SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, domingo 22 julio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos la reflexión del obispo de San Cristóbal de las Casas, México, Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, que aborda el tema de una Iglesia sensible y orante.

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+ Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Hay personas que se extrañan cuando los obispos abordamos, desde nuestra fe y misión pastoral, asuntos de la vida real del pueblo. Se imaginan que el Evangelio es sólo para la otra vida, o algo que debe recluirse en el interior de los templos y de las conciencias. Quisieran que habláramos de un cielo más allá de la estratosfera. Desearían que no tocáramos su conciencia con la Palabra que Dios ofrece a su pueblo, como un camino seguro para ser felices. Prefieren la oscuridad a la luz.

Otros querrían que, haciendo a un lado los métodos pastorales de Jesús, anduviéramos en todo tipo de marchas y mítines, haciendo declaraciones más contestatarias, dedicados sólo a programas de desarrollo social, sin darle prioridad a la oración, a la Palabra de Dios, a la celebración diaria de la Eucaristía. Les parece que esto es perder el tiempo, pues, según ellos, lo que importa es la lucha con el pueblo, una lucha sin Dios y a veces contra Dios.

CRITERIOS

Desde el Antiguo Testamento, Dios condena las prácticas piadosas y las fiestas religiosas, cuando estas ocultan injusticias, opresión y abusos: “Dejen ya de pisotear mis atrios y no me traigan dones vacíos ni incienso abominable. Detesto sus solemnidades y fiestas; se me han vuelto una carga insoportable. Cuando extienden sus manos para orar, cierro los ojos; aunque multipliquen sus plegarias, no los escucharé. Sus manos están llenas de sangre. Lávense y purifíquense; aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda” (Is 1,12-17).

El papa Benedicto XVI, con una integralidad extraordinaria, dijo a unos obispos de Colombia: “Movidos por el celo apostólico y mirando al bien común, no dejen de individuar cuanto entorpece el recto progreso, buscando salir al encuentro de los que se hallan privados de libertad por causa de la inicua violencia. La contemplación del rostro lacerado de Cristo en la cruz les ha de impulsar a redoblar las medidas y los programas tendentes a acompañar amorosamente y a asistir a cuantos se hallan probados, de modo peculiar a los que son víctimas de desastres naturales, a los más pobres, a los campesinos, a los enfermos y afligidos, multiplicando las iniciativas solidarias y las obras de amor y misericordia en su favor. No olviden tampoco a quienes tienen que emigrar de su patria, porque han perdido su trabajo o se afanan por encontrarlo; a los que ven atropellados sus derechos fundamentales y son forzados a desplazarse de sus propias casas y a abandonar sus familias bajo la amenaza de la mano oscura del terror y la criminalidad, o a los que han caído en la red infausta del comercio de las drogas y las armas. Deseo alentarles a proseguir este camino de servicio generoso y fraterno, que no es resultado de un cálculo humano, sino que nace del amor a Dios y al prójimo, fuente en donde la Iglesia encuentra su fuerza para llevar a cabo su tarea, brindando a los demás lo que ella misma ha aprendido del ejemplo sublime de su divino Fundador”.

Pero con toda clarividencia insiste: “Si la gracia de Dios no lo precede y sostiene, el hombre pronto flaquea en sus propósitos por transformar el mundo. Por eso, para que la luz de lo alto continúe haciendo fecundo el empeño profético y caritativo de la Iglesia, insistan en favorecer en los fieles el encuentro personal con Jesucristo, de modo que oren sin desfallecer, mediten con asiduidad la Palabra de Dios y participen más digna y fervorosamente en los sacramentos, celebrados a tenor de las normas canónicas y los libros litúrgicos” (22-VI-2012).

PROPUESTAS

Analicemos si nuestro modo de ser Iglesia es acorde con lo que Dios dice y el papa recuerda, para ser fieles al camino de Jesús. No debemos pasar insensibles ante los dolores del pueblo, como el sacerdote y el levita que no fueron samaritanos, pero seremos una Iglesia liberadora sólo en la medida en que seamos hombres y mujeres de oración, de Eucaristía diaria. Nada hay más profundamente liberador que el servicio de atender a los fieles en confesión sacramental.