CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 12 enero 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II denunció este lunes que en Europa se está extendiendo una confusión entre laicidad y laicismo que podría constituirse en una amenaza para la libertad de religión.
La preocupación del Papa, que ya había expresado con otras palabras durante el año 2003 en el contexto de la redacción del proyecto de Tratado constitucional de la Unión Europea, se convirtió en uno de los temas más destacados del discurso que pronunció al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede.
«Somos testigos, en los últimos tiempos, en ciertos países de Europa, de una actitud que podría poner en peligro el respeto efectivo de la libertad de religión», comenzó diciendo en su discurso de inicios de años a los embajadores al afrontar la cuestión.
«Si bien todo el mundo está de acuerdo en respetar el sentimiento religioso de los individuos, no se puede decir lo mismo del «hecho religioso», es decir, la dimensión social de las religiones, al olvidar los compromisos asumidos en el marco de lo que entonces se llamaba la «Conferencia sobre la Cooperación y la Seguridad en Europa»», recalcó.
«Con frecuencia se invoca el principio de laicidad, en sí mismo legítimo, si es comprendido como la distinción entre la comunidad política y las religiones. Pero, ¡distinción no quiere decir ignorancia! ¡La laicidad no es el laicismo!», exclamó hablando en francés.
«No es otra cosa que el respeto de todas las creencias por parte del Estado, que asegura el libre ejercicio de las actividades de culto, espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de creyentes», explicó.
«En una sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las diferentes tradiciones espirituales y la nación. Las relaciones Iglesia-Estado pueden y deben dar lugar a un diálogo respetuoso, que transmita experiencias y valores fecundos para el porvenir de una nación», subrayó.
«Un sano diálogo entre el Estado y las Iglesias –que no son corrientes, sino socios– puede sin duda favorecer el desarrollo integral de la persona y la armonía de la sociedad», indicó.
Este debate, como constató el pontífice, «se ha verificado de manera emblemática con motivo del reciente debate sobre las raíces cristianas de Europa».
«Algunos han hecho una relectura de la historia a través del prisma ideologías reductivas, olvidando lo que ha aportado el cristianismo a la cultura y a las instituciones del continente –denunció–: la dignidad de la persona humana, la libertad, el sentido de lo universal, la escuela y la universidad, las obras de solidaridad».
«Sin subestimar a las demás tradiciones religiosas, es un hecho que Europa se afirmó al mismo tiempo en que era evangelizada», recordó.
Por último, al afrontar la cuestión europea, consideró que «es un deber de justicia recordar que hasta hace poco tiempo, los cristianos, al promover la libertad y los derechos del hombre, han contribuido a la transformación pacífica de regímenes autoritarios, así como a la restauración de la democracia en Europa central y oriental».