La puerta cerrada nos hace daño, Jesús es la puerta que nos abre el camino hacia Dios

La LEV publica «Cruzar el umbral de la fe» (Varcare la soglia della fede), la carta del cardenal Bergoglio a la archidiócesis de Buenos Aires por el Año de la Fe

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«Encontrar cerradas las puertas» es una «entre las experiencias más negativas de los últimos decenios», mientras las «puertas que se quedan abiertas» son «símbolo de luz, amistad, alegría, libertad, confianza». Comienza con ese contraste la carta que el cardenal Jorge Mario Bergoglio dirigía a la archidiócesis de Buenos Aires por el Año de la Fe, desde hoy disponible en las librerías por la Libreria Editrice Vaticana.

La carta, con fecha del 1 de octubre de 2012 y titulada Cruzar el umbral de la fe (40 páginas, 5 euros) está precedida por una amplia presentación del arzobispo Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.

«La creciente inseguridad ha llevado poco a poco a bloquear las puertas -observaba el cardenal Bergoglio en un pasaje- a colocar sistemas de vigilancia, cámaras de seguridad,  a desconfiar de los extraños que llaman a nuestra puerta». Y continuaba: «La seguridad de algunas puertas blindadas custodia la inseguridad de una vida que se hace más frágil y menos sensible a la riqueza de la vida y del amor de los otros».

«La puerta cerrada nos hace daño, nos atrofia, nos separa», señalaba el cardenal antes de referirse al documento (Carta apostólica en forma de motu proprio Porta fidei) con la que Benedicto XVI invitaba: «Cruzar el umbral, dar un paso para tomar una decisión íntima y libre: nos empuja a entrar en una vida nueva». Superada esta puerta, se emprende «un camino que dura toda la vida», durante el cual se pasa «delante de muchas puertas», muchas de las cuales nos dirigen una invitación «tentador pero mentiroso a tomar camino», prometiendo «una felicidad vacía, narcisista y con fecha de vencimiento», o conduciendo a «encrucijadas» donde encontraremos «angustia y desconcierto».

«Jesús -recuerda el cardenal- es la puerta. Él, y solo Él, es y será siempre la puerta», que «nos abre el camino hacia Dios y como Buen Pastor es el Único que nos cuida a costa de su vida». Sigue una reflexión intensa a partir de la pregunta «¿en qué consiste el desafío de cruzar el umbral de la fe?».

Entre las distintas respuestas aparece la invitación a no caer en el «derrotismo paralizante», sino a «pensar de nuevo, aportar de nuevo, crear de nuevo, amasando la vida con la nueva levadura de la justicia y la santidad», y la exhortación a «acercarse a todo aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su nombre», a ser «Iglesia de las puertas abiertas no sólo para acoger, sino fundamentalmente para salir fuera y llenar con el Evangelio las calles y la vida de los hombres de nuestros tiempos».

«Cruzar el umbral de la fe» (“Varcare la soglia della fede») es la expresión que recurre más veces como estímulo a saber mirar más allá de las dificultades del momento, para abandonarse de manera confiada a la gracia de Dios» revela monseñor Rino Fisichella en su presentación de la carta pastoral del cardenal Bergoglio.

El arzobispo italiano subraya el importante valor metafórico de la puerta y el recurrir a esta imagen en las Escrituras, afirmando después que «uno de los datos más inquietante del momento actual es precisamente el cierre del hombre en sí mismo. Este cerrarse que alcanza incluso a la indeferencia y al rechazo en lo relacionado con Dios».

Sin embargo, es necesario «un examen de conciencia» para verificar «si nosotros primero hemos sido capaces de mantener viva la pregunta sobre Dios y se hemos utilizado el lenguaje apto para permitir que se comprenda en la urgencia de nuestra vida», en cuanto «una puerta abierta será capaz de hacer que otras puertas estén disponibles a la conversión».

El Año de la fe puede constituir entonces «una bonita oportunidad para transformar la existencia y permitir un nuevo encuentro con el Señor Resucitado». Es una cuestión de elección, en la cual «se  ve el gran desafío de nuestros días: dejarse amar. Eso significa no impedir a Dios que nos ame». Renunciar a cerrarse en uno mismo  es dejar espacio a la escucha del otro. Solo así el hombre se encontrará a sí  mismo», concluye Fisichella.

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ZENIT Staff

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