(ZENIT – 24 sept. 2018).- La Catedral de Santiago, de Riga, capital de Letonia, ha acogido la visita del Santo Padre Francisco, en su tercer día de viaje apostólico a los Países Bálticos, este martes, 24 de septiembre de 2018.
El encuentro ha estado dirigido especialmente a los ancianos de Letonia, a quienes el Papa les ha dicho: «Ni el régimen nazi, ni el soviético apagó la fe en vuestros corazones».
Francisco ha continuado: «Vosotros aquí presentes habéis sido sometidos a toda clase de pruebas: el horror de la guerra, y después la represión política, la persecución y el exilio, como bien ha descrito vuestro arzobispo. Y habéis sido constantes, habéis perseverado en la fe».
«El apóstol Santiago nos invita a ser constantes, a no bajar los brazos», ha exhortado el Papa a las personas mayores de Letonia. «No cedáis a la decepción, a la tristeza, no perdáis la dulzura y, menos aún, la esperanza».
A las 11:30 hora local (10:30 h. de Roma), el Santo Padre Francisco ha llegado al templo. A su llegada, el Pontífice ha sido recibido por el párroco, que llevaba el crucifijo y el agua bendita para la aspersión. Asimismo, una pareja de ancianos ha entregado al Papa algunas flores que colocó ante la imagen de la Virgen.
Introducido por el saludo del arzobispo de Riga, Mons. Zbigņevs Stankevičs, el Santo Padre dirigió sus saludos a los presentes. Después de rezar el Padre Nuestro y dar la bendición final, ha tenido lugar el intercambio de dones.
Posteriormente, el Papa se mudó a la Casa de la Sagrada Familia en Riga, donde almorzó con los obispos de la Conferencia Episcopal de Letonia.
Antes de partir, el Santo Padre ha ofrecido un regalo a la Casa diocesana y ha saludado a algunos benefactores y colaboradores.
Publicamos el saludo del Papa Francisco de a los fieles presentes en la Catedral de Santiago:
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Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanas y hermanos:
Agradezco las palabras del arzobispo y su preciso análisis de la realidad. Vuestra presencia, hermanos más mayores, me hace recordar dos expresiones de la carta del apóstol Santiago, a quien está dedicada esta catedral. Al comienzo y al final de la carta nos invita a la constancia, pero usando dos términos diversos. Estoy seguro de que podemos sentir la voz del hermano del Señor que hoy quiere dirigirse a nosotros.
Vosotros aquí presentes habéis sido sometidos a toda clase de pruebas: el horror de la guerra, y después la represión política, la persecución y el exilio, como bien ha descrito vuestro arzobispo. Y habéis sido constantes, habéis perseverado en la fe. Ni el régimen nazi, ni el soviético apagó la fe en vuestros corazones y, en algunos de vosotros, incluso, no os hizo desistir de entregaros a la vida sacerdotal o religiosa, a ser catequistas, y a múltiples servicios eclesiales que ponían en riesgo la vida; habéis combatido el buen combate, estáis por concluir la carrera, y habéis conservado la fe (cf. 2 Tm 4,7).
Pero el apóstol Santiago insiste en que esta paciencia supera la prueba de la fe haciendo emerger obras perfectas (cf. 1,2-4). Vuestro obrar habrá sido perfecto en aquel entonces y deberá tender, en las nuevas circunstancias, también a la perfección. Vosotros, que habéis ofrecido cuerpo y alma, que habéis dado la vida en pos de la libertad de vuestra patria, muchas veces os veis relegados. Aunque suene paradójico, hoy, en nombre de la libertad, los hombres libres someten a los ancianos a la soledad, al ostracismo, a la falta de recursos, a la exclusión, y hasta a la miseria. Si es así, el supuesto tren de la libertad y el progreso acaba teniendo, en quienes lucharon por conquistar derechos, su furgón de cola, los espectadores de una fiesta que es de otros, los honrados en homenajes, pero olvidados en la vida cotidiana (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 234).
El apóstol Santiago nos invita a ser constantes, a no bajar los brazos. «En este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 163). No cedáis a la decepción, a la tristeza, no perdáis la dulzura y, menos aún, la esperanza.
Terminando su epístola, Santiago vuelve a invitar a la paciencia (5,7), pero utiliza una palabra que reúne dos significados: soportar pacientemente y esperar pacientemente. Os animo a que seáis también vosotros, en medio de vuestras familias y de vuestra patria, ejemplo de estas actitudes: soportar y esperar, las dos llenas de paciencia. Así continuaréis a construir vuestro pueblo. Vosotros, que habéis transitado muchos tiempos, sed testimonio vivo de tesón en la adversidad, pero también del don de profecía, que recuerda a las jóvenes generaciones que el cuidado y protección de los que nos antecedieron es querido y valorado por Dios, y que clama a Dios cuando es desoído. Vosotros, que habéis transitado muchas épocas, no os olvidéis de que sois raíces de un pueblo, raíces de retoños jóvenes que deben florecer y dar frutos; defended esas raíces, mantenedlas vivas para que los niños y jóvenes se injerten allí, que ellos entiendan que «lo que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado» (F. L. Bernárdez, soneto Si para recobrar lo recobrado).
Como dice la frase inscrita en el púlpito de este templo: «Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón» (Sal 95,7-8). El corazón duro y esclerotizado es aquel que pierde la alegría de la novedad de Dios, el que renuncia a la juventud de ánimo, a gustar y ver qué bueno es siempre, en todo tiempo y hasta el final, el Señor (cf. Sal 34,9).
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