CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 19 febrero 2004 (ZENIT.org).- El pasado 9 de febrero Juan Pablo II expresó su dolor al conocer el fallecimiento, a los 93 años de edad, del cardenal Opilio Rossi en una clínica de Roma, tras una larga enfermedad.
El purpurado había sido presidente del Consejo Pontificio para los Laicos cuando era miembro del mismo el cardenal Karol Wojtyla, entonces arzobispo de Cracovia.
«Donde quiera que desarrolló su actividad pastoral y diplomática, el cardenal Opilio Rossi dejó el recuerdo de un digno ministro de Dios que sabía “hacerse prójimo” de todos», reconoció el Papa, quien presidió su funeral en la Basílica de San Pedro el viernes pasado.
Tony Assaf, estudiante de Teología en Roma e intérprete de árabe, atendió personalmente al purpurado en sus últimos nueve meses de vida, una experiencia que ha querido compartir con Zenit y que publicamos a continuación.
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«Pasarán las cosas, oh Dios, pasarán las cosas y pasaré también yo».
Son palabras de una poesía cuyo autor no recordaba Su Eminencia, el cardenal Opilio Rossi. Decía sólo que era una poesía que él recitaba siendo aún niño, en la escuela. Me lo decía sonriendo mientras estábamos en la mesa, en el Instituto de las Hermanas de Nuestra Señora del Monte Calvario, en Fiuggi, que aloja en el período estival a las personas ancianas que quieren disfrutar de las aguas termales de la zona.
Personalmente no creo que vaya a olvidar aquella sonrisa y aquel rostro que refleja santidad, tranquilidad y paz. Durante nueve meses inolvidables, acompañé a Su Eminencia, y cada día que pasaba me sentía más cercano a él. En cierto sentido, la compañía de este hombre me ha enseñado que vale la pena vivir, y vivir la vida plenamente.
A pesar de la enfermedad y debilidad del cuerpo, estaba siempre sonriente, con un sentido del humor muy fino. Por mi experiencia personal y por lo que siempre he oído decir, los ancianos, y especialmente quien padece alguna enfermedad, tienden a perder a veces la paciencia, aún sin quererlo.
Opilio Rossi, el hombre, el anciano, no era así; en nueve meses con él en la «Domus», en la Casa internacional para el clero «Pablo VI», en el convento en Grottaferrata donde hemos pasado dos meses, en Fiuggi y finalmente en el hospital, nunca levantó la voz, nunca se enfadó, nunca perdió la paciencia.
Fiuggi, el Instituto de Nuestra Señora del Monte Calvario, testimonian y recuerdan siempre la bellísima experiencia transcurrida con el cardenal. He escuchado a todos los que encontramos allí y me han dicho que nunca olvidarán ese verano lleno de la presencia de Opilio Rossi.
En sus últimos cinco meses de vida en la «Pio XI», el cardenal pasaba todo su tiempo en cama; su boca no hablaba, pero sus ojos sí.
Desde que le conocí, siempre tuvo consigo el Rosario en la mano, y oraba continuamente. Yo rezaba con él el Rosario después de la cena; pero no era el único: todos querían rezar junto a él, porque con el cardenal no era tanto un deber, sino un placer hacerlo.
El 9 de febrero, el cardenal nos dejó con un rostro iluminado. Se alejó de nuestra vida, pero permanecerá siempre en el corazón de quien le ha conocido.
Habría querido estar con él mucho más, pero desgraciadamente la tempestad sacude siempre la vela.
Opilio Rossi, el cardenal, el hombre sonriente, el hombre de oración, estará siempre en mi recuerdo y en mi corazón.
Tony Assaf