QUERÉTARO, domingo 15 julio 2012 (ZENIT.org).- El nuncio apostólico en México, monseñor Christophe Pierre, visitó la ciudad episcopal de Santiago de Querétaro para conocer su fe, cultura y tradiciones. Junto con la diócesis, el representante del papa peregrinó al Tepeyac para visitar a la Virgen de Guadalupe.
El miércoles 11 de julio, el nuncio apostólico fue recibido, acogido y bienvenido con un concierto en su honor en la Escuela Diocesana de Música Sacra. La armonía y las voces de niños y jóvenes fueron muestra de la sensibilidad del alma de la gente de estas benditas tierras que aclama “solamente para gloria de Dios”, informa la diócesis de Querétaro.
El jueves 12 de julio, el obispo Faustino Armendáriz Jiménez, agradeció la visita del representante del papa en México.
La invitación de venir a esta Iglesia local fue para compartir una de las experiencias «más hermosa, llena de piedad y de fe» de la Diócesis: La Peregrinación al Tepeyac, para los hombres es la 122, para las mujeres es la 53.
«Como Iglesia compartimos con el señor nuncio la fuerza de nuestra fe hecha camino, sacrificio, conversión, profunda oración en los pies de miles de peregrinas y peregrinos que en sus manos desgranan el rosario y sus corazones se convierten al Señor. Así vivimos y expresamos la fe del Evangelio predicado por Jesús nuestra paz, nuestra luz y nuestra gloria», informa la Diócesis.
Este jueves, muy temprano el señor nuncio y el obispo iniciaron el viaje al encuentro de los peregrinos en la población de Canalejas, donde celebraron la Eucaristía y compartieron el pan de vida. Un grupo de niños recibieron la Comunión por primera vez y juntos aclamaron a la Madre del Cielo, en la presencia de la Patrona Diocesana: Nuestra Señora de los Dolores de Soriano. Un detalle singular fue la imposición de la Medalla de Peregrino por primera vez, que recibió monseñor Pierre de monseñor Armendáriz.
Ya por la tarde reanudaron el camino hasta llegar con las hermanas peregrinas, ellas lo recibieron con muestras de cariño y mucho respeto, le entregaron un paliacate, sombrero y con ellas caminaron desde la comunidad La Cañada hasta Tepeji del Río. Venciendo la adversidad de las inclemencias de la lluvia, el peregrinar concluyó en la Parroquia con el saludo y bendición por parte del señor nuncio y del obispo.
Monseñor Christophe Pierre reconoció la gran disciplina de los peregrinos y peregrinas que aún bajo la lluvia caminaron en orden, cantando y rezando con mucha fe y alegría.
En su homilía, el nuncio apostólico recordó el gesto de Jesús al entregar a María por madre a su discípulo Juan.
«Esto fue lo que sucedió en aquel día terrible y glorioso, en el que Cristo moría sobre la cruz; ese día en que en el apóstol San Juan, todos nosotros fuimos hechos, ya desde entonces, hijos de la Virgen María. Hecho maravilloso que da sentido a nuestro peregrinar hacia la casa de la Virgen ‘bendita entre las Mujeres’, del Tepeyac».
«En efecto, queridos hermanos, nosotros vamos peregrinos en camino hacia el Santuario del Tepeyac santificado por la presencia de Santa María, la ‘Madre del verdadero Dios por quien se vive’ y por la oración de generaciones de hombres y mujeres que a lo largo de los años se postran a sus plantas para agradecerle tantos favores y para poner confiadamente bajo su intercesión, sus proyectos y dificultades», añadió.
«Nuestra peregrinación –subrayó–, es una, entre muchas, de las más bellas y significativas tradiciones que se han ido trasmitiendo de generación en generación en el pueblo mexicano creyente; verdaderas lecciones de vida cristiana: oraciones aprendidas de nuestros padres, peregrinaciones que nos convocan y nos llevar a vivir mejor la piedad litúrgica, a participar consciente y activamente en la oración común de la Iglesia; a recibir frecuentemente el sacramento de la penitencia a través del cual, confesando nuestros pecados al sacerdote, nuestros pecados son perdonados; y también a participar en la Santa Misa, en donde podemos y debemos recibir con dignidad y sin pecado alguno, la vida de gracia que se nos da en la Sagrada Comunión, especialmente los domingos».
«Hoy, entonces, caminamos como hermanos, ‘en familia’ hacia la casa bendita de Santa María de Guadalupe. Pero, preguntémonos: ¿Qué es lo que nos impulsa a no hacer caso a la fatiga, al cansancio y al sacrificio? ¿Qué es lo que hace posible esta manifestación de piedad que año tras año han llevado a cabo tantas y tantas generaciones de nuestro pueblo? ¿Qué pasó en el Tepeyac, para que miles y miles de mujeres y hombres, superando dificultades de toda índole, vayan a él día a día?
Ir en peregrinación hacia el Tepeyac ciertamente tiene motivos y significados diversos; pero, a la base, con nuestro peregrinar hacemos algo muy sencillo y, al mismo tiempo algo sumamente importante: queremos decirle a la Virgen María que la reconocemos como Madre del Verdadero Dios hecho hombre y como Madre nuestra. Queremos confesar ante el mundo y ante la sociedad nuestra convicción de que efectivamente la reconocemos como Madre, y también, como Reina de la Patria mexicana; como Madre de todos los llamados a ser discípulos misioneros de Jesús; como Madre de la Iglesia, Madre de la Unidad y Madre de la Comunión».
«Queridos hermanos: Cuando contemplemos con fe y amor la bendita imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en su Basílica del Tepeyac, volverá a cumplirse lo que aconteció desde el principio: que junto al Evangelio que anuncia a Cristo, indisolublemente se hace presente también la Madre».
«Pongamos bajo el manto cubierto de estrellas de Santa María de Guadalupe, nuestras personas con sus necesidades e intenciones, y pongamos también nuestra preocupación por las familias y por la misma institución familiar, seguros de que Ella nos ayudará a transformar esa preocupación en esperanza. Le pido y le pediremos, que nos dé fuerza apostólica para saber, no sólo resistir, sino también para difundir con claridad y serenidad el patrimonio invalorable de nuestra fe.
Y pongamos bajo la protección de la “bendita entre las mujeres”, a todas las mujeres de México: a las esposas, a las viudas, a las novias, a las hijas, para que, sostenidas por el amor de Dios y por el amor de ustedes, se esfuercen por imitar a nuestra Madre la Virgen.
Agradezcamos al Señor por las virtudes femeninas con las que ellas contribuyen al bien de todos y que por todos deben ser siempre apreciadas, valoradas y alentadas. Que la Virgen María nos ayude a mirarlas y a tratarlas con respeto, comprensión, ternura y fortaleza, en y desde la fidelidad mutua y la fidelidad a Dios y a María. Será así que lograrán hacer de cada hogar un remanso de paz y una fuente de alegría cristiana».