Basílica Greco-católica ucraniana Santa Sofía © Vatican Media

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"Las mujeres ucranianas son heroínas", anunció el Papa Francisco

Discurso del Papa a la comunidad ucraniana (Texto completo)

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(ZENIT – 1 feb. 2018).- «Las mujeres ucranianas son heroínas», dijo el Papa Francisco a la comunidad greco-ucraniana el domingo 28 de enero de 2018.
El Papa pronunció un verdadero himno a una mujer ucraniana durante su visita a la Basílica de Santa Sofía en Roma, donde fue recibido por el arzobispo de Kiev, Mons. Sviatoslav Shevchuk.
El Papa Francisco invitó a agradecer a Cristo por la fortaleza de las madres y abuelas ucranianas que «transmitieron la fe con valentía»: «Detrás de cada uno de ustedes», dijo, «hay una madre, una abuela que transmitió la fe. Los ucranianos son heroínas, de verdad. ¡Gracias al Señor! »
El domingo, 28 de enero de 2018, el Papa Francisco visitó la comunidad greco-católica ucraniana de la basílica menor de Santa Sofía en Roma. A su llegada, antes de ingresar a la basílica, el Papa dirigió un  breve saludo improvisado a los fieles que lo esperaban fuera.
Al final, después de la bendición, el Santo Padre fue a la cripta de Santa Sofía, acompañado por Su Beatitud Shevchuk, donde se recogió en oración ante la tumba del obispo de la Iglesia greco-católica ucraniana Stepan Chmil. Antes de regresar al Vaticano, el Papa quiso saludar y dar de nuevo las gracias  a los fieles reunidos fuera de la Basílica.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes durante su visita:
Discurso del Papa Francisco
Beatitud, querido hermano Svjatoslav,
queridos obispos, sacerdotes, hermanos y hermanas,
Os saludo cordialmente, feliz de estar con vosotros. Os doy las gracias por vuestra acogida y vuestra fidelidad, fidelidad a Dios y al sucesor de Pedro, que a menudo ha sido pagada a un precio muy caro.
Al entrar en este lugar sagrado he tenido la alegría de mirar vuestros rostros, de escuchar vuestros cantos. Si estamos aquí, reunidos en comunión fraterna, debemos también dar gracias por los tantos  rostros que ya no vemos, pero que han sido un reflejo de la amorosa mirada de Dios sobre nosotros. Pienso, en particular, en tres figuras: la primera es el cardenal Slipyj, de quien hemos recordado – en el año que acaba de terminar- el 125 aniversario  de su nacimiento. Quiso y edificó esta luminosa basílica, para que resplandeciera como un signo profético de libertad en los años en que se impedía el acceso a muchos lugares de culto. Pero, con los sufrimientos padecidos y ofrecidos al Señor, contribuyó  a construir otro templo, aún más grande y más hermoso, el edificio de piedras vivas que sois vosotros (véase 1 Pedro 2: 5).
Una segunda figura es la del obispo Chmil, que murió hace cuarenta años y está enterrado aquí: una persona que me ha hizo tanto bien. Es imborrable en mí el recuerdo de cuando, siendo  joven, -tenía doce años-, ayudaba a su misa; él me enseñó a servir misa, a leer vuestro alfabeto, a responder a las diversas partes ….De él aprendí, en este servicio en la misa – lo hacía tres veces por semana-  la belleza de vuestra liturgia; de sus relatos , el testimonio vivo de cuánta fe se ha probado y forjado en medio de las terribles persecuciones ateas del siglo pasado. Le estoy muy agradecido y a  vuestros numerosos  «héroes de la fe»: aquellos que, como Jesús, sembraron en el camino de la cruz, generando una cosecha fecunda. Porque la verdadera victoria cristiana es siempre  en el signo de la cruz, nuestro estandarte de esperanza.
Y la tercera persona que me gustaría recordar es el cardenal Husar. Nos hicieron cardenales el mismo día. Él no solo fue  «padre y cabeza» de vuestra Iglesia, sino también guía y hermano mayor de muchos.  Usted, querida Beatitud, lo lleva en su corazón, y muchos conservarán para siempre  el afecto, la amabilidad, la presencia vigilante y orante hasta el final. Ciego, pero miraba más allá.
Estos testigos del pasado estuvieron  abiertos al futuro de Dios y, por lo tanto, dan esperanza al presente. Quizás algunos de vosotros tuvieron  la gracia de conocerlos. Cuando cruzáis el umbral de este templo, recordad, traed a la memoria a los padres y madres en la fe, porque son los cimientos que nos sostienen: aquellos que nos han enseñado el Evangelio en vida todavía nos orientan y nos acompañan en el camino. El arzobispo mayor ha hablado  de las madres, de  las abuelas ucranianas, que transmiten la fe, han transmitido  la fe, con valentía; han bautizado a sus hijos, a sus sobrinos, con valentía. Y todavía  hoy, [es grande] el  bien -y digo esto porque lo sé-  el bien  que estas mujeres hacen aquí en Roma, en Italia, ocupándose de  los niños, o como cuidadoras: transmiten fe a las familias, a veces tibias en la experiencia de fe … Pero vosotros tenéis una fe valiente. Y me viene en mente la lectura del viernes pasado, cuando Pablo dice a Timoteo: «Tu madre y tu abuela». Detrás de cada uno de vosotros hay una madre, una abuela que ha transmitido la fe. Las mujeres ucranianas son heroicas, de verdad. ¡Demos gracias al Señor!
En el itinerario de vuestra comunidad romana, la referencia estable es esta rectoría. Junto con las comunidades ucranianas greco-católicas de todo el mundo, habéis expresado claramente vuestro programa pastoral con una frase: La parroquia viviente es el lugar de encuentro con el Cristo viviente. Me gustaría hacer hincapié en dos palabras. La primera es encuentro. La Iglesia es encuentro, es el lugar donde curarse de la soledad, donde vencer la tentación de aislarse y cerrarse, donde sacar fuerzas para superar el replegarse en uno mismo . La comunidad es, pues,  el lugar donde compartir las alegrías y las dificultades, dónde llevar las cargas del corazón, las insatisfacciones de la vida y la nostalgia de casa. Aquí Dios os  espera para hacer que vuestra esperanza sea cada vez más segura, porque cuando se  encuentra al Señor todo es atravesado por su esperanza.  Os deseo  que consigáis siempre aquí  el pan  para el camino de cada día, el consuelo del corazón, la curación de las heridas. La segunda palabra es viviente. Jesús es el viviente, resucitó y está vivo, y así lo encontramos en la Iglesia, en la Liturgia, en la Palabra. Cada una de sus comunidades, entonces , no puede por menos que tener un aroma de vida. La parroquia no es un museo de recuerdos del pasado o un símbolo de presencia en el territorio, sino el corazón de la misión de la Iglesia, donde recibimos y compartimos nueva vida, esa vida que vence al pecado, a la muerte, a la tristeza, a toda tristeza, y mantiene el corazón joven. Si la fe nace del encuentro y habla a la vida, el tesoro que habéis recibido de vuestros padres estará bien guardado. Sabréis así ofrecer los bienes inestimables de vuestra tradición a las jóvenes generaciones que reciben la fe, especialmente cuando perciben a la Iglesia como cercana y vivaz. Los jóvenes necesitan percibir esto: que la Iglesia no es un museo, que la Iglesia no es un sepulcro, que Dios no es un algo allí … no; que la Iglesia está viva, que la Iglesia da vida y que Dios es Jesucristo en medio de la Iglesia, es Cristo viviente.
También me gustaría dirigir unas palabras de  agradecimiento a las muchas mujeres, – ya he hablado de esto, me repito-  que en vuestras comunidades son apóstolas de  caridad y de fe. Sois inapreciables  y lleváis a muchas familias italianas el anuncio  de Dios de la mejor manera cuando, con vuestro servicio, cuidáis  a las personas a través de una presencia atenta y no intrusiva. Esto es muy importante: no intrusiva …, [hecha de] testimonio… Y entonces [dicen]: «Esta mujer es buena …»; y la fe llega, la fe se transmite. Os invito a considerar vuestro  trabajo, agotador y a menudo poco satisfactorio, no solo como un oficio, sino como una misión: sois los puntos de referencia en la vida de tantos ancianos, las hermanas que hacen que no se sientan solos. Lleváis el conforto  y la ternura de Dios a aquellos que,  en la vida, se disponen a prepararse al encuentro con él. Es un gran ministerio de proximidad y de cercanía, agradable a Dios, por el que os doy las gracias. Y vosotras , que trabajáis como cuidadoras de ancianos, veis que van al más allá, y quizás os olvidéis de ellos , porque viene otro, y otro … Sí, os acordáis de  los nombres… Pero os abrirán la puerta, allá arriba, serán ellos.
Entiendo que, mientras estáis aquí, vuestro corazón palpite por vuestro país, y palpite no solo por afecto, , sino también por la angustia, especialmente por el azote de la guerra y por las dificultades económicas. Estoy aquí para deciros que estoy cerca de vosotros: cerca con el corazón, cerca con  la oración, cerca cuando celebro la Eucaristía. Allí suplico  al Príncipe de la Paz que callen las armas. También le  pido que no tengáis  que hacer  sacrificios enormes  para mantener a vuestros seres queridos. Rezo para que en el corazón de cada uno nunca se extinga la esperanza, sino que se renueve  el valor para seguir adelante, para recomenzar siempre. Os doy las gracias  en nombre de toda la Iglesia, mientras a todos vosotros  y a las personas que lleváis en vuestros corazones os doy mi bendición. Y os pido  por favor que no os olvidéis de rezar por mí.
Y también me gustaría haceros una confidencia, contaros un secreto. Por la noche, antes de acostarme, y por  la mañana, cuando me levanto, siempre “me encuentro con los ucranianos». ¿Por qué? Porque cuando  vuestro arzobispo mayor vino a Argentina, cuando lo vi, pensé que era el «monaguillo» de la Iglesia ucraniana: ¡pero era el arzobispo! Hizo un buen trabajo, en Argentina. Nos encontrábamos  muy a menudo. Después , un día fue al Sínodo y volvió como  arzobispo mayor, para despedirse. El día que se despidió, me regaló un  icono bellísimo – así, la mitad [dobla por la mitad las hojas en su mano para mostrar el tamaño]- de la Virgen de la ternura. Y yo  la llevé a mi habitación en Buenos Aires, y la saludaba todas las noches, y también por la mañana, una costumbre. Luego me tocó a mí hacer el viaje a Roma y no poder regresar, -¡él pudo regresar,  yo no -! -. E hice que me trajeran los tres libros del breviario que no había traído, y las cosas más esenciales, y esa Virgen de la ternura. Y cada noche, antes de acostarme, beso a la Virgen de la ternura que me regaló  vuestro arzobispo mayor , y por la mañana también, la saludo. Así  puedo decir que empiezo el día y lo acabo «en ucraniano».
Y ahora os invito a rezar a Nuestra Señora y os daré la bendición, que me gustaría compartir con vuestro arzobispo.
«Dios te salve, María …»
[Bendición]
Palabras improvisadas por el Santo Padre
Saludos al llegar, ante  la basílica menor de Santa Sofía:
Alabado sea Jesucristo [en ucraniano] Muchas gracias por la invitación, por vuestra presencia, por  vuestra acogida, por vuestra alegría. He venido a rezar con vosotros  y  a visitaros. Os invito, antes de entrar, a rezar una oración por la paz en Ucrania.
«Dios te salve, María …»
Saludo final a la comunidad ucraniana greco-católica reunida fuera de la basílica de Santa Sofía
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco tanto vuestra calurosa  bienvenida. Mi  corazón está lleno de alegría por este encuentro. Gracias por vuestra perseverancia en la fe. ¡Sed firmes en la fe! Custodiad  la fe que habéis recibida de vuestros antepasados ​​y transmitidla  a vuestros hijos. Es el regalo más hermoso que un pueblo puede dar a sus hijos: la fe, la fe recibida.
El Señor os  bendiga. Y rezad por mí [dicen: «¡Sí!»] Pero a favor, ¿o en contra? … [responden: «¡A favor!»] Seguid rezando  por mí. Yo seguiré rezando por vosotros, empezando y terminando la jornada «en ucraniano» frente a la Virgen que me dio el arzobispo [Shevchuk] en Buenos Aires.
Os doy la bendición. Se la pedimos juntos a la Virgen.
«Dios te salve, María …»
[Bendición] ¡Valor y adelante!
© Librería Editorial Vaticano

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ZENIT Staff

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