ROMA, viernes 21 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Dado que en el 25º domingo del Tiempo ordinario la segunda lectura dominical corresponde a un pasaje de la carta de Santiago, en esta ocasión nuestra columna «En la escuela de san Pablo…», escrita por nuestro colaborador el padre Pedro Mendoza LC, ofrece el comentario y la aplicación de dicho pasaje.
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Por Pedro Mendoza LC
«Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad. En cambio la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros? ¿Codiciáis y no poseéis? Matáis. ¿Envidiáis y no podéis conseguir? Combatís y hacéis la guerra. No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones». Sant 3,16–4,3
Comentario
El pasaje de este domingo recoge la conclusión del tema precedente (3,16) en el que Santiago ofrece la regla para discernir los espíritus mostrando de dónde proviene la raíz y los frutos de la falsa sabiduría (3,14-16): los frutos corrompidos de la sabiduría orgullosa de algunos cristianos provienen de una raíz podrida, del espíritu de Satán.
Inmediatamente pasa el apóstol a indicar cuáles son, en contraposición, las raíces y los frutos de la verdadera sabiduría (3,17-18). La sabiduría de arriba, que es un don de Dios, puede cumplir el precepto de amor establecido por Dios. Desciende de Dios y por eso puede estar al servicio de la obra de Dios en el mundo, del crecimiento interno y externo de su Iglesia. Su objetivo no es el propio ensalzamiento ni la autojustificación, sino que la voluntad de Dios se cumpla en la comunidad de los creyentes. Es precisamente en el servicio a la comunidad donde la verdadera sabiduría debe producir sus frutos. Santiago enumera siete características de la verdadera sabiduría, para mostrar su perfección (3,17). En primer lugar es desinteresada, sin hipocresía, es decir, no procede de ambición de mando ni de afán de prestigio en la comunidad. Sólo quiere agradar a Dios, y excluye segundas intenciones egoístas. Por eso puede hacer desbordar el espíritu de Dios en sí mismo y en la comunidad de los fieles, como se desbordó en la vida de Jesucristo. El verdadero sabio, bondadoso para todos, incluso para los necios, se adapta a todo, es misericordioso, sabe perdonar y demuestra con obras su amor a todos los que necesitan su ayuda (cf. 2,14-26). Siempre que es necesario, sacrifica sus propios derechos y su posición en aras del bien común. Se pone en guardia contra todo tipo de discordia, de formación de grupos rivales y de partidismo, y se esfuerza por fomentar conscientemente la unión y la paz en la comunidad y en la Iglesia.
Quien así procede, sigue el ejemplo y mandato de Cristo, que se puso al servicio de todos para salvar a todos e, igual que su Maestro, sólo puede producir buenos frutos. Y como es bueno cuanto contribuye a la paz y a la edificación de la Iglesia, los verdaderos sabios son los que trabajan activamente por la paz de la comunidad con palabras fraternas, que brotan de un amor responsable y sobre todo con trabajo desinteresado y servicial (3,18).
En la última parte del pasaje de este domingo, Santiago continúa su búsqueda de las raíces de la falsa sabiduría y de sus perniciosos frutos indicando, esta vez, la causa de todas las contiendas (4,1-3). Emplea palabras apasionadas tomadas del oficio de las armas y de las costumbres de la guerra. Las disensiones y tensiones existentes en la comunidad cristiana, se deben, por lo visto, a la indigencia de la mayoría y al antagonismo social que provoca el hecho de que al lado de unos pocos ricos haya una masa de fieles pobres y miserables (cf. 2,1-9; 5,1-6). La aspiración perfectamente comprensible de estos pobres, su deseo de poseer más bienes y de vivir sin los temores y zozobras de su indigencia, se ha desviado siguiendo un camino falso. Surgen tiranteces y brotan la envidia y las desavenencias entre los cristianos, lo que demuestra que los móviles son puramente terrenales y egoístas. Se ha declarado el «estado de guerra» en las comunidades, porque el egoísmo todavía domina el espíritu y el corazón de muchos cristianos (4,1).
Santiago está muy lejos de rechazar por completo el deseo de los que quieren mejorar su nivel de vida. Una tal aspiración debería conducirlos a pedir a Dios con confianza que les conceda sus dones. Pues la aspiración de quienes pretenden conseguir y obtener por la fuerza la plenitud de la vida, prescindiendo de Dios y yendo contra su voluntad, está condenada al fracaso. Sólo puede conducir a la envidia, al odio, a la discordia y, por fin, a la muerte. Esto es lo que expresan claramente las palabras escogidas por Santiago: codicia, altercado, guerra, homicidio (4,2). Por lo mismo, cuando la petición en la oración es torcida, la respuesta de Dios no puede ser positiva: «Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones» (4,3). En este caso no se cumplen las palabras de Jesús: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7,7). Esto acontece cuando no se ora con el espíritu de Jesús que aparece en el padrenuestro, no sometiéndose enteramente a la voluntad salvífica del Padre: «Hágase tu voluntad» (Mt 6,10). Esos tales, con la ayuda de la oración, pretenden que su voluntad egoísta se salga con la suya, quieren satisfacer sus apetitos puramente terrenales, quieren abusar de los dones de Dios para sus propios fines. Es, pues, natural que Dios no pueda atender sus súplicas, que no tienen por objetivo la vida, que procede de sus manos divinas, ni propagan en el mundo el reino de Dios.
Aplicación
Abrazar la sabiduría que viene de lo alto, la cual está llena de buenos frutos.
En este domingo la liturgia nos presenta el tema de la pasión de Jesús tanto en el Evangelio como en la primera lectura. En el libro de la Sabiduría la pasión es prefigurada en la hostilidad de los impíos contra el justo; en el Evangelio es el mismo Jesús quien anuncia su pasión. La lectura del apóstol Santiago se aproxima a este tema en cuanto que contrapone la actitud de quien se deja guiar por la sabiduría mundana, que busca su propio egoísmo, al margen de Dios, y la de quien se rige por la sabiduría divina colaborando dócilmente en la realización de su plan salvífico, como es el caso del mismo Jesús que abraza la pasión por amor a nosotros y para salvarnos.
La mentalidad humana, si no se deja iluminar por la luz divina, puede convertirse en malvada. Así lo presenta el libro de la Sabiduría en los planes perversos de los impíos contra el justo (2,12.17-20). Las cualidades del justo, que es el verdadero hombre sabio, resultan insoportables al ojo envidioso del impío, que no acepta la sabiduría divina, sino se rige por los criterios mundanos. Traman contra él la muerte más ignominiosa para ponerlo a la prueba y de este modo encontrar satisfacción y confirmación de su postura hostil ante Dios, a quien no aceptan ni reconocen como tal.
El pasaje del Evangelio de san Marcos (9,30-37) recoge el anuncio que Jesús da a sus discípulos de camino hacia Jerusalén: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (9,31). El anuncio de su pasión es muy claro. Pero la mentalidad estrecha de los discípulos no lo logra comprender ni aceptar. Ellos tienen otra forma de pensar; son otras sus perspectivas. Para ellos el Mesías debe ser victorioso, debe triunfar; por lo tanto, no puede ser entregado a manos de sus enemigos, no puede ser matad
o. Jesús responderá a esa falta de fe de sus discípulos enseñándoles que el camino para entender y realizar los planes de Dios es el camino de la humildad, del desprendimiento de sí mismo, de la donación sin límites, como Él lo hará abrazando la cruz para salvarnos.
Son estas últimas actitudes, fruto de la sabiduría de Dios, las que resplandecen también en la lectura del apóstol Santiago (3,16–4,3): un corazón misericordioso como el de Jesús en el que no hay lugar a los celos o al espíritu de contienda. Ésta es la sabiduría que debemos buscar y practicar: «la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía» (3,17). Como Jesús, debemos vivir esa mansedumbre y humildad de corazón que nos lleva a tratar a todos los demás, en particular a los miembros de la comunidad cristiana, con espíritu de servicio y donación plena, hasta ser capaces de dar nuestra vida por ellos.