CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 7 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- A pesar de los peligros que rodean al hombre, si éste no duda de la presencia de Dios, experimentará la salvación, porque Dios escucha el grito del hombre, afirmó hoy el Papa Benedicto XVI.

El Pontífice, que se trasladó en helicóptero desde Castel Gandolfo hasta la Plaza de San Pedro para la Audiencia General, quiso proponer a los presentes, dentro de su ciclo de catequesis sobre la oración, toda una “lectio divina” con el salmo 3.

Se trata, explicó, de un salmo “de lamento y de súplica imbuido de una profunda confianza, en el que la certeza de la presencia de Dios es el fundamento de la oración que se produce en una condición de extrema dificultad del orante”.

Según la tradición judía, es un salmo compuesto por el rey David cuando huía de Jerusalén perseguido por su hijo Absalón.

“La situación de angustia y de peligro experimentada por David es el telón de fondo de esta oración y ayuda a su comprensión”, pues “en el grito del salmista todo hombre puede reconocer estos sentimientos de dolor, de amargura, a la vez que de confianza en Dios que, según la narración bíblica, acompañó a David en su huida de la ciudad”, explicó el Papa.
El salmo comienza con un grito de angustia ante los “numerosos enemigos” que acechan: “una multitud surge y se levanta contra él, provocándole un miedo que aumenta la amenaza haciéndola parecer todavía más grande y terrible”.

El Salmista “no se deja vencer por esta visión de muerte, sino que mantiene firme su relación con el Dios de la vida y es a Él a quien se dirige, en primer lugar, buscando ayuda”.

La tentación de la fe

En el salmo, sin embargo, “los enemigos intentan también destruir este vínculo con Dios y socavar la fe de su víctima. Estos insinúan que el Señor no puede intervenir, afirman que ni Dios puede salvarlo”.

Este salmo, afirmó el Papa, “nos afecta personalmente: son muchos los problemas en los que sentimos la tentación de que Dios no me salva, no me conoce, quizás no tiene la posibilidad; la tentación contra la fe es la última agresión del enemigo, y debemos resistirla porque así nos encontramos con Dios y encontramos la vida”.

Ante esta tentación, el salmista “invoca a Dios, le llama por su nombre”, prosiguió. En ese momento, “la visión de los enemigos desaparece ahora, no han vencido porque quien cree en Dios está seguro que Dios es su amigo”.

“El hombre ya no está solo, lo enemigos ya no son tan imbatibles como parecían, porque el Señor escucha el grito del oprimido y responde desde el lugar de su presencia, desde su monte santo. El hombre grita en la angustia, en el peligro, en el dolor; el hombre pide ayuda y Dios responde”.

“Este entrelazarse el grito humano y la respuesta divina es la dialéctica de la oración y la clave de la lectura de toda la historia de salvación”, subrayó el Pontífice.

La oración, añadió, “expresa la certeza de una presencia divina ya experimentada y creída, que se manifiesta plenamente en la respuesta salvífica de Dios. Esto es importante: que en nuestra oración esté presente la certeza de la presencia de Dios”.

Por ello, “el orante, incluso en medio del peligro y de la batalla, puede dormir tranquilo en una actitud inequívoca de abandono confiado”.

“El miedo a la muerte es vencido por la presencia de Aquel que no muere. Es justo la noche, poblada de miedos ancestrales, la noche dolorosa de la soledad y de la espera angustiosa, que se transforma: Lo que evoca a la muerte se convierte en presencia del Eterno”, añadió.

El Papa invitó a los presentes a “rezareste Salmo”, haciendo propios “los sentimientos del Salmista, figura del justo perseguido que en Jesús encuentra su cumplimiento”.

“En el dolor, en el peligro, en la amargura de la incomprensión y de la ofensa, las palabras del Salmo abren nuestro corazón a la certeza consoladora de la fe. Dios está siempre cerca -también en las dificultades, en los problemas, en las tinieblas de la vida- escucha, responde y salva a su modo”.

Sin embargo, “es necesario saber reconocer su presencia y aceptar sus caminos, como David huyendo humillado de su hijo Absalón, como el justo perseguido del Libro de la Sabiduría, como el Señor Jesús en el Gólgota”.

“Cuando, a los ojos de los impíos, Dios parece no intervenir y el Hijo muere, entonces es cuando se manifiesta a todos los creyentes la verdadera gloria y el cumplimiento definitivo de la salvación”, concluyó el Papa.