Footprints, el camino de mi vida

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Mons. Enrique Díaz Díaz: El perdón como camino

VII Domingo del Tiempo Ordinario

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Samuel 26, 2-23: “David no quiso atentar contra el ungido del Señor”.

Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”.

I Corintios 15, 45-49: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”.

 

Nunca como ahora comprobamos las funestas consecuencias de las venganzas. Nuestro estado y nuestra patria se han teñido de sangre y de dolor porque a un crimen horrendo se suceden otros peores como desquite. Vivimos en un mundo de violencia. Guanajuato se cimbra a cada momento por asesinatos, robos, extorciones y venganzas que superan toda imaginación. Los hogares, como bien lo decía alguien, también padecen violencia: “Está comprobado que en el hogar es donde se sufre un alto por ciento de la violencia que ocasiona graves trastornos en el individuo y que después lo torna violento en la sociedad” ¿No seremos capaces de encontrar caminos de solución? El Padre León Narvaez, colombiano que ha experimentado en carne propia la violencia, nos dice que no hay otro camino para la reconciliación que el perdón. El rencor, en todos los ámbitos, sólo propicia un clima de oscuridad, nunca de solución.

El mundo judío tenía una máxima que ahora nos parece brutal, pero que en un ambiente donde el más poderoso se imponía y mandaba, logró un significativo avance en la legislación: “Ojo por ojo y diente por diente”. Así, se rompía esa cadena de injusticia donde el más poderoso no recibía castigo. Era una ley dada para proteger al más débil y pretendía acabar con los abusos, los robos y las injusticias. Claro que el pueblo de Israel ya conocía el mandato del amor. En los Libros Sagrados se dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas… no serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos y amarás a tu prójimo como a ti mismo” Pero esta ley se fue quedando en la práctica condicionada por la famosa ley del Talión del ojo por ojo y diente por diente. Muy parecida a la máxima que tan famoso ha hecho a Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Medidas, muros, leyes, para evitar el contacto y el abuso, pero que al final se quedan en letras que no llegan a detener la violencia de los hombres.

En este ambiente, y en el ambiente de hoy, Jesús propone otro camino. El reino de Dios no puede estar basado en la venganza, ni siquiera en la venganza limitada, sino en el principio del amor y el perdón. El amor a los enemigos, que bien puede considerarse otra bienaventuranza, pues quienes lo practican son llamados por Jesús “hijos del Altísismo”, es expresado en este pasaje de San Lucas como un fundamento importantísimo en la propuesta de Jesús. Y es cierto, la venganza y el odio no son diques que frenen la violencia. Si no la frena el amor, no la podremos frenar jamás.

Recuerdo con cariño a un hombre muy anciano que en sus últimos momentos confesaba que había vivido casi toda su vida ahogado y podrido por el odio y el deseo de la venganza. Hasta que un día, de improviso, se decidió a perdonar. “Fue como si hubiera nacido de nuevo, me decía. El odio es como una manzana con un gusano adentro. Nadie se atreve a comer la manzana, pero la manzana sí queda podrida. El odio pudre a quien lo lleva en su corazón” Si miráramos con detenimiento las graves y grandes guerras de la historia y las actuales, descubriríamos que más allá de todo conflicto, fueron causadas por odios, por egoísmos y por venganzas que oscurecen la mente y entorpecen los sentidos. ¿A dónde nos han   llevado esas estúpidas guerras actuales? ¿Qué se ha logrado? Solamente mayores inseguridades, más temores y a alimentar nuevos rencores que justifiquen lo que no tiene razón.

En el camino de la “no violencia” a Jesús, se le han unido grandes hombres y reformadores, anunciando con su vida y con sus obras que puede más el amor que el odio. Tenemos los grandes logros de Gandi, de Martín Luther King, y de tantos hombres y mujeres que han sido capaces de enfrentar con dignidad, con valentía, pero sin violencia a los que cometen injusticias. En nuestras ciudades y en nuestros pueblos he encontrado hombres muy valientes que después de haber sufrido graves injusticias, sin renunciar a la verdad, sin dejarse comprar por unos cuantos pesos, han sido capaces de vencer los rencores e iniciar una nueva vida en las comunidades, buscando la reconciliación y una verdadera justicia que le permita a cada uno vivir dignamente.

Un segundo principio que nos ofrece Cristo, y prácticamente consecuencia del primero,  nos dice: “al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra. Al que te arrebate el manto, entrégale también el vestido. Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo, no se lo reclames”. Es ir más allá de la violencia.  Estas propuestas de Jesús nos parecen hasta ingenuas y motivo de abusos de los poderosos. Pero tengamos en cuenta lo que acaba de decir en las bienaventuranzas.  Se trata de ser mansos, pero no “mensos”. Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, al conformismo o a la resignación. ¿Por cuánto tiempo utilizaron los poderosos la “resignación cristiana” para acallar las voces que exigían sus derechos? No se trata de renunciar a nuestros derechos ni de callarnos frente a las injusticias, sino de renunciar a la violencia como medio absoluto para resolver las diferencias y los conflictos, también, renunciar a nuestras comodidades o a nuestras prendas más preciadas para darlas a los que más las necesitan. En este sentido, Jesús supera el concepto de compartir que se tenía hasta el momento, pues ya no basta solo compartir el “pan con el hambriento…” sino entregarlo todo, incluso hasta la propia vida.

El tercer principio que Jesús nos presenta va todavía más allá: si es revolucionario el anuncio de las bienaventuranzas, porque tienden a descubrir a Dios y su Reino como la única riqueza y es, por tanto, capaz de poner en crisis todos los falsos valores que el ser humano se crea una y otra vez, se puede decir que es todavía más revolucionario el anuncio de un amor que enseña a buscar al otro sólo porque es el otro, prescindiendo del hecho de que nos quiera o nos deteste, nos haga el bien o nos haga el mal:“Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso…y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno hasta con los malos y los ingratos”. La misericordia se nos presenta como un elemento constitutivo del ser cristiano, porque lo es también de Dios.

Si miramos nuestro mundo, nuestra familia, nuestros ambientes,  debemos preguntarnos qué estamos haciendo realmente para acabar con la violencia y con el odio. ¿Nos hemos preguntando alguna vez qué tan misericordiosos somos? Muchas veces confundimos la misericordia o la compasión con la lástima y eso no es cristiano, por que el que tiene lástima inconscientemente se presenta como superior al otro; en cambio el que tiene misericordia establece una relación de hermanos para encontrar juntos el camino del Señor. Ser misericordioso es “poner el corazón” junto al corazón del otro. ¿Podremos hacerlo con aquellos que odiamos, especialmente cuando son cercanos a nosotros? Es mucho más que perdonar, es “amar al enemigo” lo que Jesús nos propone. En familia, en sociedad, más allá de los malos entendidos que debemos superar, nos ofrece hoy Cristo un camino de reconciliación. ¿Quién está necesitado de mi perdón y de mi amor? ¿Por qué considerar enemigo a mi propio hermano?

Jesús propone un final feliz: “Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes… Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”. Y es realmente una cuestión muy práctica. ¿Me gusta que me saluden, que me tomen en cuenta, que respeten mis derechos? Entonces debo yo a empezar a hacerlo con los demás. ¿Me gustaría encontrar el verdadero perdón y poder seguir siendo hermano de los demás? Entonces yo debo otorgar el perdón y amar “incluso a los enemigos”. Y la razón de fondo nos la da Jesús: “Para parecerte a tu Padre Celestial”. Es el sueño de Jesús: que todos podamos vivir como hermanos pareciéndonos a nuestro Padre Celestial.

Concédenos, Señor, escuchar tu Espíritu, ser dóciles a sus inspiraciones, cambiar las armas por instrumentos de paz, cambiar el odio por amor y construir un mundo nuevo conforme a tus designios de Padre Misericordioso. Por Jesucristo, Nuestro Señor.

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Enrique Díaz Díaz

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