Quienes lo acompañaron describen el momento no como dramático ni trágico, sino profundamente sereno. Foto: Vatican Media

Así murió el Papa y estas fueron sus últimas palabras, revelan quienes le acompañaron

«Gracias por traerme de vuelta a la Plaza», le dijo a Strappetti. Era más que gratitud por el regreso físico a un lugar. Fue un reconocimiento de algo más profundo: la esencia de la misión de Francisco: acompañar a la gente, tocar sus heridas y encontrarla donde esté. Su papado nunca fue de distancia ni protocolo, sino de proximidad.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 22.04.2025).- El 21 de abril, el Papa Francisco partió silenciosamente de este mundo. Su partida no estuvo marcada por el espectáculo, sino por la misma humildad y cercanía humana que definieron su pontificado. A las 7:35 a. m., el Vaticano confirmó su fallecimiento, apenas horas después de que mostrara signos de malestar. Sin embargo, incluso en su último día, el Papa no descansaba a puerta cerrada. Estaba donde más deseaba estar: entre la gente.

La víspera de su muerte fue Domingo de Pascua, y aunque visiblemente debilitado por una enfermedad reciente, Francisco se paró una vez más en la logia de la Basílica de San Pedro para impartir la bendición Urbi et Orbi. Fue un acto de fe y perseverancia; su voz aún resonaba con convicción al dirigirse a la ciudad y al mundo. Pero no fue la última sorpresa del día.

En un gesto inesperado que ahora adquiere tono de despedida, Francisco pidió subirse por última vez al papamóvil. «¿Crees que puedo?», le preguntó a su enfermero personal, Massimiliano Strappetti. Strappetti lo animó. Momentos después, Francisco, frágil pero sonriente, daba vueltas por la Plaza de San Pedro.

De regreso a la Casa Santa Marta, el Papa descansó y compartió una cena sencilla. Nada en esas horas hacía presagiar lo cerca que estaba realmente el final. Pero al amanecer del día siguiente, alrededor de las 5:30 a. m., su estado empeoró. Rodeado de quienes lo habían acompañado durante su enfermedad —entre ellos, Strappetti—, hizo un último gesto de despedida, levantando ligeramente la mano de la cama. Luego, en paz y sin sufrimiento, entró en coma. Poco después, falleció.

Quienes lo acompañaron describen el momento no como dramático ni trágico, sino profundamente sereno. Un final tranquilo para un Papa que había elegido la sencillez desde el momento en que salió al balcón en 2013 y se presentó con un humilde «Buona sera».

«Gracias por traerme de vuelta a la Plaza», le dijo a Strappetti. Era más que gratitud por el regreso físico a un lugar. Fue un reconocimiento de algo más profundo: la esencia de la misión de Francisco: acompañar a la gente, tocar sus heridas y encontrarla donde esté. Su papado nunca fue de distancia ni protocolo, sino de proximidad.

Durante sus últimos meses, Strappetti se había convertido no solo en un cuidador, sino en un compañero de confianza, presente durante las cirugías, la recuperación y el cansancio. Fue él quien en una ocasión aconsejó al Papa que se sometiera a la cirugía de colon que le prolongó la vida. Más tarde, fue nombrado asistente personal de salud, una función que desempeñó con incansable devoción. Su presencia junto al lecho del Papa en las últimas horas no fue casualidad; fue el fruto de años de cuidado y compañía silenciosa.

La muerte de Francisco, justo un día después de Pascua, ha sido considerada por muchos como simbólicamente apropiada. La resurrección que había predicado apenas unas horas antes se convirtió ahora en la esperanza a la que confió su alma.

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Redacción Zenit

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