¡Eres bautizado!

El bautismo del Señor

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Isaías 42, 1-4, 6-7: “En Él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia”
Salmo 28: “Te alabamos, Señor”
Hechos de los Apóstoles 10, 34-38: “Dios ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazaret”
San Marcos 1, 7-11: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias”

Todavía resuenan las palabras valientes y acusadoras del Papa Francisco en su mensaje para La Jornada Mundial de la Paz: “El flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión y la llamada a estrechar relaciones interpersonales marcadas por el respeto, la justicia y la caridad. Este fenómeno abominable pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad. La Palabra de Dios pide consideremos a todos los hombres ‘no esclavos, sino hermanos’… Cristo, el Hijo amado, vino a revelar el amor del Padre por la humanidad. El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, llega a ser en Jesús ‘hermano y hermana, y madre’ y, por tanto, hijo adoptivo de su Padre… No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por una disposición divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse libremente a Cristo”. Nos hemos olvidado que somos hermanos e hijos de Dios y vivimos enfrascados en luchas fratricidas que desdicen nuestra dignidad y nuestra misión.

Hoy recordamos el bautismo de Jesús que nos obliga a repensar y retomar nuestra misión como bautizados e hijos de Dios comprometidos en la construcción de un mundo de justicia y de paz. Después de la Epifanía, que es una bella manifestación de Cristo Niño, hoy se nos presenta otra “manifestación del Señor” igualmente bella y con una gran profundidad. Esta nueva manifestación al inicio de la vida pública de Jesús es preparada por Juan el Bautista y realizada en el contexto del Jordán, con los cielos abiertos, la bajada del Espíritu y la voz que legitima al Hijo. El evangelio de San Marcos desde su inicio nos presenta a Jesús como el Mesías que espera el pueblo de Israel: un Mesías que responde a la iniciativa de Dios con una vida de obediencia; un Mesías que realiza la salvación y que da comienzo al tiempo del Espíritu; un Mesías que, recibiendo un bautismo de agua, inicia la misión que el Padre le ha confiado. El Espíritu desciende sobre Él porque está dispuesto y completamente entregado a la construcción del Reino.

El viejo sueño de la profecía de Ezequiel se hace realidad histórica y en Cristo se cristaliza ese signo de comunicación donde Él “sube” del agua y el Espíritu “baja” sobre Él. Los dos movimientos se concentran en la persona del Mesías, en quien se unen la tierra y el cielo. Sobre Jesús, que sube del agua, desciende la fuerza del Espíritu como una nueva creación. Esta es también la realidad de todo bautizado: unir cielo y tierra en su persona. Ser un hombre carnal, terreno, pero llevar en sí mismo la aspiración y los ideales divinos. Construir el cielo en la tierra haciendo realidad la filiación que recibe en el bautismo: hijos todos de un mismo Padre, hermanos todos en Cristo, templos vivos del Espíritu Santo.

El bautismo de Jesús no es un mero rito sino una confirmación plena del amor del Padre. Del cielo provienen las hermosas palabras que escucha: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias”, que vienen a dar un nuevo sentido al bautismo de agua que ofrecía Juan. Así lo manifiesta como “Hijo”, “amado” y “preferido” porque se ha entregado plenamente al cumplimiento de su voluntad y al total servicio de los hombres. Nuestro bautismo también está legitimado por la presencia y el amor de Dios Padre, no por papeles o documentos que se exhiben, sino por una experiencia del amor Trinitario que nos envuelve y transforma y que nos exige una entrega completa a la misión del Padre. No basta un documento, nosotros requerimos toda una vida de servicio y entrega a la misión de Jesús y a la construcción de su Reino. Desgraciadamente a veces hemos dado poca importancia a nuestro bautismo y ha pasado a ser más un acto social que un verdadero encuentro y compromiso vivido en serio. Es cierto fuimos bautizado niños, pero el bautizado es alguien hecho y rehecho cada día, incesantemente, por la Palabra de Dios, por los encuentros de oración, por el amor que se da o que se recibe, por los acontecimientos y lugares que se recorren, por la construcción de la justicia. El actuar de un bautizado no debería ser muy distinto del de Jesús: una experiencia de amor cristalizado en la vida diaria.

El bautismo no es sólo una experiencia individual y personal del amor de Dios sino que implica una responsabilidad para con los demás, una misión universal: la construcción de un mundo nuevo, la edificación, aquí y ahora, del Reino. Son inspiradoras las palabras de Isaías que anuncian al siervo en el que se depositará el Espíritu del Señor para que haga brillar la justica sobre las naciones. El bautizado cristiano, como discípulo y seguidor, como inspirado por Jesús, está llamado a ser, con Él, salvador de la humanidad y de la creación, del planeta, puesto en riesgo grave por las políticas egoístas de la civilización capitalista industrial ecológicamente irresponsable. Hoy es el primer domingo del tiempo ordinario, se terminan los tiempos fuertes del Adviento y Navidad y se regresa a la vida de todos los días, pero contemplar el bautismo de Jesús y recordar nuestro propio bautismo nos sitúan en la verdadera dimensión de este tiempo: vivir lo terreno y rutinario de cada día, con el ideal y la entrega de un verdadero hijo de Dios, que transforma su tiempo, su trabajo y su vida entera en una extraordinaria manera de vivir.

Como Jesús, cada bautizado escucha las palabras que revelan su grandeza y su misión: llamado y escogido para ser luz de las naciones, abrir los ojos a los ciegos, promover con firmeza la justicia y establecer el derecho sobre la tierra. No se entienden cristianos tibios, apáticos o complacientes con la corrupción y la mentira. Sabernos hijos de Dios nos llena de gozo y nos dispone a anunciar, construir y fortalecer el camino de la justicia y de la verdad. ¡Eres bautizado! ¡Tienes una gran misión!

Padre Bueno, concédenos que al escuchar con gozo tu palabra que nos llama “hijos amados”, dispongamos nuestro corazón para buscar, con tu Hijo Jesús, la justicia y establecer el derecho en nuestro mundo lleno de desorden y oscuridad. Amén

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Enrique Díaz Díaz

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