Mons. Carlos Manuel de Céspedes: pasión por Cuba y por la Iglesia

Crónica del funeral y de una vida. Vio en la revolución oportunidades en educación y salud, pero a un precio: «la pérdida de la libertad de pensar, opinar y escribir… de vivir».

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Con un ‘viva’ a Cuba, un apretado aplauso y el canto a la Virgen Mambisa, referido a la Virgen de la Caridad, centenares de cubanos dieron su último adiós al sacerdote e intelectual cubano Mons. Carlos Manuel de Céspedes García Menocal, fallecido en la mañana del 3 de enero en su residencia de la Parroquia de San Agustín en la Habana a los 77 años.

Con su muerte culmina la larga trayectoria de este sacerdote que repetía siempre que: “Cuba y la Iglesia son las dos pasiones mías. Siempre lo he dicho porque es así”, como indicó durante una entrevista en la televisión cubana en 2011.

Visitarle en su despacho de la Parroquia de San Agustín era constatar el orgullo con el que llevaba el nombre de su tatarabuelo, Carlos Manuel de Céspedes, a quien Cuba reconoce como el «Padre de la Patria, por haber iniciado las guerras de Independencia en la isla, en el siglo XIX. Rodeado de cuadros, fotografías y libros no ocultaba su satisfacción al narrar su procedencia y explicar el sentido de una bandera cubana con la imagen de su tatarabuelo en el centro.

“Cuando yo muera, no se donde irá a parar todo esto» comentaba, sin ocultar que vivía muy consciente de la herencia recibida y de sus apellidos. El de su madre le hacía descendiente del tercer presidente de la Républica de Cuba: Mario García Menocal.

En un gesto inusual, la prensa estatal se hizo eco de su muerte destacando su dedicación a la patria y a la Iglesia y resaltando su contribución al mundo de la cultura.

“Su velorio comenzó a las 3 de la tarde del día de su deceso, pero a la puerta de su casa se presentaron mucho jóvenes que él acogió, introdujo en el proceso de conversión y formación”, comentó Rolando Suárez, abogado de la Conferencia de Obispos. “Los jóvenes eran su tesoro más preciado, junto con los servicios diarios de atención y alimentos a ancianos pobres de la parroquia, su centro de formación con clases de idiomas, computación y ciclos permanentes de cine debate y opera, con apreciable participación de fieles y no creyentes”, indicó Suárez.

Estuvo expuesto hasta la misa de cuerpo presente a las 8 de la mañana del día sábado 4, presidida por el Arzobispo de la Habana, el cardenal Jaime Ortega Alamino. También acudieron obispos de otras diócesis, sacerdotes y representantes del gobierno cubano.

Mons. De Céspedes había estudiado filosofía y derecho en la Universidad de la Habana. Suárez le describe como “estirpe de políticos, con luces y sombras, pero con ideales patrióticos inclaudicables, que renunció a todo esto para servir como sacerdote”.

La decisión de su vocación no fue fácil pero una vez tomada “ya todo fue paz y tranquilidad, nunca tuve ninguna vacilación después”, señaló él mismo en una entrevista, afirmando que “he sido sacerdote célibe y he sido muy feliz”.

Estudió teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma en donde fue ordenado sacerdote en 1961. Dos años mas tarde regresó a Cuba, cuando las relaciones entre la Iglesia y la revolución cubana liderada por Fidel Castro en 1959 eran ya muy tensas. De aquel momento él mismo ha confesado que “le pedía a Dios realmente en mi oración íntima que me ayudara como sacerdote a ser elemento siempre de unión y nunca de división en Cuba, y lo he tratado de hacer”.

En 1966 fue nombrado rector del Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana. En palabras del cardenal Ortega durante la Eucaristía de su sepelio, “él fue, en aquellos momentos, el ‘salvador’ del seminario cubano como institución». Para Suárez, “su constancia y arrojo impidió que el seminario fuera cerrado, aunque le fue quitado su inmueble y se trasladó a otro edificio”. Años después ocupó los cargos de secretario de la Conferencia de Obispos y vicario general de Arquidiócesis de La Habana hasta su muerte

Por su modo de expresarse ha sido una figura controversial y considerado por muchos en la diáspora cubana como simpatizante de la revolución. Mons. De Céspedes no ocultaba sus buenas relaciones con la familia de Fidel Castro y con figuras afines al gobierno. Siempre defendió el respeto a quienes pensaban de manera diferente y distinguía entre la condena a las ideologías y las buenas relaciones con las personas.

“Acercó a muchos a Jesús y a su Iglesia sobre todo en ciertos ambientes muy anticlericales”, ha señalado Mons. Felipe Estevez, Obispo de San Agustín, Florida. “Tenía tacto y verbo para preparar como un Juan Batista a las personas disponiendolas al encuentro con Cristo”. 

José Villalón, fue asesor nacional de la Juventud Universitaria Católica (JUC) y dice que le recuerda como “hombre equilibrado, esclarecido, bien formado, heredero de una tradición cubana esencial y conocedor singular de la misma, por su trabajo pastoral en Cuba, por su apertura dialogal, y hasta por su simpatía y preclara figura”.

El católico Gustavo Andujar, concuerda en ello pero lo recuerda “sobre todo como el sacerdote amigo, siempre cordial y cercano, pastor muy atento a las necesidades de su parroquia y al servicio de la Iglesia”. Le califica de “hombre puente que vinculaba a la Iglesia con el mundo académico”. También reconoce que fue una figura polémica, sobre todo por sus pronunciamientos políticos, en los que ocasionalmente faltaba el equilibrio siempre deseable en las declaraciones de un eclesiástico”.

En 1998 se publicó en España la obra “Érase una vez en la Habana” en la que usando distintos géneros Mons. De Céspedes va hilando testimonios representativos del acontecer en Cuba y de los problemas de la isla. Su lectura descubre a un autor que no es precisamente simpatizante con todo lo que acontece en Cuba. Elogia la educación para todos pero deplora que no transite espíritu y que haya destruido una parte de la identidad. La obra reconoce los cambios que trajo la revolución y las oportunidades en educación y salud, pero a un precio: «la pérdida de la libertad de pensar, opinar y escribir… de vivir».

Autor de libros, innumerables ensayos y también poesía, su vida no se limitó al orgullo patrio y a la cultura sino que estuvo marcada por su sacerdocio. El mismo lo subrayó en más de una ocasión y en especial al referirse a la influencia que tuvo en su vida la del siervo de Dios y sacerdote cubano Félix Varela, de cuya vida había investigado y escrito prolíficamente.

Mons. Estévez reconoce que en la vida de Mons. De Céspedes, “al igual que en la del Padre Varela, el tema de la fe y la patria es central en su pensamiento”. En una entrevista, él mismo lo reconoció de esta manera: “El Padre Varela me fue estímulo y catalizador en el camino… Dios me ha librado de caer en la tentación de llegar a pensar que uno de mis dos grandes amores – Cuba y la Iglesia – me podría separar del otro, cuando es así que, no sólo han estado siempre integrados en mi vida, sino que siempre uno ha estimulado al otro (…). De la mano de ambos he podido atravesar los torrentes que, inevitablemente, he encontrado en mi andar, sin que las aguas nocivas me arrastren. Espero llegar así a la otra orilla, al calor y a la luz de nuestra antorcha viva”.

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Araceli Cantero Guibert

Ha publicado extensamente sobre el acontecer de la Iglesia en Cuba en los últimos 35 años. En la actualidad, colabora con la Diócesis de Holguín en la formación de los laicos y documenta en texto e imagen la vida de la Iglesia. Sus videos pueden verse en el canal de la Diócesis de Holguín

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