En su reflexión semanal en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (América TV), monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, Argentina, y presidente de la Comisión Episcopal de Educación Católica, reflexionó sobre el comienzo de un nuevo año considerando que se abriga “una cierta esperanza”, pues “todo comienzo nuevo nos invita a que uno se forje ilusiones, o proyecte deseos irrealizables, pero sí que uno nutra una cierta y saludable esperanza”.
Consideró --informa la Oficina de Prensa del Arzobispado- que “es bueno” aunar los “dos planos de la esperanza: la esperanza humana y la esperanza teologal, cristiana, sobrenatural, porque en el fondo estos plazos que vamos cumpliendo, año tras año, algún día se acabarán para nosotros y llegaremos al plazo definitivo, al momento del paso por excelencia. ¿Qué es lo que nos espera allí? Nos espera Dios, nos espera la vida eterna”.
Luego señaló que así como “es fundamental nuestro empeño, es decir nuestra búsqueda y obediencia a la voluntad de Dios” así también “en el orden colectivo, cuando esperamos una Argentina mejor, una Argentina posible y futura mejor, debemos comprometer nuestra decisión y cada uno hacer su parte en la obra común”.
El prelado dijo que todos “tenemos que colaborar, cada uno de nosotros hacer bien lo suyo, y en este campo hay una escala muy grande de responsabilidades. Algunos de los que nos están viendo dirán ¿y yo que puedo hacer? Usted puede hacer mejor lo que tiene que hacer. Por su parte, aquellos que tienen responsabilidades mayores tendrán que esmerarse más en hacer mejor las cosas que son propias de su cargo y sobre todo superar los intereses privados, individuales, de grupo, de sector, para trascender al gran interés nacional. A nosotros nos ayuda la gracia cristiana de la esperanza, que nos anima a emprender todo aquello corresponda a nuestra vocación, a nuestra responsabilidad, a nuestro papel en la sociedad, como para que las cosas nos vayan mejor”.
Finalmente pidió recordar que “la oración es la que interpreta nuestra esperanza. Entonces aquello que sea objeto legítimo de esperanza, tenemos que hacerlo objeto de nuestra oración. Es decir, tenemos que rezar también para que nos vaya mejor. Para que nosotros, obedientes a la voluntad de Dios, podamos ser mejores”.