CASTEL GANDOLFO, jueves 29 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras de despedida que el Papa Benedicto XVI pronunció ayer al recibir a los trabajadores de las Villas Pontificias, antes de volver al Vaticano.
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Queridos hermanos y hermanas,
hemos llegado a la conclusión de la estancia estival en Castel Gandolfo. También este año me ha sido grato encontraros, para saludaros a todos y expresaros mi reconocimiento por el precioso servicio que habéis llevado a cabo y por el que seguiréis realizando con competencia en la custodia de esta morada. En la persona del director, doctor Saverio Petrillo, que con la acostumbrada cortesía se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos, doy las gracias a toda la comunidad de trabajo que cuida el Palacio y las Villas Pontificas.
En este lugar se vive en continuo contacto con la naturaleza y en un clima de silencio. Estoy contento de esta circunstancia para recordar que la una y el otro nos acercan a Dios: la naturaleza, en cuanto que obra maestra salido de las manos del Creador; el silencio, que nos permite pensar y meditar sin distracciones lo esencial de nuestra existencia. Romano Guardini afirmaba: "solo en el silencio llego ante Dios y sólo en el silencio me conozco a mi mismo”. En un ambiente como este es más fácil volverse a encontrar a sí mismo, escuchando la voz interior, diría la presencia de Dios, que da sentido profundo a nuestra vida.
Viviendo aquí en Castel Gandolfo, he vivido en estos meses momentos serenos de estudio, de oración y de reposo. También las Audiencias generales, en el marco más familiar y gozosa del patio del Palacio o de la plaza adyacente, se han llevado a cabo gracias a vuestra siempre atenta colaboración. Que el Señor recompense a cada uno con la abundancia de sus dones y os custodie en la paz a vosotros y a vuestras familias. En particular, os doy las gracias porque me acompañáis con el apoyo de vuestra oración, y esta ayuda no me faltará después de mi partida de aquí.
El cristiano se distingue esencialmente por la oración y la caridad. Os invito, queridos amigos, a seguir ejerciendo una y otra en vuestra vida, dando testimonio de vuestra fe. Tanto la oración como la caridad nos permiten tener siempre fija la mirada en Dios por el bien de los hermanos: la relación con el Señor, en la oración, alimenta nuestro espíritu y nos permite ser aún más generosos y abiertos en la caridad hacia los necesitados.
Mientras, también yo os aseguro el recuerdo en mis oraciones, os auguro todo bien para la vida familiar, para el trabajo cotidiano y para la escuela de los niños y de los jóvenes. Pienso también en la formación cristiana: invito a los jóvenes a participar con empeño en el catecismo, y también a los adultos a aprovechar siempre las ocasiones formativas. Os confío a todos a la protección de la Virgen María y de corazón, a cada uno de vosotros aquí presentes y a vuestros seres queridos una particular Bendición Apostólica.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]