Por María Montilla
CIUDAD DEL VATICANO, martes 16 octubre 2012 (ZENIT.org).- En las culturas hispanas, la piedad o religiosidad popular tiene una gran fuerza. En ella se entremezclan tradiciones ancestrales y verdadera fe en Dios y en su intervención en la vida de quien le ora y pide. Una religiosidad que adquiere múltiples formas, aunque la más común es la procesión o romería, presente también en todo el territorio español y en antiguas colonias como Filipinas. Algunos padres sinodales abordaron esta cuestión, sugiriendo que es un escenario de nueva evangelización.
Monseñor José Guadalupe Martín Rábago, arzobispo de León, México, abordó este argumento, señalando que “en el magisterio latinoamericano hay frecuentes referencias al valor pastoral de la piedad popular”.
“Reconocemos que la evangelización y purificación de la piedad popular –dijo- presenta desafíos que hay que asumir con creatividad pastoral, porque dejada a la inercia de los puros sentimientos y del folclore, no logra crear una cultura verdaderamente evangelizadora que transforme estructuras de pecado, como las desigualdades sociales, la violencia, las injusticias y otras manifestaciones que contradicen la dignidad de la persona y la convivencia fraterna”.
El arzobispo de León, a modo de ejemplo, presentó una realización que, en su opinión puede resultar inspiradora: “La Diócesis de Querétaro, en México, organiza una peregrinación anual a la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Este año se cumplieron ya 122 años. Peregrinan cerca de cuarenta mil personas, organizadas en grupos y acompañadas por sacerdotes, seminaristas y agentes laicos. Durante el trayecto, que dura 17 días, los sacerdotes celebran diariamente la Eucaristía, ofrecen el sacramento de la Reconciliación”.
“Los frutos son de gran valor: Se intensifica el culto eucarístico por medio de la Hora Santa que se tiene cada día. La peregrinación, preparada y acompañada desde la diócesis y las parroquias, se ha convertido en una tradición que lleva a cambios positivos de vida y a mayor compromiso con la pastoral planificada”, concluyó.
El secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización José Octavio Ruiz Arenas, arzobispo emérito de Villavicencio, Colombia, afirmó que “el mantenimiento y la transmisión de múltiples manifestaciones religiosas sigue siendo, especialmente en ambientes descristianizados, un testimonio perenne de la innegable sed de Dios presente en todo hombre”.
“Cuando está religiosidad popular brota de la fe en Jesucristo y está animada por un espíritu eclesial se convierte, además, en verdadera piedad del pueblo de Dios, en un medio valioso y eficaz para transmitir el evangelio y reavivar la fe en los alejados”, añadió.
Así entonces, para que la piedad popular en las circunstancias del tiempo presente, pueda ser tenida como un verdadero medio para el anuncio hay que considerarla, en primera medida, como “objeto o escenario de la nueva evangelización, de modo que la fe que busca expresar, llegue a ser madura y auténtica”, señaló el secretario del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización.
Esto se logra, explicó, “en primer lugar, iluminando las prácticas de devoción para que sus intenciones coincidan, en significado y jerarquía, con las verdades de la fe y su consecuente exigencia moral”.
En segundo lugar, “mediante la decidida acción de los pastores quienes han de acompañar estas devociones según la verdad, aún a costa de renunciar a ciertos beneficios que el mantenimiento de algunas de ellas podría comportar”.
En tercer lugar, “favoreciendo la comprensión de la trabazón cristiana existente entre piedad popular y la naturaleza de la liturgia. En este último medio, el conocimiento, proclamación y meditación de la Palabra de Dios será de gran ayuda, pues por ella Dios se revela y comunica a sí mismo, y a través de ella, los bautizados pueden entablar un diálogo sincero con Él”.
“Orientar las distintas manifestaciones de piedad del pueblo de Dios hacia la inteligencia de la fe y hacia la práctica sacramental, ha de constituir una de las tareas que, con gran solicitud, han de tener en cuenta los pastores de la Iglesia para aprovechar la piedad popular como escenario de la nueva evangelización”, concluyó.
Y sobre este mismo argumento, rico de matices, orientado a cómo arraiga la fe en las diversas culturas, con experiencias que pueden aplicarse en todos los continentes, habló monseñor Jesús Esteban Sádaba Pérez OFM Cap, obispo titular de Assura, Vicario Apostólico de Aguarico, Ecuador.
“Anunciar el evangelio en la propia cultura es algo importante para el momento actual, en culturas tradicionales y modernas”, dijo al comenzar su intervención.
“La Encarnación es el fundamento de la inculturación –recordó–. Mientras no se llega a evangelizar la cultura no penetra el evangelio en la persona. San Pablo quería hacerse ‘judío con los judíos, griego con los griegos, para llevar a todos a Cristo’”.
Mencionó la dificultad que tienen algunos evangelizadores y misioneros cuando “en las culturas ancestrales se considera con frecuencia la presencia del Evangelio como una colonización”.
Hay dos actitudes ante esta realidad, expuso: “la de un estudioso de la ‘política de las religiones’ que afirma que ‘sólo si es creíble en Europa, la Iglesia será creíble en el mundo’”, y “la del misionero recogida en el consejo dado por monseñor Alejandro Labaka, obispo misionero muerto con fama de martirio en la amazonia ecuatoriana”.
“Amar a quienes queremos evangelizar, creer sinceramente que el Espíritu de Dios está actuando en todas las culturas y aceptar que el Evangelio no es patrimonio exclusivo de una cultura sino que puede y debe ser acogido por todas, es lo que llenará de la alegría del Evangelio a todos los pueblos”, concluyó.