Ofrcemos el comentario al evangelio del III Domingo de Pascua (Juan 21,1-19), de monseñor Faustimo Armendáriz, obispo de Querétaro, México.
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El evangelio de hoy nos describe una nueva aparición de Cristo resucitado a sus discípulos y donde el evangelista describe la acción clave de la Iglesia, la evangelización; lo hace en tres momentos: la pesca milagrosa, la comida a orillas del lago y el diálogo con Pedro.
El domingo pasado leímos la narración de la aparición de Jesús en el cenáculo, con rasgos más celestiales; aquí, en la playa del mar de Galilea aparece un Jesús más humano, metido en los quehaceres ordinarios y preocupado de sus amigos que no tienen qué desayunar después de una noche extenuante y de fracaso, porque, como, expertos pescadores, habían lanzado las redes a los cuatro puntos cardinales y no habían pescado nada. Es Jesús que nos acompaña en esas horas grises que a muchos nos abruman. En los quehaceres del hogar, de la oficina, de las fábricas, de las minas… El que recibe las palabras, las súplicas y los sentimientos de nuestras gastadas oraciones. Un Jesús que vive y que nos ofrece lo que necesitamos en el momento justo y en toda circunstancia.
En esta narración de la pesca milagrosa el evangelista ha querido describir toda la tarea evangelizadora de la Iglesia; en la Barca se encuentran siete discípulos, algunos de los Doce, y que quieren significar que la tarea de la evangelización es una responsabilidad de toda la comunidad, hoy de todos los bautizados.
Esta tarea se tendrá que hacer incluso en las circunstancias más difíciles, tema que se aborda con la ubicación de la pesca en el Mar de Tiberiades, (nombre pagano del mar) y que hace alusión al mundo hostil en que se ha de llevar a cabo la misión; sin embargo los discípulos misioneros nunca estarán solos, porque allí está Jesús en la orilla que prepara la comida, la Eucaristía, alimento cotidiano del seguidor de Jesús para fortalecerse en esta labor que tiene que ser infatigable.
En esta labor misionera de la evangelización, los discípulos reconocen la voz del Señor que a ellos se dirige en el mandato misionero, y que les señala el camino para recoger una pesca abundante. Por ello les ordena que echen la red a la derecha. Es allí, en la abundancia de los frutos que recogen, donde se percatan con claridad que es el Señor resucitado que les acompaña.
Por ello, en la tarea de la Misión Permanente no tenemos margen para el pesimismo o para el fracaso, sino que tenemos la seguridad de resultados abundantes; es la Palabra de Dios la que nos dice cómo y dónde tirar las redes siempre. El fruto de la misión depende de la escucha y práctica de la Palabra de Jesús, la cual es el alimento, junto con la Eucaristía, para quien quiera lanzarse al mar, a afrontar los desafíos de la olas encrespadas que amenazan, pero no podrán evitar que la pesca se realice.
“Señor, como los discípulos, creemos que somos incapaces, pero contigo la vida se vuelve fecunda, la pesca se hace posible, la misión se lleva a cabo, porque tú estás allí para alimentarnos, para impulsar y custodiar la barca, tu barca”.