Hermanos, no esclavos

Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas

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VER

Hace unos años, un lejano pariente mío, campesino muy pobre, permaneció desaparecido por varios meses, sin que la familia supiera algo de su paradero. Es comprensible la angustia y preocupación de todos nosotros. Con el tiempo, apareció en su casa y narró cómo lo levantaron unos esbirros de narcotraficantes y lo llevaron, junto con otros campesinos pobres, a trabajar y cuidar sembradíos de marihuana en el vecino Estado de Guerrero. Lo tenían como esclavo, custodiado por quienes portaban armas de alto poder, casi sin comer, obligado a cultivar el estupefaciente. Como fruto de tantas oraciones, se escapó y regresó todo maltratado y desnutrido a su casa.

A un obispo de ese mismo Estado, un día en que iba a una reunión provincial hacia Acapulco, lo interceptaron en la carretera y lo despojaron de su camioneta. Quien encabezaba el asalto era un joven, a quien el obispo le empezó a hablar en buen tono, haciéndole ver lo injusto que era su proceder. El joven le respondió: No me siga diciendo cosas. Yo recibo órdenes y, si no le llevo esta camioneta a mi jefe, como me lo ordenó, me matan a mí y a mi familia. Es decir, no lo hacía por gusto, sino esclavizado por quienes lo habían levantado.

Es el mismo caso de muchos jóvenes que, sin posibilidades de estudiar y de trabajar, son atrapados por cadenas de malhechores y de narcotraficantes, y obligados a vender droga, a secuestrar y matar.

PENSAR

El Papa Francisco, con ocasión de la 48 Jornada Mundial de la Paz, denuncia muchas esclavitudes de hoy como“el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre; es un crimen de lesa humanidad. Este fenómeno abominable, que pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad, adquiere múltiples formas”.

Enumera estas: “Hay millones de personas privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería. Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas.

Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles… Sí, pienso en el «trabajo esclavo».


Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio, o en las entregadas en sucesión a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento. No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional. Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados”.

ACTUAR

Nuestros legisladores han de actualizar las leyes que permitan o solapen estas esclavitudes, para evitarlas.

Cada quien analice si, en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en el partido, en la comunidad eclesial, trata a alguien como esclavo, para convertirnos y tratarnos como hermanos.

Evitemos el machismo, el predominio sobre los demás, los bajos salarios, que son formas de esclavitud.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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