Primero con lo del puño. El grupito ‘pacifista y evangélico’ está escandalizado: “Nosotros somos los que siempre y como sea ponemos la otra mejilla”, dicen. Quizá es verdad… Después la historia de los conejos. Los jóvenes todo tradición (¿pero sabes de qué hablas?), con la medalla de católico perfecto, están heridos y engañados. Pero…
Estas reacciones demuestran sólo ignorancia, chicos. ¿Hemos leído lo que el Papa ha dicho? ¿Hemos tratado de entender? ¿O hemos leído sólo los titulares de periódicos en internet? Es decir, ¿chismes miserables y para nada inocentes? ¿Algún “ilustre” periodista, un “autodenominado” teólogo?
Claro, el papa Francisco ama la comunicación directa, no se preocupa de ser sutil, especialmente en coloquios informales, pero siempre dice la verdad. No se preocupa de equilibrar cada cosa que dice: es el Papa, habla dentro de un contexto más amplio que es el Magisterio de la Iglesia, que ama y sirve, y dentro de Magisterio personal, que, os recuerdo, es Magisterio petrino.
El juego de los señores de la información, de los vendedores de humo, es precisamente desacreditar el Magisterio, ya sea a quien se oponga, ya sea a quien lo apoya. Apoyan lo que les conviene, deformando todo el sentido. Quieren hacer daño sistemáticamente, es decir, dividir la Iglesia. Divide et impera, como de hecho sucede por desgracia. Y no pocos (también buenos) católicos se prestan al juego. ¡No debemos caer en la trampa!
El papa Francisco conoce bien estos problemas, por eso ha escrito la Evangelii gaudium, la exhortación apostólica que contiene las claves de su modo de hacer y de todas sus afirmaciones. ¡Hay que estudiarla mejor! El Papa quiere evangelizar, llegar a todos, no puede usar siempre un lenguaje especializado y pomposo. Y quiere llamar a todos a la conversión, empezando por sí mismo.
Hasta los padres de muchos hijos –que el Santo Padre aprecia y anima– necesitan ser llamados a la conversión. Miren un poco… tener hijos en sí no es garantía de nada: en América Latina, y no sólo allí, existe a menudo una irresponsabilidad hacia los hijos, generados y abandonados a sí mismos, “niños de la calle”. El Papa viene de esos lugares, esas situaciones.
Y después, cuatro occidentales que gritan el derecho de insultar impunemente las religiones (¡oh, mira, en particular la nuestra!)… Y en el mismo país, ¡si uno que para un matrimonio es necesario un hombre y una mujer se corre el riesgo de ir a la cárcel! a convertirse, invita Francisco. ¿Cómo no darle razón?
Pero la cuestión es otra. El Papa es amado ‘independientemente’. Es el signo visible de la unidad de la Iglesia, es en la tierra Cabeza del Cuerpo de Cristo entre los hombres de nuestro tiempo. En él la Iglesia encuentra unidad, y es universal. Muchas confesiones cristianas no tienen el don del Papa y, dejadme decirlo, se nota. La comunidad se desmorona, la Tradición o se pierde o se momifica, la Iglesia se deteriora.
Santa Catalina, que es Doctora de la Iglesia –por tanto, ¡debemos aprender de ella!– ha llamado a sus Papas “dulce Cristo en la tierra”. Los suyos eran Gregorio XI y Urbano VI, ambos discutibles y discutidos. Baste pensar que bajo papa Urbano se produjo un cisma grave.. Pero Catalina los ha amado a los dos, los ha apoyado. Si los ha llamado a cumplir su deber, lo hizo porque fue encargada directamente por Cristo, y ella lo ha hecho de forma estrictamente privada, personalmente o con cartas, que se han hecho públicas después de la muerte de la santa y de los Papas. ¡No eran artículos de periódicos!
Frente a Pedro, también si él dijera o hiciera cosas que no nos gustan, tiene sentido sólo el respeto y la gratitud. De otra forma somos perfectos alienados. No se trata de ver quién tiene razón, sino de considerar los roles que Dios ha dado en la Iglesia.
También me pasa a mí que no siempre entiendo enseguida al Papa. Entonces, si se trata de algo importante, me pongo a escuchar con más atención, a leer otras intervenciones sobre el tema, porque no parece sana la idea de que yo tenga toda la verdad católica en el bolsillo y el Papa no. Si comenzara a decir estas cosas, quiero que por favor me lleven a una clínica…
Al final siempre estoy de acuerdo con el Santo Padre. He aprendido a comprender las preocupaciones, también si no siempre eran las mías, así se han convertido también en las mías. Pero, aunque si no fuera así, el Papa es el Papa. ¡Damos gracias al Señor por él, y rezamos por él!