ROMA, viernes 29 junio 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna "En la escuela de san Pablo..." ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 13º domingo del Tiempo ordinario.
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Pedro Mendoza LC
"Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad. Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza. No que paséis apuros para que otros tengan abundancia, sino con igualdad. Al presente, vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad, como dice la Escritura: El que mucho recogió, no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos". 2Cor 8,7.9.13-15
Comentario
En este pasaje san Pablo explica y justifica la organización de una colecta, también en Corinto, con varios argumentos. Menciona el celo de las comunidades de Macedonia (8,8). Desea que, al igual que en todas las demás gracias, la Iglesia de Corinto abunde también en ésta (vv.7.10s). Trae el recuerdo de Cristo como ejemplo de entrega generosa (v.9). Menciona, finalmente, una razón de tipo natural y racional, pero reforzada, al mismo tiempo, con una cita de la Escritura: debe haber un equilibrio entre sobreabundancia y escasez (v.14s).
Animado por el gran éxito de la colecta en Macedonia, el Apóstol ha rogado a Tito que lleve a término esta misma obra en Corinto, donde ya había sido comenzada (v.6). San Pablo reconoce que la comunidad de Corinto abunda en todas las gracias y, por lo mismo, debe abundar también en la gracia de las obras de amor, como la generosidad (v.7). En efecto la comunidad sobresale, en primer lugar, en fe, palabra y conocimiento. Al lado de estos dones, san Pablo destaca los dones de la solicitud y del amor, colocándolos en el puesto final en la enumeración. El amor ha sido suscitado por el Apóstol, fomentado por los corintios y nuevamente retorna al Apóstol. El celo y el amor caracterizan de una manera especial las relaciones entre el Apóstol y la comunidad de Corinto y deben fructificar ahora en obras de amor.
A continuación, en el v.8, no recogido por la lectura dominical, el Apóstol precisa que la invitación a participar en la colecta no es una orden. Evita de este modo todo cuanto pueda ser interpretado como una coacción desagradable. Con todo, también aquí habla y actúa con autoridad apostólica. Al recordar la solicitud de las comunidades macedónicas, quiere comprobar la autenticidad del amor de los corintios y demostrar que el amor es la piedra de toque de la fe y del conocimiento. Esta comprobación es algo que compete al Apóstol, y sólo a él. Por "caridad" se entiende el amor tanto el de los corintios a las comunidades pobres de Palestina, como el amor para con el Apóstol, que tan cordial interés tiene en la colecta, como, finalmente, la unión de amor con Dios, en el que todos los demás amores se fundamentan. Este contenido universal de la palabra "caridad" se pondrá de manifiesto acto seguido.
San Pablo ofrece el fundamento de todo amor en el ejemplo de amor para con nosotros por parte de Cristo, quien "por nosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros fuerais enriquecidos con su pobreza" (v.9). El ejemplo de Cristo es contundente. Él renunció a permanecer junto al Padre, en la plenitud divina del poder, y abandonó la gloria celestial que, por ser Hijo de Dios, le correspondía. Eligió la pobreza de la existencia humana, para trocar en la riqueza eterna de la salvación la pobreza de todos aquellos por cuyo amor se hizo pobre. Si su pobreza enriqueció a los corintios y al mundo entero, también ahora aquellos que han sido ampliamente beneficiados deben dar por auténtico amor. La acción de Cristo debe continuarse en la acción de los cristianos.
La gracia debe empujar a los corintios a su gesto de amor de la colecta desde una triple perspectiva: por la gracia otorgada a las comunidades macedónicas (8,1); porque la gracia debe mostrarse poderosa también en la iglesia de Corinto (v.6s), y, finalmente, por el ejemplo de la gracia, que se ha hecho visible en Cristo (v.9). En los tres casos emplea Pablo la misma palabra gracia, cuyo sentido es siempre el mismo: capacidad de entrega, que emana del don de Dios.
La lectura dominical prosigue, en los vv.13-14, señalando cómo el intercambio de bienes para con los menesterosos, en lugar de empobrecer a quien lo aporta, lo enrique. La igualdad entre la comunidad necesitada de Jerusalén y las restantes comunidades cristianas debe realizarse en un doble sentido. Al presente, la abundancia de las demás comunidades debe socorrer la escasez de la comunidad necesitada de Jerusalén. Pero la ayuda refluirá desde Jerusalén y entonces la sobreabundancia de ésta servirá a la escasez de las otras comunidades. Esta afirmación debe entenderse en el sentido de que los socorros dados a la comunidad de Jerusalén se volverán profusamente sobre los donantes en virtud de la acción de gracias que subirá, por ellos, hasta Dios.
San Pablo cierra y confirma su exhortación con un ejemplo tomado del Antiguo Testamento. Volverá a ocurrir de nuevo lo que se dice a propósito del milagro del maná (Ex 16,18): "El que mucho recogió, no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos" (v.15). Por más que los israelitas recogieran cantidades distintas de maná, al final todos encontraban la misma cantidad en su recipiente, siempre justamente la que necesitaban. Lo que ocurrió milagrosamente en el desierto, volverá a ocurrir de nuevo en las comunidades cristianas por el intercambio del amor fraterno.
Aplicación
A ejemplo de Cristo, "sobresalid también en esta generosidad".
La liturgia de la Palabra de este 13º domingo del Tiempo ordinario nos presenta, en la primera lectura tomada del libro de la Sabiduría (1,13-15; 2,23-24), los designios de vida y de salvación para los que Dios creó al hombre. En esta misma línea se coloca el Evangelio que nos muestra a Cristo como fuente de la vida, que no solamente es capaz de sanar de las enfermedades, sino incluso de dar la vida a los muertos. En la segunda lectura, el Apóstol nos habla de otro tema, el de la generosidad y donación que debe caracterizar la vida del creyente, a ejemplo de Cristo.
El libro de la Sabiduría no duda en decir que "no fue Dios quien hizo la muerte" (1,13), sino por el contrario: "Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza" (2,23). La creación, por tanto, como obra de Dios es buena. Dios es la fuente de la vida, del bien y su intención ha sido siempre positiva. Pero, por la envidia del diablo, entró el pecado y la muerte en el mundo y con ello todo tipo de desgracias. Ante esta ruina parcial que el diablo y sus secuaces han provocado en la obra creadora de Dios, Él continúa manteniendo y llevando adelante sus designios de vida y de salvación. Los lleva a cumplimiento en la obra de su Hijo, que se inmola por la salvación de todos los hombres.
En el Evangelio descubrimos cómo Cristo realiza esta intención del Padre, otorgando la curación a los enfermos y reportando a la vida a los muertos (Mc 5,21-43). Él ha venido al mundo para realizar la voluntad del Padre, que es una voluntad de salvación, de vida y de amor. Jairo, el jefe de la sinagoga es destinatario en su hija, fallecida poco antes, de la acción salvífica de Cristo. Al mismo tiempo acontece otro milagro de curación, esta vez en favor de una mujer que padecía flujo de sangre. Ante la fe de esa mujer que toca a Cristo, Él no puede sino otorgarle lo que buscaba: la curación de los males que la afligían, señal de la acción salvífica de Dios en ella.
San Pablo, por su parte, siguiendo estos ejemplos del amor salvífico de Dios, exhorta a los corintios a poner en práctica las obr as de generosidad, concretamente por medio de una colecta en favor de la comunidad de Jerusalén afligida por la carestía (2Cor 8,7.9.13-15). El Apóstol recuerda el ejemplo de Cristo, que, "siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (v.9), y lo presenta como modelo en nuestras relaciones con los demás. Por eso es preciso amarlos con esa misma capacidad de donación, enriqueciéndonos mutuamente con el intercambio de bienes materiales y espirituales. De este modo no habrá distinción entre ricos y pobres, sino predominará la igualdad de bienes, como característica de lo hijos de Dios, quienes, a ejemplo de Cristo buscan sobresalir "también en esta generosidad".