En sus primeras intervenciones, el nuevo Papa ha hecho significativas insistencias. Unos las consideran como el inicio de una ruptura con el pasado eclesial; yo pienso que son el reflejo de la sensibilidad latinoamericana, fruto de la exigencia postconciliar, que se empieza a asumir en Medellín, de esforzarnos por ser una Iglesia más sencilla y servidora, más cercana al pueblo.
El Papa ha insistido en la centralidad de Jesucristo, y éste crucificado; en la urgencia de salir y ser más misioneros; en la necesidad de ser una Iglesia pobre y para los pobres; en cuidar la creación. En esto, está en perfecta continuidad con Benedicto XVI, Juan Pablo II y demás papas. Cambia el estilo, no el fondo.
En sus palabras, he recordado varios pasajes de nuestro documento de Aparecida, donde el cardenal Bergoglio convivió durante tres semanas con quienes allí laboramos, presidiendo la Comisión Central de Redacción, junto con el cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga y Mons. Carlos Aguiar Retes. Fueron la columna vertebral que concentró nuestras aportaciones, para que llegáramos a una redacción final ampliamente consensuada.
ILUMINACION
El Papa ha hablado varias veces de la centralidad de Cristo. Al respecto, decimos en Aparecida: “Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (12). “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (18).
El Papa nos está lanzando a salir hacia las periferias existenciales. En Aparecida se dice: “Redescubramos la belleza y la alegría de ser cristianos. Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Éste es el mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (14). “La misión es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo” (145).
El Papa ha dicho que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. En Aparecida se dice: “La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano” (392). “Nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio” (396).
El Papa ha pedido lo que urge Aparecida: “Evangelizar a nuestros pueblos para descubrir el don de la creación, sabiéndola contemplar y cuidar como casa de todos los seres vivos y matriz de la vida del planeta, a fin de ejercitar responsablemente el señorío humano sobre la tierra y los recursos, para que pueda rendir todos sus frutos en su destinación universal, educando para un estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias” (474).
COMPROMISOS
El Papa no puede lograr, él solo, los cambios que el Evangelio y los tiempos actuales requieren. Analicemos cada quién qué nos corresponde, y seamos esa Iglesia que Jesucristo anhela.