Resurrección del Señor © Cathopic

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«¡Resucitó el Señor!» – Monseñor Enrique Díaz Díaz

Domingo de Pascua

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Romanos 6, 3-11: “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca”

Salmo 117: “Aleluya, aleluya”

San Lucas 24, 1-12: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”

¿A qué hora sucedió? ¿Cómo fue? Nadie sabe explicarlo y todos lo experimentan. Como la semilla que guardada en el surco brota con nueva vida, así Jesús brota glorioso con una nueva vida. Jesús está vivo y se hace presente en medio de sus discípulos, se “aparece” a las mujeres, fortalece a los que se alejan, retornan los que habían huido y en torno a la mesa se comparte el alimento y se fortalece la fe en Jesús resucitado.

Contrario a lo que se esperaría después de la crucifixión y muerte de Jesús, después de la deserción de los más valientes, después de la negación de Pedro y de la traición de Judas, después de los horribles acontecimientos que dejarían un sentimiento de abandono y fracaso, apenas en el primer día de la semana, aparecen unas mujeres anunciando la vida e invitando a recordar sus palabras.

Ha iniciado en el silencio de la noche y en la oscuridad del sepulcro el proceso de la resurrección del Señor y se manifiesta en el actuar de sus discípulos.  La acción más palpable de la resurrección de Jesús es su capacidad de transformar el interior de los discípulos. A ellos que se habían manifestado disgregados, egoístas, divididos y atemorizados, llega Jesús para devolverles la esperanza, convocarlos y reunirlos en torno a la comunidad, manifestarse valientes al defender el Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.

La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por la condena y el asesinato de Jesús, sino también por el miedo a los enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes. Nada duele más que el mirarse traicionado y abandonado por aquellos en quienes hemos puesto nuestra confianza y nuestro amor. La traición y el abandono rompen la comunidad. Los corazones de todos estaban heridos.

A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón.

Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, parecía humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del Resucitado lo logran. Cristo resucita y da nueva vida que se manifiesta en una renovada energía y una reforzada integridad de la comunidad.

Las mujeres, pasado el reposo sabático, a primera hora se alistan para ir a encontrar un cadáver. Los recuerdos y el cariño no les permiten dejar en el olvido el cuerpo del Maestro y no quieren que la corrupción y la descomposición toquen aquel cuerpo querido.

Unos perfumes y las caricias de quienes habían sido sus discípulas, pretenden retardar lo inevitable. Sin embargo, buscan entre los muertos y esperan encontrar en el sepulcro ¡al que está vivo! Y con desconcierto y asombro reciben la noticia de los “varones” que les recriminan esa búsqueda donde no se encuentra El que ahora está vivo. Les recuerdan sus palabras anunciando su pasión, su muerte y su resurrección. No las habían entendido, pero ahora suenan de una forma diferente.

Ellas habían escuchado sus palabras, pero, igual que los demás apóstoles, no las habían comprendido. Y ahora empiezan a reconocer y entender que Dios no puede dejar en el fracaso a su Hijo Jesús. Es la primera experiencia de Dios que rescata a su Hijo del sepulcro.

Para los primeros cristianos, por encima de cualquier otra representación o esquema mental, la resurrección de Jesús es una actuación de Dios que, con su fuerza creadora, lo rescata de la muerte para introducirlo en la plenitud de su propia vida. Así las mujeres inician lo que será el camino de todo discípulo: recordar y creer la palabra; una experiencia viva de encuentro con el Señor resucitado; y una misión que brota incontenible de la seguridad emocionante de tener al resucitado en el corazón.

La resurrección de Jesús para nosotros sus seguidores es también un punto de arranque y una piedra de toque para nuestra fe. No podemos buscar entre los muertos y en una cultura de muerte al que está vivo. Se ha dicho que sus palabras no tendrían sentido para el mundo actual, que han quedado en el olvido sus acciones, que no ya puede estar presente en medio de nosotros; que está condenado a la muerte en una sociedad de poder, de consumo y de intereses; sin embargo Jesús sigue vivo y tiene una palabra de vida para nuestra sociedad y para nuestros ambientes.

Su resurrección es la fuerza transformadora de una sociedad que se pierde en la oscuridad de la injusticia, del terrorismo, de la corrupción y del materialismo, donde el hombre parece estar muerto también. Sólo la resurrección de Jesús será capaz de mover el pesado fardo que llevamos a cuestas cuando se ha perdido la fe, cuando reina el pesimismo y cuando se ha enseñoreado la mentira. Jesús resucitado nos lanza a una nueva acción, no hay fuerza más poderosa que la muerte y Jesús la ha vencido. Los cristianos no podemos darnos por vencidos vamos siguiendo a Cristo triunfador, tenemos una nueva esperanza.

Hoy, en el día de la resurrección, es inútil ir a la tumba a embalsamar y a hacer duelo por Jesús. Hoy está más vivo que nunca y despierta nuestra esperanza y nuestra ilusión. Al igual que Jesús debemos pasar por la muerte para tener la vida, pero al igual que Jesús no nos podemos quedar en la frialdad de la tumba, tenemos que resucitar con Él y generar nueva vida, nueva esperanza y nuevas energías para construir su reino.

“No buscar entre los muertos” es una consigna de renovación de la vida, de la sociedad, de las estructuras opresoras que nos sumergen en el miedo. El verdadero cristiano, experimentando la resurrección de Jesús, tiene una alegría plena y una entrega a toda prueba para construir el mundo de amor que Él nos propone.

Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida plena, concede a quienes celebramos hoy la Pascua de Resurrección, resucitar también a una nueva vida, renovados por la gracia del Espíritu Santo. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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