Amparo Erichsen remite un artículo que ha traducido del noruego para ZENIT, a través del enlace de la página web que permite enviar noticias y comunicados. El artículo de Sverre Vatnar, fue publicado por el diario Aftenposten de Oslo, el 25 de enero de 2013. Amparo Erichsen lo tradujo al español porque le pareció de gran importancia –en realidad la tiene–. Con gusto lo ofrecemos a los lectores en el espacio “Foro”, esperando sea tema de debate en sus círculos.
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Necesitamos un cielo más amplio
»El conocimiento de las personas religiosas debe ser aprovechado para construir una sociedad próspera». Estas son las palabras del presidente Hu Jintao en la China comunista. Hay un renacimiento religioso en el mundo que va de la mano con la modernización y la globalización, en parte como reacción a estas.
A Jürgen Habermas, el humanista más importante de Europa le parece que en Europa es diferente. El habla, acerca de «la sociedad postsecular» y la necesidad de valores religiosos como un contrapeso a la cultura de consumo capitalista.
Aquí en Noruega se debate la cultura noruega y la respuesta del Comité de la Espiritualidad a la religión y a las creencias es el laicismo y la neutralidad religiosa. ¿Tiene esto sentido?
Desafíos del Secularismo
En una sociedad mixta, el laicismo puede parecer atractivo. Al parecer, garantiza la inclusión de todos los ciudadanos. Entonces, el peligro del relativismo cultural queda subestimado. Si todo tiene el mismo valor, entonces todo puede ser indiferente.
El sociólogo Christian Smith ha escrito recientemente el libro Lost in Transition, basado en un estudio hecho entre los jóvenes americanos: Se demuestra que la percepción del bien y del mal se ha debilitado, debido a que a muchos jóvenes se les ha enseñado, no sólo a tolerar las opiniones de los demás, sino también a verlas como igualmente válidas. Cuando se les preguntó acerca de la conducta cuestionable de los demás, muchos respondieron que a cada persona le correspondía decidir lo que era correcto.
El secularismo también puede crear un vacío de valores lo que a su vez puede hacer fallar el éxito de la integración y la creación de una sociedad paralela, como se ve en varias ciudades europeas, y el escape de las familias noruegas de Groruddalen (un barrio en las afueras de Oslo) puede indicar que la misma tendencia pudo haber comenzado aquí.
El secularismo rechaza la importancia del cristianismo. Los valores cristianos fueron los que construyeron Noruega. A todos los recién nacidos se les dio el derecho a la vida, la poligamia cesó y los esclavos consiguieron la libertad. La Iglesia estableció hospitales y la Confirmación de los jóvenes le dio la oportunidad a la gente de mejorar la lectura y la escritura.
Regreso al futuro
Habermas dice que sólo las comunidades que adoptan «los contenidos esenciales de sus tradiciones religiosas, serán capaces de rescatar la esencia de lo humano.
Él tiene razón. Los valores cristianos –la compasión, la dignidad humana, la administración, la familia, el trabajo y la frugalidad- no son del pasado, sino que son un requisito previo para nuestro futuro: el trabajo, la austeridad y el conocimiento son necesarios para manejar la gestión de nuestra riqueza petrolera y la transición a las nuevas industrias en el futuro. Si podemos evitar el consumo y el materialismo excesivos, podremos ganar la batalla contra el cambio climático. La familia es fundamental, porque se trata de la crianza de los niños. Se trata de la posibilidad de que las tasas de natalidad sostenibles sean el contrapunto al envejecimiento de la población y a la capacidad de mantener el bienestar social actual. La caridad y la dignidad humana son centrales, porque estamos hechos para algo más grande que sólo ser suficientes nosotros mismos.
Necesitamos un cielo más grande que las luces de neón y los carteles publicitarios, un horizonte más amplio que el próximo trimestre y una fuerza más fuerte que el placer a corto plazo. La caridad, la dignidad y la conciencia. Esta es la esencia de nuestra tradición religiosa. Si no, el esencial humano quedará perdido en la fogata del individualismo.