Todos contra el hambre

Ofrecemos la colaboración habitual del obispo de San Cristóbal de Las Casas Felipe Arizmendi Esquivel, sobre la injusticia flagrante del hambre en un país rico en recursos como México.

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SITUACIONES

Que en nuestro país haya, oficialmente, más de siete millones que pasan hambre, es una vergüenza injustificable, desde todos los puntos de vista. Eso no lo podemos tolerar. El gobierno está haciendo su parte, pero no podemos tranquilizarnos con lo que éste haga. Es un hecho que a todos nos implica, aunque muchos lo quieran ocultar y no darle la importancia que merece; prefieren encerrarse en sus comodidades y en sus lujos, y no son capaces de dar a los pobres lázaros de hoy ni las migajas de lo les sobra.

Un programa oficial siempre está expuesto a que se le use con fines propagandísticos, o que unos se roben los recursos. Los responsables de estos programas merecen un justo sueldo, pero en pagarles se queda mucho más de la mitad de lo disponible. Lo mismo pasa con algunas ONGs que trabajan por los pobres, pero en los salarios de su personal se consume la mayor parte del dinero. Esto no descalifica la lucha contra el hambre, pero sí debemos advertir que el pecado de la ambición está en todas partes y desde siempre.

A los migrantes que pasan entre nosotros, procuramos darles algo para que, al menos, coman. Pero a veces casi se nos quitan las ganas de hacerlo, porque algunos mienten mucho. A uno de ellos, lo escuché, le ayudé y otros también lo hicieron, pues quería seguir hacia el Norte; pero luego me enteré de que pedía dinero mientras la gente estaba en Misa y, cuando el sacristán le pidió que no lo hiciera en ese momento, sacó un puñal para amenazarlo. Con todo y esto, seguimos ayudando, por lo menos a que no pasen hambre. Y en eso están empeñados muchos en nuestras parroquias, que abren su corazón para darles alimento, o al menos una moneda.

ILUMINACION

Jesús nos dijo que cuando diéramos de comer a quien tiene hambre, lo hacemos a El. Es el ejemplo que nos dejó, pues varias veces dio de comer a multitudes. Alimentar a quien tiene hambre, pues, hágalo quien lo haga, es servir a Jesús y esto tiene una recompensa eterna. Pero a quienes lo seguían sólo por comer, les reprocha y les dice que deben dar un paso más, buscar otro alimento, que es creer en el Enviado por el Padre, para que no sólo coman un día, sino para que tengan una vida plena, en este mundo, y en la eternidad.

Desde el Sínodo para América en 1997, se propuso: “La Iglesia en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados de todo género. Su actitud debe incluir la asistencia, promoción, liberación y aceptación fraterna. La Iglesia pretende que no haya en absoluto marginados” (EAm, 58).

Lo primero es la asistencia, pues es la más inmediata y concreta, que está al alcance de todos, incluso de los pobres. Es dar de comer, procurar la salud, dar ropa, una moneda, una tortilla, un pan, un vaso de agua. Es lo mínimo que podemos hacer. En el juicio final, lo que contará para la salvación es haber hecho algo por los necesitados.

El segundo paso es la promoción; es decir, lograr que los pobres sean capaces de valerse por sí mismos y no sean dependientes permanentes.

El tercer paso es la liberación, que es el “cambio de situaciones o estructuras injustas” (EAm 76). Los pobres son cada vez más numerosos, víctimas de determinadas políticas y de estructuras frecuentemente injustas” (Ib 56). Se trata no sólo de aliviar las necesidades más graves y urgentes mediante acciones individuales y esporádicas, sino de poner de relieve las raíces del mal, proponiendo intervenciones que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una configuración más justa y solidaria” (Ib 18).

El cuarto paso es la aceptación fraterna. En efecto, como dice San Pablo, “aunque repartiera todos mis bienes…, si no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor 13,3). Este amor no es un sentimiento superficial, sino un compromiso de solidaridad hasta desgastarse para que otros tengan vida digna.

COMPROMISOS

Tú y yo, ¿qué podemos hacer para que al menos algunos no pasen hambre? No podemos remediar el hambre de todos, pero sí podemos ayudar a un vecino más pobre, a un anciano abandonado, a los recluidos en asilos y cárceles, a los migrantes y a quienes se han quedado sin trabajo.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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