(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 04.06.2024).- La tumba de San Bonifacio, en lo que fue la extraordinaria abadía de Fulda, hoy catedral, podría ser una ingeniosa caricatura: el Apóstol de los alemanes, incluso antes de que pudieran llamarse tales, es representado en el acto de levantar la tapa de su propio sarcófago para echar un vistazo al exterior. Pastor incansable de su rebaño, en las intenciones del artista, pero hoy quizá también intrigado por el singular camino espiritual emprendido por Alemania.
Que queda mucho por hacer, no sólo en la región transalpina, es una opinión que comparte monseñor Georg Bätzing, obispo de Limburgo y Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana: la tierra misionera, cuna de Ambrosio de Milán, Alberto Magno, Hildegarda de Bingen, Edith Stein y Benedicto XVI, entre otros, es hoy una «tierra de misión». «Vivimos en una tierra de misión cuando nos damos cuenta de que menos de la mitad de los ciudadanos alemanes siguen perteneciendo a confesiones cristianas», afirmó Bätzing en una entrevista para Leben jetzt. Pero la otra mitad simplemente no tiene fe o no se hace preguntas y, en este sentido, creo que tenemos que trabajar mucho más».
La definición, a decir verdad, no es nueva, ni siquiera para el contexto alemán. Alemania se ha convertido en un país de misión para las iglesias cristianas», informaba la versión digital del periódico Die Welt hace 13 años, citando las palabras de Bodo Flaig, director gerente del Instituto Sinus de investigación social y de mercado de Heidelberg. Y pensar que los resultados de la encuesta, publicados entonces en Christ und Welt, revelaban que el 59% de los alemanes entrevistados seguía definiéndose como religioso, pero que sólo el 33% se sentía vinculado a una Iglesia. Aún menos asistían regularmente a servicios religiosos (21%) y rezaban a diario (10%). El periódico alemán titulaba: «Un millón de alemanes quieren dejar la Iglesia» (católica y protestante).
Trece años después, un millón de cristianos menos en Alemania parece un espejismo. Si a principios de los años 90 los católicos superaban por sí solos los 28 millones, hoy no llegan a 21 millones: 7 millones de creyentes menos en 30 años. Los católicos representan ahora el 24,8% de la población en Alemania, con las incidencias más bajas en los Länder del norte y del este y las más altas en los del sur, como Baviera y el Sarre, donde los católicos son el 43,5% y el 50,8% de la población, respectivamente.
Según los últimos datos publicados por la Conferencia Episcopal Alemana, referidos a 2022, en Alemania hay oficialmente unos 20,9 millones de católicos y 19,2 millones de evangélicos (es decir, inscritos en las respectivas Iglesias, en virtud del impuesto eclesiástico, Kirchensteuer). En total, hay menos de 45 millones de cristianos, incluidos los pertenecientes a otras Iglesias evangélicas (291.000), Iglesias ortodoxas (3,85 millones) y otras Iglesias cristianas, como la Iglesia copta (573.000). En conjunto, la población alemana es cristiana en un 52,2% y de otras confesiones (o ninguna) en un 47,8%.
Una vez diagnosticado el mal, resulta más complejo identificar una cura. Una parte de la Iglesia en Alemania, como es sabido, cree haberla encontrado entre las luces y sombras del controvertido Camino Sinodal Alemán, hasta ahora sin resultados apreciables. Es complejo, en efecto, interpretar las causas de la crisis, a veces contrapuestas: la secularización general de muchas sociedades, la reacción de indignación ante los abusos sexuales y de poder, pero también la desafección por una Iglesia que se percibe cada vez menos como alternativa creíble -o incluso sólo alternativa- a la lógica mundana.
Unos años más tarde, en 2000 y 2004, el episcopado alemán abordó en dos documentos las perspectivas de la misión de la Iglesia universal y de la Iglesia en Alemania, «parte integrante de la misión de Dios, […] de la que la Iglesia debe dar testimonio en nuestro país y en todo el mundo». Sin embargo, las nuevas energías podrían venir más bien del exterior que del interior.
Es interesante señalar que una de las pocas dinámicas que contrarrestan el hundimiento del cristianismo en Alemania es la afluencia de fieles procedentes del extranjero, originarios precisamente de las antaño llamadas «tierras de misión»: ya hay 3,5 millones de católicos extranjeros en Alemania, muchos más si se tiene en cuenta el previsiblemente elevado número de los no inscritos en la Kirchensteuer, y lo que es más, en aumento. Polacos, italianos, croatas, austriacos y rumanos, una presencia vital, aún no plenamente incluida en la Iglesia en Alemania, pero que -si el contagio de la secularización lo permite- representa el futuro de muchos contextos eclesiales, no sólo en Alemania.
En la carrera por diseñar nuevas formas de vida misionera, cualquier respuesta sólo puede provenir de la participación plena y equitativa de cada Iglesia. Mientras que a nivel financiero la propulsión sigue siendo «occidental», el centro de gravedad del cristianismo se ha desplazado hacia el Sur global en cuanto al número de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, así como en cuanto a las experiencias de pertenencia a la Iglesia. Es decir, en aquellos contextos más o menos veladamente «atrasados» incluso desde el punto de vista eclesial.
La France, pays de mission?, se preguntaban Henri Godin e Yvan Daniel en plena Segunda Guerra Mundial y con Francia ocupada por los nazis, cuando el laicismo parecía la menos peligrosa de las amenazas posibles. Pero sólo a simple vista. Si entonces la frontera de la nueva evangelización se situaba entre las múltiples marginaciones de los suburbios, hoy la fe se arranca del colosal suburbio de la marginación. Tan grande como el llamado Occidente.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.
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