Hechos 1, 1-11: “Serán mis testigos… hasta en los rincones de la tierra”.
Salmo 46: “Dios asciende entre aclamaciones”.
Efesios 1, 17-23: “La esperanza a la que ustedes han sido llamados”
San Mateo 28, 19-20: “Vayan a todas las naciones”
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban.
Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20).
En los rincones suele quedarse la basura, el desperdicio, “el descarte”, como ha afirmado el Papa Francisco. Nadie lo ve, nadie lo tiene en cuenta, nadie se preocupa por los rincones. Aunque apeste, aunque lastime, solamente se esconde o disimula y se continúa viviendo como si nada. Eso pasó estos días de temblores con el viejo edificio: ya estaba muy deteriorado, pero se continuaba rentando. Ya habían advertido del peligro, pero seguían exprimiendo sus ganancias. Al final no soportó: la enorme estructura se vino abajo porque estaban deteriorados sus cimientos. Si se desprecia lo pequeño, lo escondido, la sociedad también se vendrá abajo.
Cuando hacemos un análisis serio de la realidad, con frecuencia terminamos agobiados por los graves problemas que se nos presentan: creciente narcotráfico, crímenes horrendos que nos hacen estremecer, profecías que auguran un desabasto mundial de alimentos, pérdida de valores, graves conflictos individuales y entre las naciones, el flagelo angustiante de la migración y la trata de personas. Lo más triste e indignante es que parecería que no nos damos cuenta de la situación. O si la reconocemos, nos quedamos como impotentes ante tanta miseria. Sólo unos cuantos parecen estar contentos con esta situación y salir beneficiados. La mayoría de nosotros nos sentimos cada vez más inseguros y esto provoca más violencia y más tensión. Muchos se repiten esta pregunta: “¿Vale la pena seguir viviendo, seguir luchando? ¿Vale la pena gastar mis fuerzas en lo que parece una tarea imposible?”. Contemplar a Jesús en su Ascensión nos despierta la esperanza y nos reta a construir positivamente en medio de todos estos problemas.
El Papa Francisco insiste una y otra vez que es posible construir con los pequeños y que de no hacerlo tendremos que asumir la responsabilidad del fracaso. ¿Dónde basa su esperanza? En el triunfo de Jesús. Sí, el Cristo que se ha encarnado, que ha asumido nuestro dolor y nuestra muerte, que comprende nuestro caminar, hoy es exaltado y elevado a los cielos. La primera lectura tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos narra con un sentido de Pascua cómo Jesús ha sido introducido en un ámbito de trascendencia y en el mundo de lo divino. Y en el Evangelio Jesús mismo asume que le ha sido dado todo poderío: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Sí, el crucificado, el ignorado, el despreciado, ahora es reconocido como el Rey de cielo y tierra. No en el sentido del poderío humano que destruye y traga todo, lo somete todo, sino en el sentido del Rey que da vida, que armoniza y que humaniza y al mismo tiempo diviniza. Los discípulos no lo entienden y preguntan si ahora sí va a restablecer la soberanía de Israel. ¡Qué lejos están todavía de entender el reinado de Jesús! Pero cuando venga el Espíritu anunciarán la Buena Nueva “hasta los últimos rincones de la tierra”. Y rincón se entiende en todos los sentidos: físico, moral y espiritual. Hay muchos rincones donde no nos hemos atrevido a hacer resonar el Evangelio porque implica un compromiso solidario serio. Hay rincones que preferimos ignorar para no percibir la pestilencia… ¡pero allí están nuestros hermanos!
Cristo nos muestra el camino: desde la nada hasta la plenitud de la vida. Así ha anunciado Él el Evangelio y ha llevado nueva esperanza. Nosotros queremos triunfar sin seguir el camino. Nos han presentado triunfos fáciles, inflables, aparentes y nos lo hemos creído y cuando llegamos al final con las manos vacías, ¡qué desilusión! Cuando descubrimos que el placer no es el amor, que el poder no es la felicidad, que el tener no es esencia del hombre, nos quedamos sin nada y sin deseos de volver a intentarlo. Sólo hemos contribuido a crear una situación más grave.
La Ascensión de Jesús es al mismo tiempo una invitación a la esperanza pero al mismo tiempo un mandamiento impostergable: debemos evangelizar pero sin olvidar nuestra realidad, no podemos vivir de angelismo, nuestra tarea está muy concreta aquí en la tierra. Con los descartados, con los olvidados es posible construir un nuevo cielo. Cristo mismo hoy nos dice que es posible, no en el sentido de tenerlo todo, sino en el sentido de ser todos hermanos. No promete bienes inalcanzables, sino nos ordena compartirlos con todos, empezando por la gran noticia de su Evangelio. No promete abundancia para unos cuantos, sino pone las bases para una vida integral y plena para todo hombre y para todos los hombres, porque es un mismo Padre y un mismo Espíritu que habita en nosotros.
San Pablo, uno de sus más fieles seguidores, a quien le costó cambiar toda su vida para comprender el verdadero mensaje de Jesús, nos anima y nos dice: “Le pido a Dios que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza a la que han sido llamados y cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos”. La esperanza no está en lo que podamos hacer nosotros sino en lo que Cristo hace por y con nosotros. La seguridad se basa en sus palabras: “y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. El significado de la nube, desde el antiguo testamento, es doble: por un lado significa la trascendencia, pero por otro significa la presencia de Dios que camina con su pueblo.
Queden en nuestro corazón las palabras de Jesús: “Vayan a todas las naciones”, “Sean mis testigos hasta los rincones de la tierra”, “Yo estaré con ustedes todos los días”. Desafío, confianza, tarea y seguridad de su presencia. ¿Cómo estamos anunciando el Evangelio? ¿Somos los hombres y mujeres de la esperanza? ¿Nos comprometemos en la lucha por la justicia y la igualdad, al mismo tiempo que miramos más allá de lo terreno?
Señor Jesús, concédenos que con una sana esperanza construyamos tu Reino aquí en la tierra pero mirando siempre hacia el cielo donde Tú nos esperas. Amén.