ROMA, jueves, 13 enero 2005 (ZENIT.org).- Ilaria Morali analiza en esta segunda parte de su entrevista concedida a Zenit el sentido y la naturaleza del diálogo interreligioso, que según opina, no significa relativizar la verdad.
«Se dialoga –es la opinión de muchos– porque nadie puede tener la pretensión de conocer la verdad. Si se traslada este razonamiento al ámbito cristiano, el riesgo concreto y tangible en muchas publicaciones y discursos es el de relativizar el valor único de la verdad de la salvación en Jesucristo. No es ésta la enseñanza del Magisterio», afirma.
Publicamos la segunda parte de la entrevista a esta especialista en Teología de la Gracia, docente encargada de Teología Dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Gregoriana, que imparte cursos sobre la salvación, las religiones no cristianas y el diálogo interreligioso.
La primera parte fue publicada por Zenit este miércoles («Los malentendidos sobre el diálogo interreligioso (I)»).
–¿Por qué el diálogo interreligioso no puede ser asimilado a lo que ocurre en ámbito ecuménico?
–Morali: La razón es bastante simple: el diálogo ecuménico ocurre en un contexto intra-cristiano, entre creyentes de confesiones diferentes pero unidas en la fe en Jesucristo. Este tipo de diálogo debería aspirar a llegar a la reconstitución de la unidad de los cristianos (todavía no existente), en la unidad católica (ya existente en la Iglesia católica).
El diálogo interreligioso es una relación que se establece entre cristianos católicos y miembros de otras religiones. No hay una unidad de ciertos elementos de fe como base para este tipo de relaciones. La superposición entre diálogo interreligioso y diálogo ecuménico es una tentación muy difusa, que depende en buena parte de la falta de claridad de ideas en el seno a nuestras comunidades.
En todo caso, hay una condición común para las dos formas de diálogo indicada por Paolo VI: la conciencia de la misma identidad. Si, como católicos, olvidáramos la conciencia de nuestra identidad ante un hermano protestante incurriríamos en el mismo error de aquellos fieles que, por querer dialogar con un musulmán, están dispuestos a relativizar el propio credo.
Recientemente un amigo musulmán me dijo: «Nosotros queremos dialogar con católicos auténticos, no con católicos a medias. Desde mi punto de vista de musulmán, un católico que renuncia a algún aspecto fundamental de su fe para dialogar sería como un mal musulmán que no observa el Corán. Se dialoga si se tiene la valentía de la propia identidad. ¿Cómo realmente podríamos conocer vuestra fe si negáis por ejemplo la unicidad de Cristo?».
Me parece una consideración muy sensata que sería útil también recordar dentro de algunos movimientos católicos que se dicen partidarios del diálogo interreligioso.
–¿Sería mejor de hablar de «coloquio» (como «colloquium») en latín que de diálogo?
–Morali: El texto latino de la encíclica «Ecclesiam Suam» (1964) habla de «colloquium», término que se traduce con el término «diálogo» y que fue retomado por Pablo VI en sus discursos en italiano. Yo pienso que habría sido más oportuno y prudente que se hubiera mantenido la palabra originaria, no sólo porque el término «dialogo» ha conocido en la historia sentidos y aplicaciones muy diferentes y ambiguas, sino también porque hoy es una palabra que ha sufrido inflación, se usa a menudo en política, en filosofía, en sociología etcétera, en ocasiones para relativizar la verdad o negarla.
Se dialoga –es la opinión de muchos– porque nadie puede tener la pretensión de conocer la verdad. Si se traslada este razonamiento al ámbito cristiano, el riesgo concreto y tangible en muchas publicaciones y discursos, es el de relativizar el valor único de la verdad de la salvación en Jesucristo. No es ésta la enseñanza del Magisterio.
–Al igual que la declaración «Dominus Iesus» (2000), usted habla de dos niveles de diálogo, el personal y el doctrinal. ¿En qué consisten y por qué fueron criticados cuando se publicó esta declaración?
–Morali: Querría hacer ante todo una premisa: en el momento actual, no existe un diálogo cristianismo-religiones no cristianas. No existe la posibilidad, por el hecho mismo de que ni el hinduismo ni el budismo, ni el islam constituyen en cada uno de los casos una unidad presidida por una autoridad de referencia. Existen budismos, islams y hinduismos muy diferentes entre sí, aunque aunados por algunos elementos distintivos.
No se tendría en cuenta esta diversidad, a veces radical, si se considerara a una de estas religiones como una denominación indistinta. Existe en cambio la posibilidad de dialogar con individuos que pertenecen a una u otra tradición de una determinada religión. Yo no creo, por tanto, que los congresos interreligiosos a gran escala sean la verdadera imagen del diálogo interreligioso.
–Entonces, ¿cuándo se da el diálogo interreligioso?
–Morali: El diálogo se edifica en el contacto personal, en un clima de intimidad y simpatía, no en una concentración oceánica. Esto es lo que he aprendido al encontrarme con católicos que trabajan en el ámbito del diálogo, cuando yo misma me he encontrado con creyentes de otras religiones.
Dicho esto, un diálogo entre cristianos y miembros de otras religiones puede darse a dos niveles:
–en temas políticos, sociales, por ejemplo cuando nos interpelan sobre el papel que las religiones desempeñan en el proceso de paz y humanización del mundo;
–en temas relativos a las doctrinas religiosas, por ejemplo, el contenido de la salvación según las correspondientes doctrinas religiosas. Es este sentido, la declaración «Dominus Iesus» aclara que si bien a nivel de personas, en cuanto personas, quienes forman parte del diálogo tienen la misma dignidad, no se puede decir lo mismo a nivel de doctrinas. Entre mensaje cristiano y mensaje no cristiano existe una necesaria diferencia, si somos católicos.
Quizá puede ayudar el poner un ejemplo. Hace uno años me encontré con unos amigos en casa de un anciano bonzo japonés, después de que hablamos largo y tendido sobre la salvación propuesta en el budismo de la Tierra Pura y la de Cristo, nos dijo: «Yo soy y seguiré siendo budista, pero tengo que admitir que el contenido de la salvación propuesto por Cristo es de un nivel cualitativamente superior a aquel propuesto por mi Tradición. La elevación que le es propuesta al hombre por la redención de Cristo está muy por encima de la que se perfila en el budismo. Cristo me plantea preguntas que difícilmente soy capaz de contestar en virtud de mi tradición».
En estos días, he escuchado el testimonio de un misionero en Indonesia. Recordaba cómo los cronistas musulmanes afirman que el cataclismo del 26 de diciembre debe interpretarse como un castigo de Dios.
En la visión cristiana, Dios es un Padre misericordioso y los desastres naturales son concebidos como expresión de una naturaleza que todavía no ha sido totalmente domada por el hombre. El misionero contó cómo alentó esta explicación a algunos amigos musulmanes. Una vez más, la diferencia no estriba a nivel de las personas sino de doctrinas.
El hecho que la «Dominus Iesus» haya sido mal acogida por algunos entornos del mundo católico no nos debe sorprender. Ha sido un hecho fisiológico: no habría habido razón de escribir un tal documento si amplios sectores del catoli
cismo actual no hubieran perdido de vista la belleza y la amplitud del mensaje cristiano.
«Dominus Iesus» retoma, en cierto sentido, la misma advertencia de Paolo VI en «Ecclesiam Suam» cuando ponía en guardia a los fieles de la tentación de perder el sentido y el valor del don recibido con el Bautismo y la fe católica.
–¿Por esto tuvo tan mala prensa la «Dominus Iesus»?
–Morali: Detrás del rechazo por los contenidos de la declaración «Dominus Iesus», se esconde en general el rechazo por la autoridad doctrinal del Magisterio, por el valor normativo de la Tradición, por el principio de la unicidad de la salvación en Cristo. Éstos son los puntos fundamentales del catolicismo.
El diálogo interreligioso no puede ser entendido como una acción con la que el cristiano podría llegar a conocer aspectos de la Revelación o incluso de otras revelaciones divinas paralelas a aquella cristiana. Quien afirma esto, no sólo se va más allá de la definición de diálogo admirablemente trazada por el Magisterio de Paolo VI, sino que además no reconoce en la Revelación en Cristo ese carácter único que está en el corazón mismo de la fe cristiana.
Desde mi punto de vista, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha cumplido con la «Dominus Iesus» un gesto atrevido, a costa de cierta impopularidad, volviendo a puntualizar principios que no pueden ser arrinconados. Como creyente, por otra parte, si yo perdiera de vista quién soy y qué he recibido por gracia, podría promover mil iniciativas de diálogo, pero ninguna de ellas reflejaría la concepción católica.
Todo esto debe llevarnos a reconocer que, cuarenta años después de la encíclica «Ecclesiam Suam», ha llegado la hora de recuperar la primera parte de su enseñanza sobre la conciencia de la identidad cristiana. Al abrirnos al otro, hemos perdido en parte el baricentro de nuestra vida. Estoy convencida de que tenemos que restablecer este equilibrio en nosotros y en nuestras comunidades para dar vigor y sentido a nuestras iniciativas y a nuestros «coloquios» con personas de otras religiones.