Sofía Brahm
(ZENIT Noticias – Humanitas / Santiago de Chile, 22.03.2024).- Las sanaciones y los milagros han estado presentes a lo largo de toda la historia del cristianismo. Los evangelios nos relatan los diversos milagros y hechos extraordinarios de Jesús, como la transfiguración, curaciones, expulsión de demonios, multiplicación de los panes, transformación del agua en vino. Luego los apóstoles continuaron haciendo milagros, podían sanar y expulsar demonios (cf. Mt 10, 1; Lc 9, 1). Dentro de las primeras comunidades cristianas estos carismas se dieron especialmente en la comunidad de los Corintios, donde el Espíritu Santo derramaba sus dones “según su voluntad” y “para provecho común” (cf. Cr 12-14). Aquellas capacidades sobrenaturales se han manifestado a lo largo de los siglos en distintas personas, hombres y mujeres, santos y pecadores, en el contexto de la misión.
La Biblia relata cómo Jesús se mostraba entristecido cuando las personas no comprendían el sentido de los signos. Tras la multiplicación de los panes, “Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo” (Jn 6, 1-15). El milagro era, a menudo, exigido para creer. “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?” (Jn 6, 30). “Si no veis señales y prodigios no creéis” (Jn 4, 48) [1]. Rainiero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, explica así el sentido de los milagros:
El milagro nunca es, en la Biblia, un fin en sí mismo; menos aún debe servir para ensalzar a quien lo realiza y poner al descubierto sus poderes extraordinarios, como casi siempre sucede en el caso de sanadores y taumaturgos que hacen publicidad de sí mismos. Es incentivo y premio de la fe. Es un signo y debe servir para elevar a un significado [2].
¿Y cuál es ese significado? El amor de Dios, el llamado a la conversión, la buena noticia de una vida futura. Se trata de ayudar a vivir más plenamente la fe y dar cuenta de la presencia de Dios en la historia. De acuerdo con un comunicado emitido por el Arzobispado de Rosario, Argentina, en Leda Bergonzi estos carismas extraordinarios se manifestarían de forma especial y, “viendo los frutos buenos que produce en mucha gente”, el arzobispo decidió “acompañar” el fenómeno [3].
Leda es una mujer de 44 años, madre de cinco hijos, nacida en Rosario y que, en el año 2015 en un contexto de oración comunitaria, el Espíritu Santo se le habría revelado. Así comenzó un camino espiritual que ha congregado a miles de fieles en torno a sus ceremonias de sanación. A ella se le atribuye la intercesión para diversas sanaciones, tanto físicas como espirituales. Se presenta como una persona común y corriente, una “pecadora más”, madre de familia, trabajadora en un emprendimiento textil. Lidera un grupo de oración católica llamado “Soplo del Dios Viviente”, el que está a cargo de los eventos que realiza todas las semanas en Rosario.
Con su grupo han contado desde un inicio con el arzobispo de Rosario, Eduardo Martín, quien el año 2022 hizo un primer comunicado en el que brindaba un marco explicativo al fenómeno, titulado “Orientaciones pastorales relativas a la oración para obtener de Dios la curación” [4]. Dentro de las orientaciones explica la complementariedad de los ritos de sanación con los medios naturales para conservar y recuperar la salud, la necesidad de no poner en primer lugar la intensión de sanación por sobre la eucaristía y la necesidad de actuar conforme a lo prescrito en los libros litúrgicos. En ese sentido, las acciones de Leda se enmarcan siempre en un contexto litúrgico, donde la imposición de manos las realiza luego de una Eucaristía y una Adoración al Santísimo, ocasión en que generalmente canta y reza.
Con una importante influencia del cristianismo pentecostal, dentro de la Iglesia Católica hoy los ritos y prácticas vinculadas con los dones del Espíritu Santo, como son las sanaciones y exorcismos, se encuentran muy presentes especialmente en países de América Central y el Caribe, dentro de los movimientos de renovación católica carismática. El acento está puesto en la renovación y liberación a través del bautismo en el Espíritu Santo. En países como Chile, Argentina y Uruguay la identificación con prácticas carismáticas es menor, aunque en auge.
El fenómeno de Leda puede enmarcarse en este contexto carismático, y también en la enorme tradición de religiosidad popular argentina, con una fuerte conciencia popular sobre la posibilidad de encontrar el favor de Dios a través de su madre y de los santos. Sin embargo, en el país vecino emergen por doquier “santos populares” en torno a los cuales se desarrollan verdaderas iglesias paralelas, con sus propios ritos y devociones, como lo que sucede en torno a la figura del Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte e incluso Maradona, canonizados popularmente no por sus virtudes, y donde la Iglesia no tiene prácticamente ningún poder de mediación. A diferencia de lo que sucede con esos ejemplos, las ceremonias de sanación de Leda se enmarcan institucionalmente y llaman constantemente a los fieles a recibir los sacramentos de la eucaristía y la reconciliación. A pesar de ello, la enorme cantidad de fieles que suscita puede generar en torno a su figura elementos de idolatría, sin duda.
Cierto nivel de escepticismo en ese sentido ayuda a advertir frente a devociones desordenadas, “canonizaciones en vida”, y a desenmascarar a aquellos “falsos profetas”, a estar atentos frente a líderes carismáticos que poseen un enorme poder persuasivo, caldo de cultivo para situaciones abusivas. También nos pone una alerta frente al utilitarismo religioso, que busca por todas partes lo milagroso y lo sanador como condición para la fe, y frente al clericalismo, que hace que la fe dependa de terceros y no del propio discernimiento espiritual. Cuando surgen aquellos líderes, hay que recordar que son también seres humanos, falibles, y que la única vía al Padre es a través del Hijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).
Sin embargo, es necesaria también cierta apertura que no rechace a priori todo aquello que está revestido de misterio y que no puede explicarse, apertura propia de la fe de los más pequeños y fuertemente presente en la conciencia religiosa popular. Los atributos aparentemente extraordinarios de Leda nos recuerdan que no somos capaces de comprenderlo todo y que, en nuestra fe, que es pequeña, somos necesitados de Dios.
Quienes asisten a los actos de Leda, más allá de los curiosos, no son ni ignorantes ni idólatras, como se lee por doquier en las redes sociales, sino que son sobre todo personas creyentes, quienes reconocen sus carencias y que confían en que el sufrimiento físico y espiritual puede ser aliviado por Cristo. Y ese alivio no implica solo sanación, sino también saberse vistos y acompañados por Él en el dolor. En su texto, el arzobispo Martín nos recuerda que “durante la actividad pública de Jesús, muchos enfermos se dirigen a Él, ya sea directamente o por medio de sus amigos o parientes, implorando la restitución de la salud. El Señor acoge estas súplicas y los Evangelios no contienen la mínima crítica a tales peticiones”. En ese sentido, expresa, “no solamente es loable la oración de los fieles individuales que piden la propia curación o la de otro, sino que la Iglesia en la liturgia pide al Señor la curación de los enfermos. Ante todo, dispone de un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos”[5].
Notas
[1] En “¿Para qué sirven los milagros?” comentario del padre Rainero Cantalamessa del viernes 12 de octubre de 2007. Traducida y publicada por zenit.org.
[2] Ídem.
[3] Cf. Comunicado del Arzobispado de Rosario del 26 de septiembre de 2023. Disponible en https://delrosario.org.ar/comunicado-del-arzobispado-2/
[4] Monseñor Eduardo Martín, Arzobispo de Rosario; “Orientaciones pastorales relativas a la oración para obtener de Dios la curación” 10 de julio de 2022. Disponible en: https://delrosario.org.ar/wp-content/uploads/2023/07/Orientaciones-pastorales-relativas-a-la-oracion-para-obtener-de-Dios-la-curacion.pdf
[5] Ídem.
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