ÁVILA, martes 2 julio 2012 (ZENIT.org).- Uno de los acontecimientos del debate nacional ha sido el encuentro entre el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación vaticana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y el expresidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. Fue en el Auditorio del Palacio de Congresos de Ávila, España, lleno hasta rebosar. Mientras en las redes se expresaba el asombro a 140 caracteres por segundo porque dos personas aparentemente tan dispares compartiesen mesa, ellos pusieron encima de ella los grandes temas que afectan a lo sociedad española.
El cardenal Cañizares no lo pudo decir más claro: «Venimos a dialogar sobre el humanismo del siglo XXI, sobre una humanidad nueva y renovada». Y presentó sus famosas «divisiones acorazadas» a las que se refería Stalin cuando ironizó sobre el escaso poder militar del Vaticano. ¿Cuántas divisiones tiene?: «Cañizares, como San Pedro, no tiene ni oro ni, ni plata, ni fuerza, ni poder. Ofrece el testimonio de la verdad que he recibido». Estas fueron sus credenciales, expresadas con sencillez pastoral.
Rodríguez Zapatero fue fiel a su discurso político: «La palabra es la fuente principal del humanismo, el ideal más alto y está presente en todas las culturas y religiones». Pero la persona con la que estaba debatiendo no era sólo un alto representante de la Curia vaticana, sino un hombre religioso que cree que la sociedad no debe ser secularizada a toda costa. Así que no pudo ser más cercano cuando reconoció que con Cañizares había «fraguado una relación desde ideas diferentes pero siempre desde el respeto en el origen que ha pasado al afecto».
Es conocido el «optimismo antropológico» con el que Zapatero defiende su proyecto, según el cual por más crisis económica, por más crisis de un orden moral, por más abandono de las personas en la selva financiera, vivimos en el mejor de los mundos posibles, si lo comparamos con otros periodos históricos. Pero Cañizares le echó dosis de realidad: «Un economicismo a ultranza está dispuesto a devorar al hombre». Y para evitar que el optimismo acabe en una euforia cegadora, le preguntó: «¿Hacia dónde va Europa?». «No se puede avanzar en el progreso cuando no se avanza sobre la verdad, cuando se establece un relativismo tan tremendo como el que nos atenaza y rige la economía», añadió.
El auditorio del Palacio del Congresos de Ávila estaba a rebosar. Más de dos mil personas escuchaban con atención y un murmullo tenso podía escucharse cuando Zapatero concluía sus intervenciones. Se aplaudía apasionadamente. Había tensión: era la primera comparecencia pública del expresidente cuyos gobiernos aprobaron leyes que pusieron en pie a la comunidad católica española. Que Zapatero haya elegido este foro católico para hablar largo y tendido permite muchas interpretaciones.
Quizá la reconciliación con un sector de la sociedad que le había dado la espalda. Así que allí estaba el expresidente reconociendo que «sería de ignorantes no reconocer que Europa tuvo dos mil años de cristianismo, que ha ejercido una influencia evidente. Ignorarlo sería de ignorantes».
Cuando el cardenal Antonio Cañizares hablaba de los valores cristianos, de la solidaridad, del espíritu comunitario, de la ayuda al prójimo, del respeto a la vida, de salvaguardar la dignidad de los hombres, Zapatero hablaba de la Declaración de los Derechos del Hombre, de los estados democráticos, de la Constitución española en cuyo artículo 16 se preserva las creencias religiosas, de ayuda humanitaria. En que no hay democracia sin los valores del humanismo, ambos estuvieron de acuerdo.
Zapatero recordó el debate que el cardenal Joseph Ratzinger mantuvo en 2004 con el filósofo alemán Jünger Habermas cuando, dijo, aquel encuentro «estableció un modelo de respeto, neutralidad del Estado y aprendizaje mutuo a través del diálogo». Sin duda aquel debate marcó época, aunque fue muy ignorado en España.
Como modelo de diálogo, Cañizares puso el encuentro que Benedicto XVI mantuvo en Asís con representantes de otras religiones. Esa valentía fue reinvidicada por el cardenal. Por su parte, Zapatero compartió esta opinión y calificó el encuentro de Asís de octubre de 2011 como «la más audaz doctrina de Benedicto XVI». No pudo evitar hacer referencia a una de sus propuestas más emblemáticas en su época de gobierno al referirse a ese «diálogo interreligioso y diálogo de civilizaciones».
Diálogo, diálogo, diálogo... ¿El diálogo supone renunciar a las ideas propias? ¿Diálogo para qué? ¿Con qué objetivo? «Esto es un ejemplo de diálogo –señaló el cardenal–, y nunca se deben cerrar las puertas a nadie. El diálogo verdadero sólo puede traer bienes a la sociedad. El diálogo, que es tolerancia, no es relativismo, sino fidelidad a las ideas de grandeza». Zapatero compartió también esa opinión. «El diálogo sincero facilita el sosiego, alimenta la reflexión y el progreso».
Pero fue Cañizares quien expresó de manera clara el fondo de este debate sobre el humanismo en el siglo XXI, que es decir en tiempos de crisis profunda, cuando dijo: «No hay democracia sin conciencia asentada en los principios que distinguen el bien y el mal». Zapatero añadió: «Es más, la democracia es la conciencia».
Cañizares pidió un futuro más ambicioso, mucho más que el pragmatismo que imponen los líderes políticos («no estaría mal que algún dirigente económico leyera la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI» para entender que se gobierna para los hombres y no al revés): «Hay que soñar con el futuro, faltan soñadores, faltan Quijotes».