Por: P. Antonio Rivero, L.C.
Ciclo B
Textos: Ez 2, 2-5; 2 Co 12, 7-10; Mc 6, 1-6
Idea principal: Testarudez e incredulidad ante el mensaje de Cristo.
Síntesis del mensaje: Las tres lecturas de este domingo nos presentan un panorama nada halagüeño y consolador: la incredulidad y la testarudez de tantos ante el mensaje de Cristo. ¿Dónde no experimentamos esto, sobre todo en esas tierras y naciones opulentas, materialistas, ahítas de sí mismas y cerradas a la trascendencia?
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el pobre profeta Ezequiel (1ª lectura) experimentó esa testarudez y rechazo ante el mensaje de Dios que él debía predicar. Es enviado a los israelitas, a los rebeldes de Israel, tercos y obstinados. Rebeldes por su apostasía e idolatría y también por su oposición contra Nabucodonosor, hecha realidad en la actitud de Jeconías y Sedecías en la de sus súbditos contra el rey de Babilonia. Pero Ezequiel es fiel a su misión y transmite las palabras de Dios, especialmente palabras de juicio, que Dios le entrega en un rollo y que él ha de comer y asimilar para hacerlas propias. El resultado de estas palabras de juicio será para el pueblo de Israel, lamentaciones, gemidos y amenazas (Ez 2, 10), pero para el profeta será algo dulce como la miel (Ez 3, 3). Esto manifiesta el implícito contraste de la obediencia de Ezequiel a la voz divina con la rebeldía del pueblo de Israel. Ezequiel es un auténtico mártir en el doble sentido de la palabra: testimonio y víctima. Pero él se mantendrá firme en la hostilidad y en el aislamiento que experimenta.
En segundo lugar, en el evangelio el mismo Jesús sufrió también esa testarudez e incredulidad en su propia tierra (evangelio); esa soledad y hostilidad. ¡Qué humillación! Él mismo se extrañó porque no se lo esperaba ni lo merecía. Predica en la sinagoga, pero lo único que consigue es que sus paisanos se pregunten de dónde le vienen esa sabiduría y esos milagros que dicen que hace. ¡Felices deberían estar y festejar que un grande profeta haya salido de su pueblo! Pero no, no fue así. Sus paisanos sufren de miopía espiritual; no ven nada de la grandeza de Jesús, cegados por sus mezquinas preocupaciones diarias. Por eso, no realizó muchos milagros entre ellos, pues no son números de circo para sugestionar a los curiosos y hacer gritar a los exaltados. No los hizo, no porque no pudiera, ya que era omnipotente, sino porque ese pueblo no estaba dispuesto a recibir la fe que le ofrecía. Ese pueblo no aceptó a un Dios con ropaje humano: detrás de ese hijo del carpintero se escondía el Verbo de Dios y el Salvador de la humanidad. ¡Piedra de escándalo fue Jesús para esos hombres incrédulos! Desde aquel día, Jesús callará en su pueblo. Si alguno piensa que en la vida todo es aplausos y vítores, que lea de nuevo el evangelio de hoy, para desengañarse.
Finalmente, también nosotros experimentaremos esta testarudez. Pablo así lo experimentó (2ª lectura): azotes, cárcel, amenazas, persecuciones. ¡Cuántas humillaciones sufren los padres de familia por parte de sus hijos ingratos! ¡Cuántas humillaciones pueden sufrir los trabajadores de sus jefes! Y en las parroquias, cuánta testarudez e ínfulas de soberbia de algunos que están al frente de los grupos. Dios seguirá diciendo lo que a Ezequiel: sigue hablando, aunque no te hagan caso. Si no te hacen caso, será responsabilidad de ellos. Debemos cuidar y acrecentar nuestra propia fe, y a la vez no cejar en nuestro empeño de ayudar a los demás también a crecer en la suya, sin esperar necesariamente frutos a corto plazo.
Para reflexionar: ¿Qué experimento cuando sufro testarudez y hostilidad a mi alrededor, por predicar y dar testimonio de mi fe en Cristo Jesús? ¿Me desanimo o, por el contrario, me crezco y pido fuerzas a Dios?
Para rezar: Medita estas palabras: “Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que seas exaltado en tu final. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en las humillaciones, sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación. Confía en él, y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, no sea que caigáis. Los que teméis al Señor, confiad en él, y no os faltará la recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes, gozo eterno y misericordia” (Eclesiástico 2, 1-22).
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org