CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 21 febrero 2005 (ZENIT.org).- La dignidad de la persona humana no depende de su «calidad de vida», asegura Juan Pablo II en un mensaje dirigido a los participantes en la asamblea general de la Academia Pontificia para la Vida, que comenzó este lunes.
La misiva pontificia, dirigida al obispo Elio Sgreccia, presidente de esta institución vaticana fundada por este mismo Papa hace algo más de diez años, se convierte en una convencida defensa del derecho a vivir de las personas «que todavía no son capaces o que ya no son capaces de comprender y de querer».
El pontífice constata que cada vez más «la llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas –relacionales, espirituales y religiosas– de la existencia».
El Santo Padre considera, sin embargo, que hay que reconocer «la calidad esencial que caracteriza a toda criatura humana por el hecho de ser creada a imagen y semejanza del mismo Creador».
«Este nivel de dignidad y de calidad pertenece al orden ontológico y forma parte constitutiva del ser humano, permanece en todo momento de la vida, desde el primer instante de su concepción hasta la muerte natural, y se actúa en plenitud en la dimensión de la vida eterna», aclara.
«Por tanto, hay que reconocer y respetar al hombre en toda condición de salud, de enfermedad o de discapacidad», indica.
«A partir del reconocimiento de la vida y de la dignidad peculiar de toda persona, la sociedad debe promover, en colaboración con la familia y los demás organismos intermedios, las condiciones concretas para desarrollar armoniosamente la personalidad de cada uno, según sus capacidades naturales», explica.
«Todas las dimensiones de la persona –la dimensión corporal, la psicológica, la espiritual y o la moral– deben promoverse de manera armoniosa. Esto supone la presencia de condiciones sociales y ambientales capaces de favorecer un desarrollo armonioso».
«El contexto socio-ambiental, por tanto, caracteriza este segundo nivel de calidad de la vida humana, que debe ser reconocido a todos los hombres, incluso a quienes viven en los países en vías de desarrollo».
El Papa reconoce, sin embargo, que en estos momentos se está extendiendo un concepto diferente de «calidad de la vida», «reductor y selectivo», que consiste en «la capacidad para gozar y experimentar placer, o en la capacidad de autoconciencia y de participación en la vida social».
Esta mentalidad, «niega toda calidad de vida a los seres humanos que todavía no son capaces o que ya no son capaces de comprender y de querer, o a quienes ya no son capaces de disfrutar de la vida como sensación o relación».
Tras reconocer que una desviación análoga ha sufrido también el concepto de «salud», el Papa constata la gran paradoja de las sociedades contemporáneas.
Por una parte, «la humanidad se presenta hoy, en amplias zonas del mundo, como víctima del bienestar que ella misma ha creado».
«En otras partes mucho más grandes», añade, «es víctima de enfermedades difundidas y devastadoras, cuya virulencia se deriva de la miseria y de la degradación del ambiente».
El mensaje pontificio concluye pidiendo que «se movilicen todas las fuerzas de la ciencia y de la sabiduría al servicio del auténtico bien de la persona y de la sociedad en todas las partes del mundo, a la luz del criterio de fondo que es la dignidad de la persona, en la que está impresa la imagen misma de Dios».