Una nueva escalada en la tensión ya insostenible del drama sirio se alcanzó ayer por la tarde con el secuestro de los dos obispos: Mar Gregorios Yohanna Ibrahim, metropolita de Aleppo para los siro-ortodoxos, y de Mar Boulos el-Yazji, metropolita ortodoxo de Aleppo. Una nueva carga de miedo y de incertidumbre ha sido derramada en los corazones ya atribulados de los cristianos sirios.
¿Que sucederá después de esta nueva encrucijada? ZENIT ha querido dejar la palabra a un sacerdote que persevera en su tierra y en su parroquia de Aleppo. Para tutelar su seguridad, la de sus familiares y la de su comunidad, hemos preferido no revelar sus datos personales. El mismo nos ha confesado: «no es importante mi nombre. Lo importante es que se anuncien la voz y el testimonio, el sufrimiento y la esperanza de los cristianos”.
Hemos querido escuchar de él mismo los ecos de la vida cotidiana, a la sombra de lo que ha definido: el “desorden organizado” y sistemático. Lo que nos ha sorprendido es la constatación de que a pesar de la nube negra y espesa que domina la situación siria, hay de todos modos un vislumbre de esperanza que no surge de un optimismo ingenuo, sino de una mirada de fe radicada en las palabras –ya convertidas en experiencia- de san Pablo: “¿Quién nos separará por tanto del amor de Cristo? ¿Quizá la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Justo como está escrito: Por tu causa somos puestos al borde de la muerte todo el día, somos tratados como ovejas para el matadero. Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por virtud de Aquél que nos ha amado”.
Este grito de esperanza no es lirismo estético sino una realidad cotidiana que se traduce cada día en una opción consciente: permanecer, no por la tierra sino por el pueblo de Dios que –como dice san Agustín– hace su peregrinación histórica “entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”.
La guerra ha impuesto un “calendario di emergencia”. Cuál es su programa cotidiano como sacerdote?
–En la situación actual, el trabajo pastoral como los hemos vivido siempre está en suspenso. Se ha transformado en un trabajo de ayuda humanitaria. Las visitas pastorales y las diversas actividades han tomado un perfil diverso precisamente para responder a la situación de emergencia actual. Hemos transformado, por ejemplo, con la colaboración del Comité Sirio para el Desarrollo, dos escuelas en un lugar de acogida para los refugiados musulmanes, justo para mostrar que la Iglesia está al servicio del hombre, cada hombre, prescindiendo de su pertenencia étnica o religiosa.
Por lo que se refiere a las obras de caridad y de alivio del dolor, colaboramos estrechamente como parroquia con la Cruz Roja y con Caritas.
Seguimos de todos modos celebrando la misa diaria en las zonas aún habitadas y notamos un aumento de la frecuencia cotidiana de los fieles. ¡Los cristianos han empezado a buscar más la esperanza que viene del Cristo resucitado de los muertos!
Me urge subrayar también que muchísimos sacerdotes están comprometidos de modo estable junto a los laicos en el servicio a la ayuda material en las parroquias y en las diócesis.
¿Han recibido alguna amenaza como parroquia?
–Es archisabido que lamentablemente muchas iglesias –incluso iglesias antiquísimas que son patrimonio de toda la humanidad– han saltado por los aires. Gracias a Dios, nuestra iglesia no ha recibido todavía amenazas directas. Desgraciadamente sin embargo muchos de nuestros parroquianos han sido amenazados y han tenido que dejar el país o al menos han tenido que desplazarse hacia zonas menos atribuladas.
No obstante, y sobre todo en proximidad de las grandes fiestas, se han hallado coches con bombas en proximidad de las iglesias. La providencia divina ha permitido que nuestros conciudadanos se dieran cuenta del peligro y por tanto las bombas fueron desactivadas antes de que explosionaran.
¿Qué esperan los cristianos de Aleppo de la Iglesia?
–La gente nos hace preguntas todos los días, pero creo que todas convergen en este punto: ¿debemos dejar el país o quedarnos y conservar la presecia cristiana en el Levante? –Yo, y lo digo con sinceridad, aconsejo a quien pueda que se aleje, aunque sea momentáneamente.
Es cierto que debemos testimoniar a Cristo ante la situación de caos cotidiano que vivimos. Pero esta respuesta no quiero que sea idealista y abstracta. La realidad diaria es dramática y vivimos un gran desorden. No sabemos si saliendo por la mañana de nuestras casas, regresaremos por la tarde. Por esto, mi respuesta a la gente es esta: Cada uno debe ponerse ante la propia conciencia y revisar las propias opciones, la situación de su familia, y hacer la elección dictada por el discernimiento de la voluntad de Dios.
Miremos con realismo las cosas: ¿Qué puede ofrecer la Iglesia concretamente a los cristianos sirios ahora? Estamos más que agradecidos por el apoyo de todos los cristianos y en modo particular al papa Francisco con sus repetidos llamamientos en favor de la “amada Siria”. Estamos también agradecidos por las ayudas que nos llegan. Pero la verdad sigue siendo que una cesta de ayuda alimentaria no es suficiente. Los cristianos de Aleppo y de Siria buscan seguridad, perspectivas, esperanza. Con las ayudas, si no nos matan, podemos sobrevivir una semana, un mes, quizá incluso un año… y luego? Por esto la respuesta cada uno se la debe dar sólo segñun su propia conciencia y sus posibilidades.
Y usted ¿por qué no deja Siria?
–Primero, porque Siria es mi país. Y yo como cristiano pertenezco a esta nación. Segundo, y más importante, por mi misión sacerdotal. A pesar de todas las certezas y las posibilidades que tengo para poder dejar el país (como el permiso de estancia en un estado extranjero, y la posibilidad de tener un visado), la llamada de Cristo sigue siendo para mí como sacerdote la de ofrecer la sonrisa de la esperanza: ¡no la mía personal y ni siquiera de la institución eclesiástica, sino la del mismo Cristo!
Solo cuando no haya ya cristianos aquí, estaré dispuesto a dejar el país. Lo que siento dentro es esto: si yo tuviera que dejar el país, dentro de mi corazón tendría un remordimiento más amargo que la muerte, el de haber dejado a los amigos e hijos con los que he vivido los tiempos buenos y que ahora, en los tiempos de la tempestad, habría abandonado.
Los dos obispos han sido liberados pero el mismo hecho del secuestro es una cuestión grave. ¿Qué peso ha tenido en su ánimo y en el de sus feligreses?
–Ha sido un enorme choque. Nos ha dejado con un fuerte sentimiento de susto y angustia. La pregunta que nos hacemos es esta: si han violado esta sacralidad, ¿cuál será el siguiente paso? Luego, la pregunta grave es esta: ¿qué sentido tiene este secuestro? ¿Qué sentido tiene secuestrar a dos obispos que es archisabido que no han ahorrado esfuerzos mínimamente en buscar llevar a las partes a la mesa del diálogo? ¿Qué sentido tiene secuestrar a dos personas que tienen como objetivo la concordia y la paz?
Su secuestro es un atentado al diálogo y a la paz. He aquí el contrasentido. He aquí el drama. Es un gesto estúpido y arrogante que encarna ninguna sabiduría ni política, ni social ni religiosa.
Frente a toda la mezcla de horror, miedo, valor, resistencia y rendición, ¿cuál es la palabra que resuena más fuerte?
—La palabra más fuerte que queda, la respuesta que doy es esta: morar en Cristo. Este morar no se funda en la debilidad ante la fuerza del agresor, sino que está construida en la misa cotidiana en la que cada día nos conformamos a Cristo crucificado en la esperanza de la resurrección. El es nuestro alimento cotidiano y nuestro baluarte en esta tempestad. Ante esta desesperación, gritamos: Cristo es nuestra espe
ranza.
Traducido del italiano por Nieves San Martín