caballo de Corbiniano en su viaje hacia Roma, el monje lo obligó a cargar su bulto.

Ratzinger, siguiendo las huellas de su predilecto Agustín, explicaba que aquel peso -la carga episcopal de quien «tira del carro de Dios en este mundo»- había sido impuesto a Corbiniano y al obispo africano [san Agustín], ambos atraídos por la contemplación y el estudio.

«Pero precisamente de este modo yo estoy cerca de ti, te sirvo, tú me tienes de la mano», concluía el cardenal ya en Roma. Encomendándose al único Señor, como hace cada día Benedicto XVI, que sigue siempre muy apegado a su oso.

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ZENIT Staff

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