Diversas clases de violencia siguen azotando a nuestro pueblo. Desde la delincuencia común, como asaltos en la calle, en los comercios o en las casas, muchas veces con saldos rojos, hasta la más sofisticada y organizada del narcotráfico, de las redes de secuestradores, extorsionadores y traficantes de personas, órganos humanos y animales. En pueblos pequeños del centro y norte del país, comerciantes, taxistas, transportistas y hasta quienes subsisten con un insignificante puesto en el mercado, deben pagar cuotas mensuales no al erario público, sino a organizaciones criminales, que amenazan y matan a quienes se resisten a sus injustas e inmoderadas demandas.
En muchos hogares hay violencia, verbal y física. Muchos varones se comportan en forma prepotente contra la mujer y los hijos. Pequeñas tiendas se han protegido con barras de fierro, por la inseguridad reinante. Pareciera que todos debemos poseer armas, para protegernos, o poner alarmas por todas partes. En algunos lugares del país, la gente ya no puede acudir confiada a centros de diversión, porque en cualquier momento se desatan las balaceras y todos corren a refugiarse.
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Al respecto, ha dicho el Papa Benedicto XVI: “Estamos conscientes de que hoy en día la violencia se manifiesta en muchas formas… La violencia criminal es responsable cada año de la mayor parte de las víctimas por muerte violenta en el mundo. Este fenómeno es hoy tan peligroso que constituye un grave factor desestabilizador y, a veces, somete a una dura prueba la misma supremacía del Estado. Las formas más graves de las actividades criminales pueden ser identificadas en el terrorismo y en la delincuencia organizada. Esta prolifera en los lugares de la vida cotidiana y, a menudo, actúa y golpea a ciegas, fuera de toda regla. Estos delitos destruyen las barreras morales establecidas progresivamente por la civilización y vuelven a proponer una forma de barbarie que niega al hombre y a su dignidad.
La violencia es siempre inaceptable en sus diversas formas de terrorismo y delincuencia, porque hiere profundamente la dignidad humana y constituye una ofensa a toda la humanidad. Por tanto, es un deber reprimir el crimen en el ámbito de las reglas morales y jurídicas, porque las acciones contra la delincuencia han de ser realizadas siempre en el respeto a los derechos humanos y a los principios de un Estado de derecho. En efecto, la lucha contra la violencia debe apuntar ciertamente a detener el delito y a defender la sociedad, pero también al arrepentimiento y a la corrección del delincuente, que es siempre una persona humana, sujeto de derechos inalienables, y como tal no debe ser excluido de la sociedad, sino rehabilitado” (9-XI-2012).
Hacer intro
COMPROMISOS
¿Qué hacer? ¿Qué nos toca a cada uno? Dice el Papa: “Es preciso prestar atención especial a los factores de exclusión social y de indigencia que persisten en la población y que constituyen un medio de violencia y odio. Es necesario también un compromiso particular en el plano político y pedagógico para resolver los problemas que pueden alimentar la violencia y favorecer las condiciones con el fin de que ella no nazca, ni se desarrolle. Por tanto, la respuesta a la violencia y a la delincuencia no puede ser delegada simplemente a las fuerzas del orden, sino que reclama la participación de todas las instancias que pueden incidir sobre este fenómeno: las familias, los centros educativos, entre ellos la escuela y las entidades religiosas, los medios de comunicación social y todos los ciudadanos. Cada uno tiene su parte específica de responsabilidad para un futuro de justicia y de paz”.
En vez de sólo culparnos unos a otros por la violencia criminal, asumamos la parte que nos corresponde en la familia, en la educación, en la política, en las iglesias, en los medios de comunicación, en la generación de empleos, en la aplicación de las leyes para evitar la impunidad. En vez de sólo quedarnos en análisis de la realidad sobre este asunto, acerquemos a adolescentes, jóvenes y familias a Jesucristo, único que puede cambiar de raíz el corazón.