Según cuenta el mismo Francisco en su biografía, su madre le hizo gustar la ópera a través de las transmisiones radiales que ella misma le explicaba. Fue el medio de comunicación que lo acercó al arte, a la música y al futbol. No sería extraño entonces que, también reunidos en familia, haya escuchado los Radiomensajes de Navidad que emitía el papa Pío XII.
En estas famosas intervenciones, el pontífice fue desarrollando una doctrina por la paz y el desarrollo, donde el papel de la Iglesia iba surgiendo como un faro ante las situaciones de posguerra que le tocaba vivir al mundo.
Es probable que este magisterio --que algunos consideran el germen del Concilio Vaticano II--, fuera también asimilado por el pequeño Jorge Bergoglio, en especial aquel Radiomensaje de 1945 en que el sumo pontífice decía: “Como Cristo asumió una verdadera naturaleza humana, la Iglesia asume la plenitud de todo lo que es auténticamente humano y, elevándolo, hace de ello un manantial de fuerza sobrenatural, sea cual sea la forma en que lo encuentre”.
Mirando a su alrededor, donde las consecuencias de la guerra y del subdesarrollo en su país y en el continente destrozaban el alma, en el corazón de Jorge empezaría a surgir la pregunta: ¿Por qué Señor?
Es obvio que no estamos ante un niño cualquiera, por lo que no sería extraño que más de una vez cuestionara sobre su rol en la sociedad, el aporte que podría hacer a futuro y por qué no, a qué nivel de compromiso llegaría su vida…
Primeras ilusiones
La América Latina --incluida la Iglesia--, que vio crecer al actual papa se encontraba en una fase de identificación propia, menos dependiente, sobretodo después que Europa y Estados Unidos se desplazaban y dejaban de ser el centro geopolítico del mundo. Surgen así los términos del bloque de los “No alineados” y el triste epíteto del “Tercermundismo”.
Por ello no es difícil de explicar que la formación de muchos institutos religiosos y seminarios de la época, así como en la reflexión de obispos y presbíteros empezara a cambiar. Se entendía la urgencia de una mayor coherencia a través de un evangelio inculturado, y la liberación de aquellas realidades --que al ser tan dependientes--, no podrían resurgir jamás, ni mucho menos responder a los signos de los tiempos.
Algunos ven aquí la coyuntura más evidente para el nacimiento de la Teología de la Liberación, la cual necesitó muchos años --y el trabajo de dos papas--, para ser ubicada en su escalafón justo, librándola de lecturas políticas o enemistades con la autoridad jerárquica.
Unido a esto, la Cepal –-organismo de las Naciones Unidas preocupada por el desarrollo del continente latinoamericano--, empezó a difundir a fines de los 60 la llamada “teoría de la dependencia”, que advertía que el desarrollo del “norte” producía a la vez el subdesarrollo del “sur”.
No es raro entonces que en el novicio jesuita y posterior presbítero joven, se fueran marcando las legítimas ideas de una Iglesia servidora, coherente, pobre y comprometida con el desarrollo de sus ciudadanos, especialmente con las víctimas de sistemas totalitarios y de otros, indiferentes con los sufrimientos de los más débiles.
Medellín: Ver, Juzgar y actuar
El neo-presbítero ordenado en 1969, recibiría junto a un misal y una patena, también el documento con las Conclusiones de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano – Celam, que se había reunido un año antes en la ciudad colombiana de Medellín.
La expectativa por conocer este documento era doble, sobre todo porque tanto el evento como la pubicación final habia contado con la activa participación del gran cardenal argentino Eduardo Pironio, en ese entonces secretario general del Celam, y hoy camino a los altares.
Formado en Doctrina Social de la Iglesia, el padre Bergoglio era testigo del poco prestigio con que contaba esta entre políticos, ideólogos e incluso en el mismo clero. Esto debido a que ante los graves problemas del continente, que enterraban sus profundas raíces en situaciones de injusticia e inequidad, el pensamiento social de la Iglesia solo presentaba fundamentos y principios que se topaban con murallas infranqueables de indiferencia, oídos sordos y amenazas veladas.
Con el documento entre sus manos, descubriría en sus horas libres de profesor y cura de parroquia, que los problemas y esperanzas de los hombres encuentran respuesta si son tratados como lo que realmente son: realidades humanas que, iluminadas por su Creador, pueden ser transformadas desde sus raíces y a la vez contribuir con otras realidades circundantes.
Para esto, el modelo 'Ver-Juzgar y Actuar' que proponía en sus líneas el documento de Medellín, daba una esperanza para buscar, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio, las grandes respuestas a situaciones que se resignaban a convivir con los obstáculos.
Es de imaginar aquellas largas horas de lectura y reflexión, ya sea a nivel personal o de grupo, que vivió con intensidad el padre Jorge, donde se encontraba con fascinantes temas como la 'promoción humana', el 'desarrollo integral de la persona' o la denominada 'pastoral de conjunto'. ¡Cómo no entusiasmarse y ponerse el delantal del servicio!, diría desde entonces...
En el caso de la evangelización, se proponía ya un acompañamiento maduro en comunidad --como en los primeros tiempos--, para que el creyente creciera en la fe como un verdadero converso. Algunos empezaron a llamarlas “Comunidades eclesiales de base” que hasta el día de hoy son eficaces, lleven ese nombre o no, sobre todo si actúan en comunión con la parroquia y la diócesis.Eran conceptos impregnados todos por la realidad iluminante del Concilio Vaticano II que presentó a la Iglesia –-jerarquía y fieles--, como un verdadero “Pueblo de Dios”.
Bergoglio no le prestaría menos atención a las conclusiones de los obispos latinoamericanos -–apoyados por Pablo VI--, que recomendaban una atención especial a realidades como la familia, la justicia, la paz y la juventud. O los urgentes temas de la catequesis, la liturgia, la formación del clero y los innovadores medios de comunicación.
Temas fundamentales
Todos los aspectos que iba descubriendo en el nuevo documento, hacían del hoy papa Francisco un hombre de gran sensibilidad con el dolor y el sufrimiento de su pueblo. Con las armas del evangelio y el magisterio, se sentía capaz de iluminar las realidades que le tocaba enfrentar cada día como presbítero, sea en las comunidades marginales que visitaba como en el foro interno de sus fieles y alumnos.
Consciente de la fuerza con que Dios alentaba estos esfuerzos, siempre se mostraba dispuesto a dar más de sí, a desprenderse de las taras temporales y a vivir en su propio cuerpo aquellas mortificaciones que eran el pan de cada día de sus feligreses –-con el perdón de los que no tenían ni ese pan.
Medellín fue para el padre Bergoglio, la gran oportunidad de vivir e invitar a vivir una plena comunión con el Padre, con fe profunda y arraigada. Y así, finalmente, acceder en esta tierra al Reino de Dios o Civilización del Amor, donde se puedan vivir los valores de la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la paz y el amor.
Se dio cuenta sin duda, que el documento de Medellín no era el “manifiesto político” que algunos quisieron atribuirle para desprestigiarlo. Esto provino de algunos sectores alarmados quizás por lo explícito de una "opción preferencial por los pobres" --que después en Puebla se aclararía que no era ni exclusiva ni excluyente--, sino que respondía a un conjunto de enseñanzas de los obispos latinoamericanos que en comunión con el santo padre, impulsaban una “presencia profética” en la Iglesia.
Le bastaba leer la Introducción al documento: “De este modo ella (la Iglesia) no se ha “descuidado” sino q ue se ha “vuelto” hacia el hombre, consciente que para conocer a Dios, es necesario conocer al hombre”.
Es cierto que el papa Francisco viene haciendo cosas que “desorientan” a algunos... Pero, dada su formación venida desde los años 50 y 60 en la Iglesia latinoamericana, lo que vemos es que quiere hacer volver también a la Iglesia sobre sus pasos, sobre aquellos pasos que alguna vez le dieron mejores resultados y credibilidad.
Continuará…
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