LEÓN, lunes 26 marzo 2012 (ZENIT.org).- A las 19,30 hora local, al término de las Vísperas celebradas en la catedral de León, el cardenal secretario de Estado vaticano Tarcisio Bertone presidió en el Patio de la Catedral una cena en honor de los obispos mexicanos y de los obispos invitados, con la participación del séquito papal. Estuvo presente el presidente federal de MéxicoFelipe de Jesús Calderón Hinojosa.
En la misma, pronunció unas palabras el secretario de Estado vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, de las que ofrecemos el texto.
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Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Señores cardenales,
Señor arzobispo de León,
Señor arzobispo de Tlalnepantla y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del Consejo Episcopal Latinoamericano,
Queridos hermanos en el Episcopado:
Doy gracias a Dios que nos ha reunido en torno a esta mesa, para compartir en la cena un momento de amistad. Agradezco vivamente a quienes lo han hecho posible, así como los nobles sentimientos que lo han motivado.
La visita de Su Santidad Benedicto XVI a México es una ocasión de profunda alegría al ver cómo esta querida nación ha abierto una vez más de par en par sus puertas al sucesor de Pedro, manifestando así la grandeza de espíritu de sus hijos, su fina hospitalidad y la recia fe católica arraigada en ellos.
Al conmemorarse este año el vigésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, la presencia de las distinguidas autoridades que nos honran con su grata compañía pone de relieve que tanto la Iglesia como el Estado tienen la común tarea, cada uno desde su misión específica, de salvaguardar y tutelar los derechos fundamentales de las personas. Entre ellos, destaca la libertad del hombre para buscar la verdad y profesar las propias convicciones religiosas, tanto en privado como en público, lo cual ha de ser reconocido y garantizado por el ordenamiento jurídico. Y es de desear que en México este derecho fundamental se afiance cada vez más, conscientes de que este derecho va mucho más allá de la mera libertad de culto. En efecto, impregna todas las dimensiones de la persona humana, llamada a dar razón de su propia fe, y anunciarla y compartirla con otros, sin imponerla, como el don más preciado recibido de Dios.
También las funciones diplomáticas deben radicarse en la promoción de esa gran causa común, a la que el cristianismo puede ofrecer una contribución válida, porque es “una religión de libertad y de paz, y está al servicio del auténtico bien de la humanidad” (Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, 8 enero 2009). Por ello, la Iglesia no cesa de exhortar a todos, para que la actividad política sea una labor encomiable y abnegada en favor de los ciudadanos y no se convierta en una lucha de poder o una imposición de sistemas ideológicos rígidos, que tantas veces dan como resultado la radicalización de amplios sectores de la población.
En este sentido, los obispos aquí presentes son exponentes del compromiso de la Iglesia católica en la hermosa labor de trabajar por el hombre, por quien Jesucristo dio la vida. En cada generación, ella ha escrito una página de esta historia de servicio a la humanidad. Unas líneas son obra de los santos, otras de los mártires. No han faltado en esta historia pastores audaces, religiosos ejemplares, jóvenes de voz profética, valerosos testigos de la caridad y fieles laicos que, a veces con gran sencillez, han tendido la mano y abierto su casa al hermano en necesidad. A través de múltiples expresiones, se ha querido desplegar la belleza del cristianismo para abrazar a todo hombre o mujer, sin mirar raza, lengua o clase social. A ello ha concurrido tanto la dimensión de fe hondamente profesada y celebrada, como se percibe en México y en toda Latinoamérica, como los más variados proyectos de solidaridad que han alentado a tantos a salir del egoísmo para ayudar en las necesidades sociales más básicas y urgentes. No podemos olvidar las iniciativas dirigidas a la promoción de los derechos de cada hombre y cada pueblo, la defensa de su libertad y el cultivo del arte y la cultura.
Si en esta misión ha habido alguna sombra, eso no empaña el esplendor del evangelio, siempre presente para purificar y alumbrar nuestro camino, que hoy pasa por esa revitalización de la fe a la que su santidad Benedicto XVI no se cansa de invitar.
Con estos deseos, alzo mi copa, y los invito a ustedes a hacer lo mismo, para brindar por el santo padre, a quien Dios conserve y proteja siempre. Brindo asimismo por México, tierra bendecida por Nuestra Señora de Guadalupe, y por sus hijos e hijas, que han sabido ganarse el afecto de Benedicto XVI. Brindo por todos los queridos países hermanos de América Latina y el Caribe. Reitero mi gratitud por las continuas y delicadas atenciones recibidas en estos días y expreso a todos ustedes mi cercanía y reconocimiento por esta espléndida velada. Muchas gracias.
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