Donde Navidad está de rebajas

En Japón, sucede lo que puede llegar dentro de poco a nuestras ciudades

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MADRID, viernes 21 diciembre 2012 (ZENIT.org).- De la otra esquina del mundo, en todos los sentidos, nos llega esta reflexión de un misionero italiano en Japón.

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Don Antonello Iapicca*

Será porque en esta parte avanzada del mundo el sol aparece antes que en los demás lugares, y todo corre a la velocidad de los trenes que van como misiles, pero en Japón la Navidad está de rebajas, ya antes de ser celebrada.

Sí, porque quien quiera conocer la suerte que le espera a Europa, solo tiene que venir por esta parte, donde la Navidad siempre ha sido solo X’mas y Santa Klaus. Ciertamente, en la Nochebuena, las Iglesias se llenan de curiosos, y alguno cruza el vado y decide convertirse en cristiano, pero para la gran mayoría de los japoneses el 25 de diciembre es un día como cualquier otro, se trabaja, y las iglesias están incluso menos llenas que el domingo.

Sin embargo la Navidad en un mundo pagano tiene sus ventajas, las de la Gracia especial que te desviste del sentimentalismo y de las vanidades con las cuales la revisten en las sociedades de la «antigua cristiandad». Y te encuentras como en Belén, siguiendo las huellas de la Sagrada Familia, en busca de un lugar donde dar a la luz la vida que sientes tener dentro y que nunca has podido experimentar de veras.

Estás solo contigo mismo, entre las falsas luces que iluminan, idénticas en Roma, Nueva York y París, los escaparates llenos de cosas efímeras, donde se reflejan, como emersos de un sueño prisionero de un acuario, los rostros demacrados de esperanzas vanas y decepcionadas. Y una pregunta sube prepotente, coágulo de todas aquéllas que te han agitado hasta el día de hoy, desvelando sin piedad la auténtica soledad que te ha acompañado: «¿cuál es mi lugar?».

En la familia, en la escuela, en el trabajo, donde sea buscamos un lugar donde ser. Pero no sabemos contestar, porque somos extranjeros en cada lugar, a cada instante mendigando una concha donde descansar y ser amados. ¿Quizás mi lugar son mi marido, mi mujer, mi novio, mis hijos, mis amigos? ¿O el trabajo, la política, el estudio, el deporte, la diversión, los proyectos, la casa, el dinero? No, todo fluye y se muestra efímero, aunque intenso y atractivo, mientras dentro queda un sentimiento de insatisfacción. Así jadeamos imaginando un camino para realizarnos y que nos conduzca a un lugar que sea y no pase jamás.

Pero, cuando nos paramos y miramos a nuestro alrededor, sólo tocamos la noche. Es de noche para Japón y para el mundo, oprimido por los engaños y el olor a muerte. Está oscuro alrededor y dentro de nosotros. Pero si hoy mantas oscuras no nos envolvieran haciéndonos pequeños, incapaces y débiles, no sería Navidad. La luz, en efecto, brilla en la noche, y es la nuestra, la de quien no tiene un lugar donde descansar y encontrar verdadera felicidad y consistencia y sentido a su propia vida. Como fue aquella noche de hace dos mil años, que acogió los pasos de una Familia santa que mendigaba un lugar en su propia aldea, y dolores de una Madre y ansiedades de un padre, y ningún lugar más que un establo, una gruta sucia, fría, anónima, el último lugar de este mundo. El último lugar, el único donde es Navidad.

Esta es la alegría que hemos aprendido a experimentar en Takamatsu, Osaka y Tokio, la misma anunciada por los ángeles a los pastores: la Gloria de Dios baja sobre el último lugar de la tierra, el nuestro aquí en Japón y el de cada uno; así nos encontramos en familia, abrazados a la Palabra que nos ha salvado, celebrando en casa o en la iglesia la Eucaristía que desata la gratitud en los padres y en los hijos, misioneros o japoneses, porque lo que fue un depósito de fracasos y dolores, miedos y fugas, locuras y pecados, se ha convertido en el lugar de la Gloria de Dios.

En esta noche de nuestra existencia, rehén de crisis mucho más graves y profundas que las económicas, baja el amor de Dios para hacerse carne en un Niño acostado en el sucio pesebre donde no hemos podido saciarnos.

No existe otro sitio para nosotros, porque nuestro lugar es este último lugar, este rechazo, esta angustia, este temor, este vacío que nos viste los días, santificado, hecho precioso, hermoso y dulce, que brota alegría y paz, al ser rozado por los miembros santos del Niño Jesús.

Nuestra vida en el último lugar es su morada, la «señal» ofrecida a los «pastores» que no conocen a Dios, en Japón y en todo el mundo. Un belén, un establo sucio y maloliente, salpicaduras de estiércol, paja y barro, no tiene nada bonito que exponer. Sin embargo, como nuestra vida, esta nada llena de amor, es el lugar más bonito de la tierra, conmueve y llama a conversión a quien quiera que habite en el mismo establo.

Es Jesús que santifica nuestra vida sembrando en ella su Cuerpo que vence a la muerte. Es aquí donde llega su Madre, la Iglesia, para anunciar a los japoneses que visitan nuestras casas, el acontecimiento que hace de cada último lugar el primero en el corazón de Dios. Así la Navidad ilumina esta Tierra, como también irradiará la Europa de mañana y cada rincón del mundo: nuestras vidas hechas regazos de la Vida que vence el pecado, acomodadas con Cristo en un pesebre, son transformadas en pan para cada hombre, en amor puro y crucificado, el lugar para el cual hemos nacido.

* Don Antonello Iapicca es misionero en Japón

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ZENIT Staff

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