Hemos celebrado la fiesta de los Reyes Magos o de la Manifestación de Jesús como salvador de todos los pueblos del mundo. Y pocos días después celebramos la fiesta del Bautismo del Señor en el Jordán, cuando empieza su manifestación a Israel. ¿Cuál es el sentido de esta fiesta tan cercana a la Epifanía?
La liturgia de la Epifanía del Señor une tres signos. En la antífona de las segundas vísperas se lee: «Celebramos un día santificado por tres milagros: hoy la estrella guió a los magos al pesebre; hoy, en las bodas, el agua fue convertida en vino; hoy, Cristo, para salvarnos, quiso ser bautizado por Juan en el Jordán».
Son tres manifestaciones de Cristo, tres epifanías, porque epifanía es una palabra griega que significa manifestación. Manifestación a los pueblos paganos, con los magos; manifestación a sus discípulos, en las bodas de Caná; manifestación al pueblo de Israel, con el bautismo en el Jordán.
El papa Francisco centró unos ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola que dio siendo arzobispo de Buenos Aires en el concepto de la epifanía o manifestación del misterio de Dios en la historia de la salvación. El texto de estas meditaciones ha sido publicado ahora en el libro titulado Mente abierta, corazón creyente (Edic. Claretianas, Madrid, 2013). En la meditación sobre el bautismo del Señor, dice comentando la antífona que he citado que «estos tres misterios quedan unidos en una visión esponsalicia: el esposo es Cristo, el Mesías, que ama a su esposa, la Iglesia, y se entrega por ella purificándola en las aguas del bautismo, haciéndola suya. Y se habla de boda, no ya sólo de noviazgo, y se habla de fiesta de bodas a la acuden invitados que traen regalos y se alegran con el buen vino. Es la epifanía de Cristo, el Hijo de Dios que hace suyo a su pueblo y se une a él con un amor esponsal. Es la epifanía de una boda, la epifanía también de la esposa, la santa y pecadora madre Iglesia”.
Todo ello pasa a ser símbolo de la historia de la salvación. En esta hay un tiempo de espera, de noviazgo antes de Cristo; un tiempo de boda, la presencia terrena del Mesías prometido; un tiempo de separación y como de viudedad; y un tiempo de camino hacia la consumación final, que es la expectación de las bodas finales, en el cumplimiento de las promesas definitivas.
En Israel, y también en muchos otros lugares, era y es costumbre celebrar la boda con un banquete. Y los profetas de Israel –sobre todo Isaías- ven la culminación de la historia como un gran banquete: el de las bodas del Cordero con la humanidad. «Su esposa –dice el libro del Apocalipsis (19,7-8) – se ha embellecido, y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura, el lino son las buenas acciones de los santos.»
El bautismo de Jesús es una epifanía; por eso tiene mucho sentido su presencia en el año cristiano muy cerca de la fiesta de los Reyes Magos. Es la epifanía de Cristo como revelador de Dios Padre, en el cielo abierto tras el bautismo de Jesús; como Esposo de la Iglesia, en el agua y el vino del banquete de bodas; y como la luz para Israel y para todas las naciones, como celebraremos en la próxima fiesta de su Presentación en el Templo.