SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, domingo 1 julio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el artículo de nuestro colaborador monseñor Felipe Arizmendi esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, en el que aborda las elecciones que se celebran hoy en México.
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+ Felipe Arizmendi Esquivel
HECHOS
Estamos próximos a elegir presidente de la república, senadores, diputados federales, gobernadores, diputados estatales y presidentes municipales. Ante la apabullante publicidad de los partidos políticos y de sus candidatos para convencernos de que son la mejor opción; ante la envidiable creatividad de algunos jóvenes deseosos de hacerse sentir en la política; ante la astuta maña de adultos y de empresas comprados para influir en las decisiones del pueblo; y ante la incertidumbre de muchos electores, necesitamos criterios sólidos y confiables para discernir el trigo de la paja, la verdad de la mentira.
Algunos dicen: Yo no mato; no robo…, y con esto se consideran buenos, como si con eso bastara. La vida es más que matar o robar. Somos y valemos en la medida en que vivimos según los mandamientos de la Ley de Dios, que no son más que preceptos de moral natural para lograr una convivencia social y política en paz, en justicia y en armonía. Y son los criterios para valorar a los diferentes candidatos a puestos públicos, para orientarnos y dar nuestro voto a quien nos merezca mayor confianza.
CRITERIOS
Los tres primeros mandamientos se refieren al reconocimiento de que no somos dioses, sino criaturas que deben reconocer a Dios como Señor y Padre. Quien da a Dios el lugar que le corresponde, asume ser frágil, pequeño, limitado, mortal, dependiente, hijo, pecador, necesitado de consejo y de ayuda. Por lo contrario, quienes se consideran dioses, aparentan ser infalibles, poderosos, incorruptibles, sabios, conocedores de todo y de todos; asumen decisiones absolutas y actitudes que en algunos casos los convierten en caciques. No toman en cuenta la Palabra de Dios para normar sus criterios, no participan en las celebraciones religiosas dominicales, no respetan el descanso dominical de sus colaboradores y dependientes, no escuchan consejos y, para defender sus posturas, se hacen dictadores, que no respetan los derechos humanos fundamentales.
El cuarto mandamiento nos orienta al debido respeto a nuestros padres, a las personas mayores, a las autoridades legítimas y a las instituciones que la sociedad ha creado para su desarrollo. El quinto mandamiento exige el respeto a la vida personal y ajena, en cualquiera de sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural. El sexto y noveno mandamientos indican el debido respeto a la sexualidad y al matrimonio, en contra del libertinaje de costumbres y la inestabilidad conyugal. El séptimo y décimo regulan la justicia y el respeto a los bienes del prójimo, para evitar los robos, la corrupción, la competencia desleal. El octavo señala el amor a la verdad por encima de todo, contra la mentira y la simulación como sistemas. De los candidatos, ¿quiénes parecen tomar en cuenta estos criterios en sus vidas, en su historia política, en sus propuestas?
Sin embargo, esto tampoco basta. El mandamiento supremo para ser feliz y servir en un cargo a la comunidad, es el amor. Sólo quien ama es capaz de vivir los diez mandamientos, no como una loza pesada, sino como un camino de liberación interior y de seguridad en sus relaciones con los demás. El amor es lo que más nos asemeja a Dios, pues El es amor. Quien ama, se parece a Dios, porque se desvive por hacer el bien a los demás, en particular a los pobres, marginados e indefensos. Quien ama, respeta a los otros, sin ofenderlos ni calumniarlos, y sabe pedir perdón. Quien ama, aprende de los demás, porque los valora y no los menosprecia. Quien ama, lo demuestra no sólo en tiempos electorales, sino en toda su vida, con un cargo de autoridad y sin él; si pierde una elección, no por ello se repliega, sino que sigue sirviendo a la comunidad, y en ello encuentra su realización, pues los cargos son pasajeros.
PROPUESTAS
Antes de emitir su voto, reflexione con serenidad qué candidatos se ajustan más, en su vida y en sus planteamientos, a lo que la Palabra de Dios nos ofrece como orientación para que un pueblo viva en paz. Dios no es una carga insoportable, de la que debiéramos deshacernos, sino un camino, una luz, para que los pueblos tengan vida digna y plena.