El cine español muestra las consecuencias de la ausencia del padre en la familia

El crítico de cine Juan Orellana analiza este fenómeno social en un puñado de películas españolas

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MADRID, lunes, 2 febrero 2004 (ZENIT.orgVeritas).- La crisis de la figura del padre, provocada por la desestructuración de la familia, se ha convertido en un tema central del cine español, constata un experto.

Es la constatación que hace el artículo «La búsqueda del padre en el cine contemporáneo», publicado en el último número de la revista «Pantalla 90», de la Conferencia Episcopal Española, por el crítico de cine y director de la publicación, Juan Orellana.

«Vivimos en un momento en el que la desestructuración de la familia, los fracasos matrimoniales, las adopciones uniparentales, las reivindicaciones de los homosexuales para adoptar hijos, etc., han traído consigo una disolución del significado de la paternidad, y sobre todo la ausencia real de la figura del padre –más que de la madre– en muchos ámbitos familiares y educativos», explica.

«La cuestión de la ausencia y consiguiente búsqueda del padre permite un diagnóstico esencial de la sociedad actual. Un niño o un joven sin padre –como significado, no como mera denotación biológica– es una persona sin vínculos afectivos y racionales con su historia, y por tanto sin identidad. Si no sabe a quién pertenece no sabe quién es», afirma Orellana.

Para el director de «Pantalla 90» «el ser humano es «hijo» por naturaleza, tanto a nivel biológico como ontológico: no nos hemos dado el ser y por ello necesariamente «dependemos de» otro. El padre es el signo carnal más significativo del Padre con mayúsculas, es decir, del Ser que nos sustenta».

«Por ello la ausencia del padre afecta a toda la percepción de la realidad, que se vuelve extraña y a menudo hostil», concluye; y para ilustrarlo pone algunos ejemplos de cine contemporáneo hecho en España, en el que «se han abordado algunas de estas cuestiones profusamente y de muchísimas maneras».

«En el film «Todo sobre mi madre» (1999), de Pedro Almodóvar, y en «Como un relámpago» (1996), de Miguel Hermoso, se nos muestran dos familias rotas en las que, como es habitual, el hijo ha permanecido con la madre».

«En las dos películas este hijo es un adolescente cuya obsesión es encontrar a su desconocido padre, que en ambos casos abandonó el hogar. Para ambos jóvenes es una cuestión vital, en plena fase de asentamiento de su identidad personal, conocer esa «mitad» de su origen que les ha sido censurada. En las dos películas, la reaparición del padre -incluso cuando es pasajera- va a resultar beneficiosa para todos –no sólo para los hijos–», continúa el crítico.

Para Orellana «es muy significativo que en ninguna de las dos películas el deseo de los jóvenes de conocer a su padre» se haga depender de sus virtudes como padre: «Antes que un referente moral buscan en él un referente ontológico: en sus padres está parte de la respuesta a la pregunta «¿quién soy yo?»».

Juan Orellana no habla de la importante presencia del padre sólo desde un punto de vista biológico. «Muchas veces la paternidad la asume una persona distinta, como en el caso de las acogidas y adopciones; un maestro, un amigo, un profesor, un tutor puede, en ciertos casos, sustituir la ausencia del padre biológico».

En este sentido, recuerda la película de José Luis Garci «El Abuelo» (1998), en la que si por un lado «el Conde de Albrit se convierte en figura referencial para las niñas y su vínculo con una historia humana»; por otro, «el Conde descubre que la paternidad que desarrolla hacia las chicas no depende necesariamente de la relación biológica, que puede no existir».

Orellana busca otros ejemplos de la búsqueda de la figura del padre en el cine, a través de películas como «Martín (Hache)» (1997), de Aristaráin; «La flaqueza del bolquevique» (2003), una adaptación de la novela homónima de Lorenzo Silva, dirigida por el almeriense Martín Cuenca; y «El Bola» (2000), de Achero Mañas.

«En «Martín (Hache)» –dice Orellana– no se trata tanto de encontrar al padre cuanto de sacar a la luz la paternidad que se oculta y esconde en el interior del padre biológico, Martín, absolutamente ausente de la vida de su hijo, Hache».

«En esta película, no sólo el hijo crece a través del descubrimiento de su padre, sino que también el padre se humaniza en el reconocimiento de su dimensión paternal», añade.

En «La flaqueza del bolquevique» «tenemos a la adolescente María que encuentra en Pablo un adulto que rompe con la indiferencia familiar en la que vive, y por otro lado Pablo encuentra alguien con quien establecer un vínculo real, no instrumental ni estratégico».

Finalmente, Juan Orellana recuerda el chaval de «El Bola», maltratado por su padre, que «va desviando sus vínculos referenciales hacia el padre de su amigo, en el que descubre una paternidad más humana que la que ha conocido en su casa».

Aunque en este último caso, la critica de Orellana es que la película «peca de maximalismos maniqueos» porque «nadie se ocupa de hacer un seguimiento del padre maltratador, de afrontar terapéuticamente su trastorno, y sobre todo, de evitar que el vínculo con su hijo se rompa definitivamente».

Más información: http://www.conferenciaepiscopal.es/cine/

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ZENIT Staff

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