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Robert Cheaib - www.flickr.com/photos/theologhia

Comentario a la liturgia dominical

Domingo 20 del Tiempo Ordinario     Ciclo B    Textos: Pro 9, 1-6; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58

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P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

Idea principal: La Eucaristía es banquete celestial donde Cristo nos une a Él en la comunión.

Síntesis del mensaje: Vimos en los domingos pasados algunas dimensiones de la Eucaristía: la Eucaristía como sacrificio, como presencia real de Cristo y como prenda de inmortalidad. Hoy la liturgia nos propone otra dimensión: la Eucaristía como banquete y alimento que nos une a Cristo en la comunión (1ª lectura y evangelio). Y los términos que san Juan emplea y repite son de un realismo que no cabe duda alguna: no es cualquier comida, sino comida celestial. A esta comida son invitados todos sin excepción, como dice san Francisco de Sales: “los perfectos para no decaer; los imperfectos, para que aspiren a la perfección; los fuertes para no enflaquecer; los débiles para robustecerse; los enfermos para sanar; los sanos para no enfermar” (Introducción a la vida devota, II, 21). Lógicamente, con las debidas disposiciones interiores.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, valoremos este aspecto de la Eucaristía como banquete que nos une a Cristo. Banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y Sangre del Señor. Mediante la comunión, Cristo entra en común unión íntima con nosotros. Nos hace partícipes de su vida divina. Somos contemporáneos de la Última Cena. Conserva, aumenta y renueva la vida de gracia recibida en el bautismo. Nos separa del pecado. Borra los pecados veniales. Nos preserva de los pecados mortales futuros. Y nos da la prenda de la gloria futura, como ya vimos. La aspiración a la comunión con Dios está presente en todas las religiones. De ahí, los sacrificios y comidas sagradas en las que se considera que Dios comparte algo con el hombre. Esos sacrificios del Antiguo Testamente preparan ya ese deseo del hombre de entrar en comunión con Dios. Fue Cristo quien llenó ese deseo del hombre. Con su Encarnación, Cristo compartió nuestra naturaleza humana para hacernos partícipes de su naturaleza divina. Fue en la Eucaristía donde Dios concretó e hizo realidad este deseo del hombre. De una manera plástica san Juan Crisóstomo dice: “Tenemos que beber el cáliz como si pusiésemos los labios en el costado abierto de Cristo”.

En segundo lugar, ¿qué efectos produce, pues, esta comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo en nosotros? Efecto cristológico: nos incorpora a Cristo, aumentando la gracia y concediéndonos el perdón de los pecados veniales. Efecto eclesiológico: nos une a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, pues la Eucaristía simboliza la unidad de la Iglesia; es más, construye y edifica a la Iglesia como nos dijo san Agustín y nos lo recordó san Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía. Efecto escatológico: la Eucaristía es banquete del Reino, inaugurado por Cristo y que se consumará de forma definitiva en el cielo. La Eucaristía es figura del banquete celestial. La Eucaristía anticipa el gozo del banquete futuro. La comunión es el germen y remedio de inmortalidad, como nos dijo san Ignacio de Antioquía.

Finalmente, ahora bien, para entrar en este banquete se necesitan unas condiciones. Primero, fe, pues la Eucaristía es un misterio de fe. Vemos, saboreamos y tocamos pan; pero ya no es pan, sino el Cuerpo Sacratísimo de Cristo y la Sangre bendita de Cristo. “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica III, 75, 1). Segundo, humildad, para reconocernos hambrientos y necesitados de ese Pan de vida eterna. Quien está ahíto y lleno de los manjares terrenos, difícilmente tendrá hambre de este manjar celestial. Tercero, con el alma limpia de pecado grave. El alma en gracia es el traje de fiesta que pedía Jesús (cf. Mt 22, 11). San Juan Crisóstomo dice: “Si te acercas bien purificado, recibes gran beneficio; si te acercas manchado de culpa, te haces acreedor a la pena y al castigo eterno. Porque con tus culpas le vuelves a crucificar” (Homilía evangelio de san Juan, 45). Junto a estas disposiciones interiores están las disposiciones externas: ayuno, es decir, no comer nada una hora antes de comulgar; el modo digno de vestir y las posturas respetuosas. El cura de Ars decía: “Debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, mas tampoco deben ser descuidados y estropeados…Habéis de venir bien peinados, con el rostro y las manos limpias” (Sermón sobre la comunión).

Para reflexionar: ¿Me acerco a la santa misa y a la santa comunión con el alma en gracia? ¿Tengo hambre de Cristo Eucaristía o puedo pasarme meses y meses sin comulgar? En el caso de que no pueda comulgar sacramentalmente, ¿he aprendido a hacer ya una comunión espiritual?

Para rezar: Gracias, Señor, porque en la Última Cena partiste tu pan y vino –ya consagrados en tu Cuerpo y Sangre- en infinitos trozos, para saciar nuestra hambre y nuestra sed…Gracias, Señor, porque en el pan y el vino consagrados nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia. Gracias, Señor, porque nos amaste hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la vida por otro. Gracias, Señor, porque quisiste celebrar tu entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor. Gracias, Señor, porque en la Eucaristía nos haces UNO contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que estamos dispuestos a entregar la nuestra… Gracias, Señor, porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y compartir la Eucaristía… Gracias, Señor, porque todos los días puedo volver a empezar…, y continuar mi camino de fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en ti.

 

 

COMENTARIO A LA LITURGIA DOMINICAL

15 de agosto, Solemnidad de la Asunción de la Virgen al cielo1

Ciclo B

Textos: Ap 11, 19ª; 12, 1.3-6a. 10ab; 1 Co 15, 20-27; Lc 1, 39-57

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

 

Idea principal: El misterio glorioso de la Asunción de María al cielo es como la contrapartida del misterio gozoso de la Anunciación.

Síntesis del mensaje: Si María se encuentra en el cielo con cuerpo y alma no cabe el pesimismo absoluto: la humanidad no está  condenada a la corrupción. Si María ha sido asunta al cielo, no cabe el orgullo prometeico: el hombre no es un ser autosuficiente, sino que para alcanzar su realización final depende de las manos de Dios.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, resumamos un poco la historia y el contenido del dogma de la Asunción de María al cielo. Desde el siglo VI a este día, 15 de agosto, se le llamaba la Dormición de la Virgen, título con que hoy se la sigue designando en Oriente junto con el de Tránsito da María. En el siglo VII fue adoptada por la Liturgia romana, por cuyo influjo se difundió posteriormente en Occidente, donde se la designó Asunción de María. La liturgia romana actual la considera como la “fiesta de su destino de plenitud y bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta glorificación con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia
y a la humanidad entera la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos teniendo en común con ellos la carne y la sangre”
(Pablo VI, Marialis Cultus, 6).  La asunción de María es un dogma definido solemnemente por Pío XII el 1 de noviembre de 1950 con la constitución apostólica Munificentissimus Deus. Ella participa de la resurrección de Cristo en cuanto que estuvo perfectamente unida con él, escuchando su palabra y poniéndola en práctica. La asunción es la epifanía de la transformación tan profunda que la semilla de la palabra divina produjo en María, en la integridad de su persona.

En segundo lugar, este misterio glorioso es la contrapartida del misterio gozoso de la Anunciación. En el misterio de la Anunciación, el abismo de humildad de María provocó el vértigo de Dios que descendió a su seno. En el misterio de la Asunción, Nuestra Señora se rinde a la nostalgia vertical del Dios que enamoró su juventud y que ahora la atrae a las alturas. Y así como por la Anunciación, María franqueó a Dios la entrada a este mundo haciéndose en cierto modo puerta de la tierra, así por la Asunción es llevada a la gloria como Madre nuestra, convirtiéndose de esta manera en la puerta del cielo, “ianua coeli”, según se las letanías lauretanas del santo rosario. Ella es, así, la nueva escala de Jacob por la que Dios desciende a los hombres (Anunciación), y por la que los hombres ascendemos hasta Dios (Asunción).

Finalmente, la glorificación de María asume un valor de signo escatológico para todo el pueblo de Dios que camina todavía hacia el día del Señor; signo adaptado para sostener en la seguridad la esperanza de la propia realización escatológica, como la de María, y para dar aliento a cuantos se encuentran aún en medio de peligros y de afanes luchando contra el pecado y la muerte. Por tanto, la asunción de María no es una realidad alienante para el pueblo de Dios en camino, sino un estímulo y un punto de referencia que lo compromete en la realización de su propio camino histórico hacia la perfección escatológica final. Celebrar la asunción de María, la petición tiene que dirigirse a suplicar que cuanto se realizó -después de Cristo- en la Virgen Madre se realice también para nosotros, sus hijos. Ni pesimismo: todo acaba con nuestra muerte. Ni orgullo prometeico: yo alcanzaré mi plenitud y realización aquí en la tierra, robando a escondidas el fuego a nuestro Dios, sin necesidad de Él ni de su cielo. Así como María fue llevada en cuerpo y alma al cielo inmediatamente después de terminar el curso de su vida aquí en la tierra, así también nosotros resucitaremos en nuestros cuerpos al final de los tiempos, cuando venga Jesucristo por última vez.

Para reflexionar: San Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente: «Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios».

Para rezar: Hoy, tu Hijo, te viene a buscar, Virgen y Madre: “Ven, amada mía”, te pondré sobre mi trono, prendado está el Rey de tu belleza. Te quiero junto a mí para consumar mi obra salvadora, ya tienes preparada tu “casa” donde voy a celebrar las Bodas del Cordero”. Dichosa tú que has creído, porque lo que se te ha dicho
de parte del Señor, en ti ya se ha cumplido. Madre, prepárame un lugar en el cielo, junto a Ti.

 

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org

 

1. Para este comentario, me serví de algunas ideas del padre Alfredo Sáenz en su libro “Palabra y Vida”, ciclo B,  Gladius 1993.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] Para este comentario, me serví de algunas ideas del padre Alfredo Sáenz en su libro “Palabra y Vida”, ciclo B,  Gladius 1993.

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Antonio Rivero

El padre Antonio Rivero nació en Ávila (España) en 1956. Entró a la congregación de los Legionarios de Cristo en 1968 en Santander (España). Se ordenó de sacerdote en Roma en la Navidad de 1986. Es licenciado en Humanidades Clásicas en Salamanca, en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma y en Teología por la Universidad de santo Tomás también en Roma. Es doctor en Teología Espiritual por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma) donde defendió su tesis el 16 abril del año 2013 sobre la dirección espiritual en san Juan de Ávila, obteniendo “Summa cum laude”. Realizó su ministerio sacerdotal como formador y profesor de Humanidades clásicas en el seminario en México y España. Fue vicario parroquial en la ciudad de Buenos Aires durante doce años. Durante diez años fue director espiritual y profesor de teología y oratoria en el Seminario María Mater Ecclesiae en são Paulo (Brasil), formando futuros sacerdotes diocesanos. Actualmente es profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y ayuda en el Centro Logos, en la formación de sacerdotes y seminaristas diocesanos. Ha dedicado y dedica también parte de su ministerio sacerdotal a los Medios de Comunicación Social. Ha publicado catorce libros: Jesucristo, Historia de la Iglesia, Los diez mandamientos, Breve catequesis y compendio de liturgia, El tesoro de la Eucaristía, El arte de la predicación sagrada, La Santísima Virgen, Creo en la Vida eterna, Curso de Biblia para laicos, Personajes de la Pasión, G.P.S (Guía Para Santidad, síntesis de espiritualidad católica), Comentario a la liturgia dominical ciclo A, Comentario a la liturgia dominical ciclo B, Comentario a la liturgia dominical ciclo C. Ha grabado más de 200 CDs de formación. Da conferencias en Estados Unidos sobre pastoral familiar, formación católica y juventud. Y finalmente imparte retiros y cursos de formación a religiosas, seminaristas y sacerdotes diocesanos en México, Centroamérica y donde le invitan.

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