Patriarca Kirill. Foto: Azertac

La soledad del patriarca: Kirill de Rusia se queda solo en el mundo ortodoxo

El llamamiento de Kirill a todos los jefes de las Iglesias ortodoxas contra la prohibición de la jurisdicción rusa de la ortodoxia en Ucrania, sancionada por el Parlamento de Kiev, ha quedado sin respuesta. El metropolitano Tikhon ha sido enviado a Crimea, a la línea del frente más caliente, y muchos se preguntan si se trata de un nuevo castigo o de un reconocimiento a su figura, a nivel eclesiástico y político.

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Stefano Caprio

(ZENIT Noticias – Mondo Rosso / Roma, 23.10.2023).- Mientras el presidente Vladimir Putin trataba de consolarse con el «hermano mayor» Xi Jinping en Beijing, tras recibir algunas palmadas afectuosas de antiguos dirigentes soviéticos en Bishkek, el patriarca de Moscú Kirill (Gundyaev) ha puesto recientemente en evidencia el aislamiento en que se encuentra tanto dentro de la propia Iglesia rusa como en todo el mundo ortodoxo. La Verjovnaja Rada, el parlamento de Kiev, aprobó hace pocos días la prohibición de las actividades en Ucrania de la jurisdicción rusa de la ortodoxia, la Iglesia UPZ. El patriarca publicó entonces un sentido llamamiento «a todos los jefes de las Iglesias ortodoxas locales» y a una serie de otros referentes religiosos de todo el mundo, incluyendo algunas instituciones internacionales, para que “intervengan en apoyo de los fieles ortodoxos ucranianos”, pero no ha recibido ninguna declaración o promesa de ayuda.

Por otra parte incluso el guía espiritual de la propia UPZ, el casi octogenario metropolitano Onufry (Berezovski), se mantiene en una posición de doloroso distanciamiento y silencio, después de haber criticado duramente a Kirill por su apoyo a la invasión de Ucrania y haber aceptado posteriormente con espíritu de obediencia y sacrificio las decisiones de las autoridades civiles. Desde el año pasado la casi totalidad de los sacerdotes ucranianos de esta Iglesia han dejado de nombrar al patriarca moscovita durante las liturgias, aunque los vínculos históricos con Rusia se mantienen indelebles en el alma de muchos fieles y jerarcas, creando una ambigüedad difícil de sobrellevar tras casi dos años de guerra.

Onufry ingresó a la vida monástica en 1970, en la Lavra de la Santísima Trinidad, la misma donde Kirill celebra ahora su versión de la ortodoxia militante exhibiendo el antiguo ícono de Andrei Rublev, arrancado de la vitrina del museo donde se encontraba expuesto. Ambos se conocen desde los tiempos de Brezhnev, aunque Kirill, un año más joven, se encontraba entonces en su Leningrado natal, donde fue consagrado obispo antes de los treinta años. Su misión era dar testimonio de la «lucha por la paz» del régimen soviético en todos los foros eclesiásticos y diplomáticos del mundo y obtuvo reconocimientos y elogios incluso de los servicios de seguridad de la KGB. Onufry, en cambio, respetaba el silencio monástico en el que todavía está inmerso, y en los últimos años ha intentado buscar un equilibrio imposible entre los antiguos amigos rusos y los nuevos líderes de la Ucrania que mira a Occidente.

El patriarca arremete hoy de forma cada vez más radical contra los «nazis ucranianos» que obligaron a Rusia a «defender a los rusos del Donbass del genocidio» y, más en general, a resistir la hegemonía occidental en nombre de la verdadera fe. Hace pocos días, con motivo de la ceremonia de premiación del físico ruso Radij Ilkaev, Kirill llegó a decir que «Rusia sigue siendo un país libre e independiente gracias a las armas nucleares, creadas con la protección de San Serafín de Sarov», a lo que contribuyó “este gran científico que dirige un centro nuclear que es crucial para la existencia de nuestro país, muy cerca de las tierras del santo”. El centro al que se refiere el patriarca se encuentra en Arzamas, en la región de Nizhny Nóvgorod no lejos del monasterio de Diveevo, destino de las grandes peregrinaciones a los restos del santo, que fue canonizado por el zar Nicolás II poco antes de la guerra con Japón en 1904- 1905 para obtener inspiración patriótica.

Cuando se produjo el colapso de la URSS en 1991, Onufryj era obispo en Ucrania, su tierra natal, en la eparquía de Ivano-Frankivsk, y fue uno de los firmantes del pedido de autocefalia eclesiástica que acompañó a la declaración de independencia de Moscú de todo el país. Era el comienzo de la historia de Ucrania como Estado libre, y la Iglesia estaba dispuesta a acompañar a las instituciones civiles; el metropolitano de Kiev era Filaret (Denisenko), que ahora tiene noventa y cuatro años, quien había sido uno de los obispos consagrantes de Kirill y luego se opuso a él con una enemistad irreductible, personal e ideológica, que sin duda se puede catalogar entre las causas históricas y simbólicas del conflicto entre rusos y ucranianos. Kirill había apoyado en 1990 a otro candidato al patriarcado, Aleksij II (Ridiger), a quien él mismo sucedió en 2009, mientras que Filaret contaba con las garantías de los amigos de la KGB que hasta ese momento habían controlado la vida de la Iglesia rusa, gracias también a la colaboración más o menos forzada de los mismos jerarcas, empezando precisamente por Filaret y Kirill.

Cuando Filaret (Denisenko) se autoproclamó patriarca de Kiev en conflicto con Moscú, el manso obispo Onufryj fue uno de los que se mantuvieron fieles a la Iglesia rusa, que concedió a los ucranianos “leales” una cierta autonomía sin romper sus vínculos. Ese es el motivo de la actual decisión política de cerrar sus casi 12.000 iglesias en Ucrania, obligándolos a desaparecer o unirse a la nueva Iglesia autocéfala del metropolitano Epiphany (Dumenco), ex secretario de Filaret, quien ha quedado segundo plano como «patriarca emérito» junto con sus leales. El hecho de que Filaret y Kirill no se hayan reconciliado ha provocado una división tan profunda entre rusos y ucranianos, y también entre las distintas facciones internas de la Iglesia ucraniana, que ahora parece imposible recomponerla, y más allá de las decisiones legislativas y las soluciones bélicas, seguirá atormentando a los ortodoxos ucranianos durante muchos años.

Sin embargo, hubo algunos que hasta el último momento siguieron trabajando para encontrar un compromiso, pero en 2018 el Sínodo Patriarcal de Moscú expresó su condena de la autocefalia ucraniana sancionada por el patriarca Bartolomé de Constantinopla. Entre estos mediadores se destacó el metropolitano Tikhon (Shevkunov), quien entonces todavía era obispo vicario de Moscú y superior del monasterio de Sretensky que funcionaba en el edificio histórico de la KGB, en la plaza Lubyanka. Hoy Tikhon tiene sesenta y cinco años y es una de las figuras más destacadas de la Iglesia ortodoxa rusa, conocido como el «padre espiritual» del mismo Putin, escritor y director de cine, e hizo todo lo posible para evitar la fractura definitiva, convenciendo incluso al anciano Filaret para que escribiera una carta de conciliación al Sínodo, que fue devuelta despectivamente al remitente por Kirill.

El patriarca moscovita decidió entonces enviar a Tikhon lo más lejos posible y como no podía exiliarlo a alguna remota eparquía siberiana debido la gran influencia de la que gozaba, lo despachó a la metropolia de Pskov, en la frontera con Lituania, donde en su juventud Tikhon se había convertido a la variante de la “ortodoxia soviético-cristiana” y había ingresado al monasterio. Desde 2018 Tikhon (Shevkunov) ha seguido ejerciendo esta influencia desde lejos, e incluso ocupa el cargo de jefe del departamento patriarcal para la cultura, aunque mantiene un perfil menos destacado; si antes concedía entrevistas y publicaba libros y artículos a un ritmo incesante, desde Pskov se limitó a unas pocas apariciones y declaraciones, aunque estas siempre fueron muy seguidas por el gran público.

Ahora el metropolitano Tikhon ha sido enviado por Kirill a Crimea, en la primera línea del frente, y muchos se preguntan hasta qué punto se trata de un nuevo castigo o más bien de una promoción, a nivel eclesiástico y político. Mientras Kirill necesitaba demostrar su apoyo a la guerra de Putin, tras décadas de eslalom ideológico y diplomático, Tikhon mantuvo la calma e intervino lo menos posible, ya que nadie podía dudar de su lealtad. Como auténtico inspirador de su «hijo espiritual», ya desde los años ’90 Tikhon manifestaba públicamente su convicción sobre el «destino imperial de Rusia», justificándolo con reinterpretaciones históricas, teológicas y culturales de amplio alcance pero sin invocar guerras e invasiones como tantos otros “ideólogos de Putin”, incluyendo a Kirill.

El 18 de marzo de este año, en el «sagrado» aniversario de la anexión de Crimea, Tikhon apareció sorpresivamente junto a Putin durante una visita a la península, elogiado por el gobernador local Sergei Aksenov como «uno de los mayores intelectuales de Rusia», lo que despertó naturalmente un fuerte resentimiento en el alma del patriarca. Al despedirse de sus fieles en Pskov hace pocos días, en vez de proclamarse directamente como el «nuevo apóstol» de Crimea, el metropolitano describió astutamente su traslado como «exilio en las playas de Kolyma», comparando la región balnearia de Sebastopol con los campos de concentración estalinistas en los hielos del gran norte. Recordó también que algunos padres de la Iglesia como Clemente de Roma y Juan Crisóstomo fueron enviados al exilio en Crimea, y aseguró que «mi corazón queda en el monasterio de las Cuevas de Pskov».

La jugada de Kirill, como ha ocurrido a menudo durante su gobierno patriarcal, más que alejar a sus adversarios ha hecho aún más aislada y detestable su propia figura, y no contento con ello, tomó otra decisión muy controvertida: liquidar a otro metropolitano, Leonid (Gorbachev), a quien él mismo había respaldado en los últimos años confiándole numerosas funciones, sobre todo la de exarca de la Iglesia rusa para África. El exarcado había sido creado en diciembre de 2021, en vísperas de la invasión a Ucrania, como consecuencia de otra ruptura a nivel eclesiástico, en este caso con el patriarcado griego de Alejandría, que históricamente tiene jurisdicción sobre los africanos. Pero ahora Moscú lo considera cismático porque se alineó con Constantinopla en el reconocimiento de la autocefalia ucraniana.

Recientemente Leonid (Gorbachev) lamentó que ya no podría administrar las iglesias ruso-africanas como en los meses anteriores y por toda respuesta Kirill lo relevó sin explicar el motivo de la decisión. Sin embargo, todos conocen en Rusia las estrechas relaciones que unían al metropolitano, ex militar del Ejército Rojo, con la compañía Wagner de Yevgeny Prigozhin, que imponía su control en todo el continente negro antes de su muerte el pasado 23 de agosto. La destitución, por tanto, parece ser una alineación de Kirill con la superación por parte de Putin de los extremismos más belicistas, demostrando al mismo tiempo su sumisión al zar y su inconsistencia como guía espiritual, capaz de evocar guerras «metafísico-nucleares» pero no de gobernar verdaderamente su Iglesia, reduciéndola a un instrumento de los juegos de poder y de las ideologías del momento.

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Redacción Zenit

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