Por Nieves San Martín
MADRID, martes 11 diciembre 2012 (ZENIT.org).- En la Biblioteca Complutense de Madrid, la Academia de Doctores, y concretamente su sección de Teología, celebró este 5 de diciembre una mesa redonda con motivo de los cincuenta años del Concilio Vaticano II. El presidente de la Asociación Mariológica de España, padre Enrique Llamas, subrayó el papel de los teólogos españoles en defensa de la Inmaculada y su infructuoso esfuerzo por que se incluyera el nombre de san José en el capítulo VIII de la Lumen Gentium.
En la mesa redonda, intervino el carmelita Enrique Llamas Martínez, presidente de la Asociación Mariológica de España. El padre Llamas explicó algunos pormenores del debatido capítulo VIII de la constitución Lumen Gentium, sobre la Virgen María. “Nos llamaban inventores de verdades a los teólogos españoles”, explicó, por defender que la doctrina de la colaboración de María a la obra de la Redención es muy antigua y, concretamente en España se remonta al siglo IV.
Con un posterior animado debate, tuvo lugar esta mesa redonda en la Real Academia de Doctores de España, sobre el tema “A los 50 años del Concilio Vaticano II. Su actualidad ante la nueva evangelización”, a cargo de los académicos de número Enrique Llamas Martínez y Domingo Muñoz León y moderada por Juan José Ayan Calvo.
El mariólogo Llamas recordó, porque estuvo presente en Roma, durante las sesiones del Vaticano II, que el capítulo VIII de una de las principales constituciones que emitió esta magna asamblea eclesial del mundo entero, fue muy debatido. Abordaba la figura de María, la madre de Jesús. Llamas leyó algunos párrafos de este capítulo titulado “La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia”.
Sobre el papel de María en la Nueva Evangelización, el padre Llamas hizo hincapié en que se deduce de la doctrina del Vaticano II, y del papel que este sínodo universal atribuyó a la Madre de Jesús.
Recordó que, por el bautismo, todos los cristianos están llamados a la salvación, gracia, amistad con Dios que, en definitiva, es la vocación universal a la santidad. Y María descuella como la primera redimida, salvada, preservada.
“Tipo y figura de la Iglesia, María tiene toda esta santidad, predica no de palabra sino con el testimonio. Es el principio de la Evangelización para que la verdad del Espíritu Santo se haga salvación para todos”, afirmó el padre Llamas en su exposición.
Recordó el ponente algunas encíclicas y exhortaciones de Pablo VI que dan luz y actualidad a esta doctrina del Vaticano II. Subrayó que la devoción a la Virgen María auténtica, sometida a la devoción de Cristo, es el motivo más eficaz para la enseñanza del evangelio en el mundo.
Recordó el intenso debate que hubo en el Vaticano II sobre la colaboración de la Virgen a la obra de la redención. “Colaboró, todos tenemos una misión, bajo la inspiración del Espíritu Santo, y el ejemplo principal de esta colaboración se consagró totalmente a la persona de Jesucristo sirviendo con diligencia al Misterio de la Redención, con El y bajo El, con razón se ha llamado instrumento no solo pasivo, sino que cooperó a la salvación de los hombres con la fe y la obediencia libres”, subrayó el padre Llamas.
“A los teólogos españoles que habíamos defendido que desde el siglo IV, con el poeta Prudencio, ya se afirma en España que la Virgen no tuvo pecado original y colaboró a la obra de la Redención”, nos rechazaron, nos llamaron “inventores de doctrina”, principalmente los teólogos alemanes, recordó el padre Llamas.
“Tenemos toda una tradición y una riqueza de doctrina en los siglos XVI y XVII, en que se dice que ha colaborado con su Hijo a la obra de la Redención y por eso no podía estar bajo el pecado original”, añadió.
El poeta hispanolatino Aurelius Prudentius Clemens (Prudencio) nació en Calahorra, o en Zaragoza, en 348. Está considerado como uno de los mejores poetas cristianos de la Antigüedad. De familia cristiana y noble, fue profesor de retórica y jurisconsulto, y llevó a cabo una brillante carrera como funcionario imperial y gobernador de una provincia.
Viajó a Roma, entre 401 y 403, y allí desempeñó el cargo de prefecto bajo el mandato de Teodosio. Más tarde, hacia 400, se convirtió al cristianismo y se retiró a un monasterio, en Hispania, para dedicarse a la poesía religiosa, y allí murió hacia 410.
En su obra Psychomachia (Batalla por el alma del hombre), habla de los vicios y virtudes. La lujuria pone en peligro a la castidad con una antorcha recubierta de azufre, pero la castidad vence degollándola con una espada antes de celebrar la ejecución de Holofernes por Judith y la Inmaculada Concepción y la Encarnación.
Prudencio, casi contemporáneo de la gran persecución de Diocleciano, que tantos mártires causó en Hispania, al ensalzar con sus versos las glorias del martirio, pone en primer lugar las de la Virgen, llamándola Intemerata sin mancha y alabando la maternidad divina y su triunfo sobre el pecado original. Y así comienza una tradición inmaculista en España que siguió, por ejemplo con los reyes godos. Wamba mereció ser llamado por su celo en la defensa de esta prerrogativa “Defensor de la Purísima Concepción de María”.
El padre Llamas en su intervención leyó pasajes del capítulo VIII, el cual, en el número 59, dice: “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de su vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo”.
A una pregunta de ZENIT acerca de en qué medida la doctrina sobre María ha contribuido al ecumenismo, el mariólogo español respondió que la dificultad que hubo y hay en la Iglesia, a la hora de afirmar la doctrina sobre la Virgen, “se debe al ecumenismo”.
“El capítulo VIII estuvo muy condicionado por el ecumenismo”, dijo. “En el capitulo VIII no aparece san José”. “Dos arzobispos orientales, propusieron que se hablara de María como corredentora y mediadora. Que se corrigiera el capítulo para introducir el nombre de san José”. “Todo ello ha retardado el desarrollo de la teología mariana y de la teología sobre san José, que es una figura teológica, y que participa en el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios”.
“María no era una mujer soltera, era una Virgen desposada. El capítulo VIII debió tener la delicadeza de decir que la Virgen era Madre del Hijo de Dios y esposa virginal de san José”, subrayó el mariólogo carmelita.
“Un arzobispo de Haití (francés) presentó un trabajo diciendo que había un vacío enorme al no incluir a san José”, informó.
“En consecuencia, no se ha podido hacer una doctrina para la familia, a partir del Concilio, para dignificar la paternidad. Había más teólogos que se hubieran inclinado por esclarecer el Misterio de la Encarnación”, concluyó el académico y mariólogo Enrique Llamas.