ROMA, viernes 4 mayo 2012 (ZENIT.org).- Dado que en el 5º domingo de Pascua la segunda lectura dominical corresponde a un pasaje de la 1ª carta de san Juan, en esta ocasión nuestra columna «En la escuela de san Pablo…», ofrece el comentario y la aplicación de dicho pasaje.
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Pedro Mendoza LC
«Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios, y cuanto pidamos lo recibimos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio». 1Jn 3,18-24
Comentario
Poco antes de este pasaje de 1Jn 3,18-24, el autor de la carta nos ayuda a comprender el amor fraterno como entrega de la vida (vv.16-18). El autor habla del acto de amor de Cristo, del acto en el que se pone de manifiesto el amor de Dios. Pero no puede hablar de él sin mostrar la consecuencia que de ese amor se desprende para nosotros: consecuencia que, precisamente, es el mandamiento del amor. El conocimiento del amor, en el sentido de la carta, no puede consistir únicamente en que sepamos del amor de Cristo, sino que ha de incluir también el conocimiento de nuestra propia obligación con respecto al amor fraterno (la obligación que tenemos de entregar la vida, según la norma de la entrega que Jesús hizo de su vida). Por eso, el v.17 puede concluir preguntando cómo puede permanecer el amor de Dios en aquel que cierra su corazón ante el hermano. Porque, en sentido joánico, no se «conoce» el amor de Dios sin que ese amor «permanezca» en nosotros.
A continuación, en los vv.19-20, el autor continúa desarrollando el tema del conocimiento de nuestra comunión con Dios. Trata del conocimiento de nuestra comunión con Dios, a pesar de nuestros pecados. Esta precisión del autor tiene la finalidad de consolidar la gozosa seguridad de salvación que deben tener los cristianos. Podemos tranquilizar nuestro corazón ante Dios, «porque Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo» (v.20). ¿Qué se nos quiere decir con esto? Dios es mayor que nuestro conciencia, porque Dios es el amor. Dios conoce «todas las cosas»: no sólo la debilidad de nuestro corazón pequeño y apocado, sino también las acciones del amor que hacemos nosotros. Digámoslo de otra manera: Dios no sólo conoce nuestra debilidad, nuestros pecados, sino que precisamente porque su Espíritu «permanece» en nosotros, conoce también la acción santificadora y preservadora de este Espíritu en nosotros.
La frase del v.21 acerca de la «confianza ante Dios» está asociada con la promesa de que serán oídas las oraciones. Es una gran promesa, que se hace a quien guarda los mandamientos (los mandamientos en los que se expresa el único gran mandamiento del amor). Condición para que sean oídas las oraciones: el amor. Y lo que el amante pide a impulsos de su amor, eso se le concede. Al final del v.22 se dice: «…porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada».
El cumplimiento del precepto y la comunión con Dios llega a su conclusión en los vv.23-24. En el v.23 se compendian la obligación de creer en Cristo y la obligación del amor fraterno, se compendian como el mandamiento de Dios no como los mandamientos de Dios, y tampoco como los dos únicos mandamientos de Dios que tengan importancia, sino como el mandamiento de Dios. Recordemos que 1Jn designa como el «mensaje», como el «anuncio», que los cristianos han recibido desde el principio, no sólo el contenido de la fe («Dios es luz», 1,5) sino también el mandamiento del amor. Así como la fe en la luz del amor de Dios, esa luz que se revela, y el mandamiento del amor fraterno no son más que dos aspectos del único mensaje, así también la exigencia de la fe y la exigencia del amor no son más que dos facetas del único precepto.
En el v.24a se establece una estrecha conexión entre la guarda de los mandamientos y la comunión con Dios («permanece en Dios y Dios en él»). El v.24b responde de nuevo a la cuestión, que aflora más o menos pero que palpita en toda la carta, sobre qué es lo que nos hará reconocer nuestra comunión con Dios (es decir, que Dios permanezca en nosotros). El objeto del conocimiento vuelve a ser la comunión con Dios o la comunión con Cristo. El v.24b muestra más claramente de lo que se había hecho hasta ahora que la comunión con Dios no podemos conocerla por nuestras acciones meritorias, sino por las obras del amor, porque estas obras son hechas por Dios, y porque Dios ha dado para ellas su Espíritu como fuerza.
Aplicación
Guardar los mandamientos de Dios para permanece en Él y Él en nosotros.
En este 5º domingo de Pascua la liturgia de la Palabra nos enseña, en el Evangelio, que debemos vivir nuestra vida cristiana en profunda comunión de vida con Dios, para poder dar fruto. De acuerdo a la 2ª lectura, estamos llamados a vivir en una total unión a Cristo, que se exprese en la vivencia del precepto del amor no de palabra si no con obras. En la 1ª lectura encontramos un ejemplo concreto de ello en la vida de san Pablo. Él, una vez convertido, ha dado mucho fruto porque ha permanecido unido a Cristo y ha dado testimonio entusiasta y fiel de Él ante las gentes.
La primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles (9,26-31), nos presenta el testimonio de lo que es capaz de realizar Cristo en la vida de los hombres que le acogen y dejan que se convierta en Señor de sus vidas. Pablo, una vez convertido, se entrega por completo a Cristo: de perseguidor se transforma en Apóstol apasionado suyo, que se convierte en celoso mensajero suyo ante todos los hombres. Así lo da a conocer a los apóstoles de Jerusalén: «les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús» (v.27).
En el pasaje del Evangelio de san Juan Jesús se presenta como la vid verdadera en la que nos invita a permanecer unidos, y así poder dar frutos (15,1-8). Nosotros somos los sarmientos de la vid del Señor y, para permanecer en ella, debemos dar fruto. El sarmiento que no permanece unido a la vid se seca y no da frutos. Por eso el Padre se ve obligado a cortarlo y arrojarlo fuera. Por lo tanto, nos invita a vivir una auténtica vida cristiana, de plena unión e identificación con Cristo, para poder dar los frutos de vida eterna que estamos llamados a dar. El sarmiento que da frutos es podado por el Padre para que produzca mayores frutos. Con esto se hace referencia a las pruebas en la vida cristiana, que son necesarias, pero que tienen un significado positivo: son la condición para una mayor fecundidad. No hay que temer, por tanto, los momentos de prueba, sino pedir a Cristo la gracia para vivirlos unidos a Él y así producir mayores frutos.
En la lectura de la 1ª carta de Juan (3,18-24) el autor, por una parte, nos enseña en qué consiste este fruto que la vida de Jesús en nosotros produce: «no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad» (v.18). La vida de Jesús es una vida de amor y, cuando viene a nosotros, nos impulsa a amar el Padre con todo el corazón, con todas las fuerzas, y a amar el prójimo como él nos ha amado, esto es no «de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad». Nos indica, por otra parte, cuál es su mandamiento: «que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó» (v.23). Su mandamiento, por tanto, es doble: la fe y
el amor. Y esto porque, por un lado, el amor no es posible sin la unión con Jesús en la fe y, por otro lado, la fe no es auténtica sin el amor vivido en unión con Jesús. Acojamos la invitación de Cristo a creer y amar para permanecer en Él por medio de la fe y producir así mucho fruto por medio del amor.