¡Qué oportuno, urgente y necesario es alimentar, cuidar, e incluso recuperar, hoy en día, nuestra capacidad de serenidad, confianza y gusto por la vida!
Porque estamos hechos, y necesitamos en el fondo, de pocas cosas esenciales pero verdaderas, ¡qué poco hace falta para arrancar una sonrisa, algo que nos haga felices! Normalmente se trata de algo banal, intrascendente, hasta ridículo, tonto o exagerado incluso, pero ahí está, en medio de nuestra realidad con toda la sencillez de un gesto común, que se vuelve extraordinario por lo que llega a conmovernos.
Si es así el origen de una simple sonrisa o carcajada, ¡qué no será cuando hacemos el esfuerzo de ir al origen de lo que realmente corresponde tanto a nuestro corazón! Preguntémonos todos: ¿quién puede hacer que cada día mi corazón lata, mis pulmones se puedan llenar de aire fresco, mi mente discurra un montón de ideas… mi vida tenga un sentido y una oportunidad más de experimentar todo lo bueno, verdadero y bello de esta existencia?
Estamos en Pascua y se me ocurre que ésta puede ser la primera y mejor reflexión para estos cincuenta días de celebración. La resurrección de Cristo es un hecho histórico único y a la vez es, para todo creyente, el gran motivo de fe, alegría y esperanza. Nos podemos preguntar cada día: ¿con qué gestos concretos, de esperanza, de alegría profunda, voy a manifestar hoy a los demás la importancia de este acontecimiento en mi vida, en mi casa, en mi trabajo y con todos los que me encuentre hoy?
No podemos estar igual antes que después de saber lo que encierra este gran misterio de la profunda y verdadera alegría. Podemos estar más o menos contentos por el encuentro con alguien, podemos estar ilusionados por haber recibido tal o cual noticia, o por haber conseguido este objetivo concreto, pero la cumbre de toda felicidad no está en algo que caduca, en algo que se lleva el tiempo, porque no estamos hechos para algo temporal y efímero.
Descubrir la razón de la verdadera alegría supone en primer lugar ir al fondo de cada sonrisa, de cada gesto amable y caritativo, de cada amanecer y atardecer, de cada detalle tierno… y ver a lo que está remitiendo: si a sí mismos o a algo mucho más grande. No a algo, sino a Alguien mucho mayor.
Cuando se quiere y se pide vivir así intensamente la vida, cuando todo se entiende como gracia y don de Dios, sea lo que sea, y éste puede ser el siguiente paso, todo se vuelve de otra manera. No cambian los ojos, no, pero sí la forma de mirarlo todo, de comprender el origen, la unidad y consistencia de la existencia entera. Entonces es cuando podemos recobrar la confianza y la esperanza en que Alguien vela y cuida de todo, que es Padre providente y bueno con nosotros.
Incluso en medio del dolor, de la prueba, está presente porque antes su Hijo, su rostro encarnado entre nosotros, ha realizado la experiencia que nos toca vivir, llevando en sí todo el peso del mal, la enfermedad y la muerte que nos han venido por el pecado. Su Gracia vale más que la vida y es sobreabundante para que no haya nada que nos pueda separar de Él. Él ha triunfado, ha resucitado y es nuestra esperanza.
¡Feliz Pascua a todos! ¡Que nuestro Salvador Jesucristo haga vivir, en nuestro corazón, familia, parroquia y colegio, el surtidor de alegría que Él nos da, que salta hasta la vida eterna!