SANTIAGO DE CHILE, viernes 28 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Los obispos chilenos hicieron pública este jueves su carta pastoral en la que analizan con audacia la realidad que vive Chile en este momento. Es una profunda reflexión sobre los actuales problemas de la Iglesia y la sociedad, y sobre la misión de anunciar a Jesucristo en este momento de la historia del país. Una reflexión efectuada por el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile. Una radiografía completa, desde el punto de vista eclesial, del país trasandino que no dejará indiferente a nadie. Reproducimos aquí una amplia síntesis del importante documento facilitada por el departamento de prensa de la Conferencia Episcopal chilena.
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S Í N T E S I S
El texto completo de la Carta Pastoral, las Fichas para Reflexión de Comunidades y material audiovisual de apoyo se encuentran disponibles en: www.iglesia.cl/cartapastoral2012.
I. Introducción
Dirigimos esta Carta Pastoral, en comunión con los Obispos de la CECh, para invitar a los fieles católicos y a los demás hombres y mujeres de buena voluntad a reflexionar sobre los actuales problemas de la Iglesia y sobre nuestra misión de anunciar a Jesucristo en este momento de la historia de Chile. Esto supone una profunda conversión de nosotros mismos y de la Iglesia, y al mismo tiempo escuchar el clamor de nuestro pueblo expresado en los movimientos sociales, contribuyendo a que se responda a sus justas demandas.
Quisiéramos ser escuchados por aquellos que pudimos haber ofendido, y también deseamos presentar el mensaje de Jesús a quienes tienen una mayor responsabilidad en la construcción de la sociedad. Esperamos que aquellos que se sienten marginados y excluidos del progreso escuchen nuestra voz como cercana, preocupada y como un motivo de esperanza.
II. Perdón y conversión: una Iglesia que escucha, anuncia la Palabra y sirve
Reiteramos con la más profunda verdad nuestra petición de perdón a quienes hemos ofendido. La Iglesia ha perdido credibilidad por nuestras propias debilidades y faltas. Estas, junto a nuestro retraso en proponer necesarias correcciones, han generado desconcierto. Se nos ha hecho difícil trasparentar al mundo de hoy el mensaje que hemos recibido. Nos preocupa que muchos lo perciban como una moral de prohibiciones y que no nos vean proponiendo un ideal por el cual valga la pena jugarse la vida.
Nosotros somos los primeros que debemos ser evangelizados. Debemos revisar nuestros comportamientos personales y las estructuras de la Iglesia: el modo de ejercer nuestro sacerdocio, las formas de participación, el lugar otorgado a los laicos y en especial a la mujer. Será preciso revisar nuestra predicación y nuestros sistemas educativos para ver qué valores transmitimos.
Nuestra pequeñez y los problemas que hemos tenido no pueden impedirnos anunciar el mensaje del Señor. Debemos volver a Jesús y reencontrarnos vitalmente con Él para hacernos sus verdaderos discípulos, sus seguidores. Esto significa ser y vivir como Él, haciendo nuestra las causas de los pobres, más débiles y marginados, porque esa es la causa de Dios.
Dar testimonio del amor de Dios y ser discípulos de Jesús, viviendo a su modo, no significa que debamos mostrarnos como dueños de esos valores, porque nuestro Dios está presente en todas las personas y en todas las cosas. Sólo desde la humildad, sencilla alegría y esperanza seremos testigos de Jesús. Por eso el primero debe hacerse el último y el que manda debe servir (Lc 22,26).
III. Cambios de nuestro tiempo: hechos que nos interpelan
a) Hechos positivos: el cambio como una gran oportunidad
Los cambios que vive nuestro mundo ofrecen hoy grandes oportunidades a la sociedad civil y a la misma Iglesia. Particularmente importante es el progreso de las comunicaciones, con nuevos modos de relacionarnos en una cultura globalizada y con una necesidad de transparencia que nos ayuda a enfrentar la corrupción y los abusos. Hoy contamos con mayores expectativas de vida, salud y niveles de educación. Hay mayor conciencia de la necesidad de salvaguardar los derechos humanos y la dignidad de la persona. La ciudadanía pide nuevos y mejores espacios de participación, y especialmente esperanzador es el nuevo papel que debe jugar la mujer en la sociedad. Estos avances nos impulsan a rechazar toda discriminación injusta que pueda derivarse de las ideas, la raza, el sexo o el dinero. Por otra parte, hay una creciente conciencia de preservar la naturaleza. En suma, vivimos un momento particularmente prometedor para la humanidad.
b) Hechos que crean malestares
La nueva cultura de la globalización engendra también profundos malestares. Nos preocupa la parcial y peligrosa cultura que excluye a Dios y que nos lleva a un camino muy deshumanizante.
1. Impresiona el profundo malestar ante el modelo cultural que ha impuesto la globalización. En nuestro país, diversas manifestaciones piden reformas; en particular un poderoso movimiento estudiantil y sectores significativos de algunas regiones que se sienten postergadas, no escuchadas, incluso engañadas. La Iglesia no puede permanecer ajena a esos clamores.
2. Chile ha sido uno de los países donde se ha aplicado con mayor rigidez y ortodoxia un modelo de desarrollo excesivamente centrado en los aspectos económicos y en el lucro, sin poner atención a sus consecuentes tensiones y desigualdades escandalosas entre ricos y pobres. Desde la centralidad del mercado extendida a toda la vida personal y social, la libertad económica ha sido más importante que la equidad y la igualdad. La competitividad ha llegado a ser el eje de todos los éxitos. Se ha pretendido corregir el mercado con bonos y ayudas directas descuidando la justicia en los sueldos, que es el modo de reconocer y dignificar el trabajo. Hoy escandalosamente en nuestro país muchos trabajan y, sin embargo, son pobres.
3. Lo anterior ha afectado el fondo de la vida familiar. Hablamos de un malestar ante el individualismo y la soledad. La participación en el consumo febril es más importante que la participación cívica o la solidaridad para la felicidad y la realización de las personas. Todo se convierte en bien consumible y transable, incluida la educación. Los menos favorecidos se sobreendeudan hasta lo inhumano para participar del producto del desarrollo, destruyendo por ese camino el bienestar familiar e hipotecando su futuro. Esta es una nueva forma de explotación que termina favoreciendo a los más poderosos y aislándonos.
4. Quienes ven imposible alcanzar su realización en los medios que la sociedad considera como signo de éxito, viven un profundo malestar existencial y fácilmente se refugian en la droga. Otros que aparentemente lo tienen todo y experimentan un vacío del cual tratan de huir, también llegan a la droga, rodeada de mundo de violencia y corrupción muy difícil de controlar.
5. El Estado ha quedado con las manos atadas para la prosecución del bien común y la defensa de los más débiles. En un país marcado por profundas desigualdades resulta extremadamente injusto poner al mercado como centro de asignación de todos los recursos.
6. Las movilizaciones sociales justas en sus demandas pueden poner en peligro la gobernabilidad sin adecuados canales de expresión, participación y pronta solución. La desigualdad se hace particularmente inmoral e inicua cuando los más pobres, aunque tengan trabajo, no reciben los salarios que les permitan vivir y mantener dignamente a sus familias.
7. En este contexto, el “lucro” desregulado, que adquiere connotaciones de usura, aparece como la raíz de la iniquidad, de
l abuso, de la corrupción y en cierto modo del desgobierno. En el ámbito de la educación el «lucro» es rechazado con mayor vehemencia. No podemos tranquilizar la conciencia centrándonos sólo en el lucro o culpando a la calidad de los profesores, que ciertamente tiene que mejorar. Vayamos más a fondo hasta la raíz del problema. Preocupa que en las universidades la formación de las élites esté centrada en su aporte a la productividad y en la eficiencia económica, y no en el sentido más profundo de la vida humana.
8. Una avanzada tecnología manejada por el mercado y orientada primordialmente al crecimiento económico, puede tener efectos gravísimos para la conservación de la naturaleza que es nuestro hábitat. Esto es grave en sí mismo; además destruye el futuro y es muy doloroso para las culturas de los pueblos originarios de nuestro país, que consideran a la tierra como a una madre.
9. Los cambios actuales han tenido consecuencias serias en la vida familiar. El rol educador de la familia está afectado. Preocupa la dificultad para mantener la estabilidad de la familia.
IV. Evangelizar la cultura: aporte cristiano para humanizar y compartir el desarrollo
Frente a esta forma de globalización, tenemos una doble misión: asumir sin miedos lo positivo que ella tiene, y al mismo tiempo promover que esa globalización sea corregida en sus limitaciones para que esté marcada por la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos. Queremos un país genuinamente desarrollado, más fraterno, con mayor esperanza, más libre, más feliz.
Es responsabilidad nuestra hacer actual, comprensible y creíble a nuestros contemporáneos el mensaje de Jesús, una Persona que nos mostró el rostro de Dios y su presencia en nuestra propia realidad, al mismo tiempo que nos hizo luminoso lo más profundo de lo humano. Esa revelación nos enseña un estilo solidario de relacionarnos, de entendernos, y amarnos.
Jesús nos ayuda a mirar el mundo desde los pobres y los excluidos; desde su propia realidad tenemos un mensaje de esperanza para ellos y para todos. Así podemos ver nuestros propios rostros y los rostros de los demás con mirada de misericordia y bondad. Les invitamos a releer el encuentro de Jesús con Zaqueo el publicano (Lc 19,10). Mientras todos evitaban el contacto con el pecador, Jesús se sentó a su mesa y la salvación entró en esa morada. Allí se hizo presente el perdón y la misericordia y Zaqueo entregó la mitad de sus bienes a los pobres[/b] y reparó con creces las injusticias que había cometido. El publicano pasó de la codicia a la generosidad, del egoísmo a la solidaridad, de la explotación al servicio.
[i]Lo esencial de esta Carta que compartimos con ustedes[/b]1. [i]Jesús nos ayuda a entender la centralidad y dignidad de la Persona Humana. La cultura centrada en lo económico tiende a devaluar a la persona, que se convierte en «capital humano», en «recurso», en parte de un engranaje educado para producir, competir y tener. La dignidad no se funda sólo en el ejercicio de la razón o de la libertad. Para un cristiano, la dignidad del hombre y de la mujer se funda en que ellos son imagen del Dios creador, nacidos del amor y para amar. Motivo suficiente para tratar al ser humano con sumo respeto desde su origen hasta la muerte. Hoy, cuando se nos valora por las competencias y el dinero, el cristianismo nos enseña a defender la dignidad humana sin condiciones. Por eso integramos al marginado, cuidamos del enfermo y damos valor al desvalido: porque son plenamente seres humanos. Por eso se nos invita a tener una proximidad real con el pobre, y proponer un humanismo que no lo margine, no lo explote, que respete su dignidad y derechos. Por eso nuestros hermanos y hermanas de los pueblos originarios tienen derecho a expresar, desde su perspectiva, el mensaje de amor, respeto, igualdad y paz que ofrece el Evangelio. Hagamos nuestras sus demandas justas que exigen reparar siglos de marginación e injusticia.
2. Jesús nos ayuda a darle sentido profundo a la vida. La cultura moderna nos ha llenado de medios y nos ha quitado los fines. Sin fines perdemos la orientación y carecemos de criterios para jerarquizar y elegir los medios. Se daña de raíz el ejercicio de nuestra libertad. Toda cultura que quiera generar seres libres, sujetos de la historia, debe proporcionar un fin por el cual valga la pena dar sentido a la existencia. Cuando tenemos un fin, un sentido, podemos enjugar nuestras lágrimas sin ocultarlas y superar los fracasos. Nuestra fe, basada en la resurrección de Jesucristo, nos hace comprender que al final está la puerta más importante, que nos permitirá encontrarnos con el rostro de Dios para vivir con Él. Entonces todos los caminos se encontrarán y adquirirán su pleno sentido.
3. Jesús nos ayuda a remplazar el individualismo por el amor y la solidaridad. Mientras el individuo es un ser separado de los demás, la persona vive en relación con los otros. Confundir persona con individuo ha creado una “sociedad de individuos”, donde cada uno compite, busca su éxito y se aísla. Vivimos masificados, pero en una soledad creciente y brutal. La fraternidad y la solidaridad pertenecen al núcleo de nuestra fe: somos por esencia sociales y no individualistas, y eso tiene muchas consecuencias, sobre todo en la educación. Una educación de calidad supone enseñar a vivir con los otros y para los otros, hablando de derechos pero también de los deberes de las personas. Aquí debe destacarse el papel de la mujer, sus innegables derechos y deberes, y la importancia de la dimensión femenina en todas las actividades humanas. Es necesario educar la dimensión de la sexualidad, convertida por la cultura actual en un simple objeto de satisfacción sin estabilidad ni compromiso. La sexualidad humana debe alcanzar su máxima dignidad como expresión privilegiada del amor y manifestación del don total y responsable entre personas.
4. Jesús nos ayuda a valorar el servicio y lo gratuito. En esta sociedad centrada en el lucro y a veces en la usura, donde todo es medido por el dinero, Jesús nos enseña que lo más humano no tiene precio, pero tiene máximo valor. Lo más humano no se compra ni se vende: se da y se recibe como un don, comenzando por la vida, la amistad y la alegría. Nadie puede comprar una sonrisa. Hoy parece más importante una factura comercial que una carta de amor. El pobre por ser pobre puede entender mejor esta dimensión esencial del cristianismo que es la religión de lo gratuito. El favor de Dios se da como un regalo; es Dios quien viene a nosotros porque nos ama. María ocupa un lugar central en nuestra devoción porque en ella queda de manifiesto que todo es obra de Dios, gracia, regalo. La gratuidad, el abrirse al regalo, a gozar lo que hay que gozar como un don, es de máxima relevancia en una sociedad que todo lo calcula, todo lo mide, todo lo pesa. ¡Qué bien nos hace promover una cultura del don y de la gratuidad! En un mundo donde los alumnos suelen entrar a las universidades para aprender y salir para lucrar, la idea es formarlos en un humanismo que les permita entrar para aprender y salir para servir, para entregarse a los demás, a su familia y a su sociedad.
5. Jesús nos ayuda a reencontrar la verdadera libertad. Queremos formar un hombre y una mujer libres, lúcidos ante los múltiples falsos ídolos, dictaduras, modas, presiones sociales, prejuicios, ideas e ideologías de turno. El supremo acto de libertad es el don consciente de uno mismo para que otros vivan; es hacerse responsable de sí mismo y de los otros. En un mundo masificado e individualista qué difícil resulta entender la libertad como posesión de sí mismo para entregarse por entero a los demás.
6. Jesús nos ayuda a enfrentar el dolor, la debilidad y el fracaso. La cultura individualista, exitista y competitiva que nos impone la globalización,
nos desarma ante el dolor físico, moral y espiritual, ante la soledad, la vejez, la enfermedad y la muerte. Una cultura tendrá fortaleza sólida cuando nos ayude a secar nuestras lágrimas sin eludirlas. Jesús en la cruz nos enseña a procesar el dolor, y su resurrección puede darle sentido al sufrimiento.
7. Jesús nos ayuda a dar dignidad al trabajo humano. El trabajo, tan esencial en nuestra vida, no puede ser jamás una mera mercancía que se transa en el mercado. La empresa moderna tiene que aprender que el ser humano participa en ella, no como un eslabón en la cadena productiva, sino como creador y sujeto. Por eso debe obtener en justicia los frutos de su actividad. No es comprensible que, con el nivel económico que Chile ha alcanzado, un trabajador con empleo estable esté bajo la línea de pobreza. Eso no es ético y no se condice con la dignidad humana. El salario ético es la consecuencia ética de la misma dignidad humana.
8. Jesús nos ayuda a vivir el pluralismo y fundar sólidamente nuestros valores. Más que nunca se hace necesario fundamentar nuestros valores, debilitados por el cambio de época, y no presentarlos como una especie de imposición determinista de la naturaleza, o como disposición de la autoridad, o como un residuo de la tradición sin ninguna relación con la cultura. Estamos invitados a formar nuestra conciencia para que sea razonable, libre, y a la vez responsable. Esto nos obliga a dar razón y justificar nuestros valores. Fomentar un sano pluralismo, hecho de respeto y no de silencios, nos ayuda a convivir y nos permite buscar con otros la verdad, profundizando en ella sin relativismos ni fundamentalismos. Un valor bien fundado nunca es relativo. El relativismo radical destruye todo compromiso y hace imposible la vida humana. Si todo da lo mismo, nada importa realmente. Sin una posición humilde ante la verdad, surgen los fanatismos, los fundamentalismos de toda especie y la intransigencia. Es importante para la credibilidad de la Iglesia dialogar hoy con las lógicas modernas, y en sus propios lenguajes, para comprender mejor el Evangelio, hacerse entender, y justificar lo esencial del mensaje cristiano que queremos transmitir.
V. Especial preocupación por la Familia y la Educación
Queremos que la Iglesia sea un apoyo a la familia en su insustituible misión de primera y más importante educadora. Para un Chile más humano, justo y solidario, debemos dar prioridad a la familia para que viva y transmita los valores del amor incondicional, respeto, solidaridad y espíritu de servicio. El sistema educativo debería apoyar a la familia en su labor de formación de la persona. Deseamos que nuestros colegios y universidades vivan en un clima de confianza, ya que sólo en una cultura de auténtica confianza se hace posible educar. Invitamos a las comunidades educativas a trabajar el contenido de esta Carta y fomentar una cultura de desarrollo integral, solidario y humano.
VI. Conclusión
Es necesario que las comunidades prosigan esta reflexión para llevarla a la vida en sus familias, escuelas, trabajo, parroquia y movimientos. Aprovechemos las posibilidades que nos ofrecen la cultura y los modernos medios de comunicación, las redes sociales y la tecnología. La Iglesia debe resituarse en el mundo con nuevas coordenadas, asumiendo una participación activa en asuntos de interés y debate público, como la acogida a los migrantes, la protección de los más vulnerables, la situación en las cárceles, la lucha contra la discriminación, la defensa y promoción de los derechos humanos, el combate a la deshumanizante drogadicción, las necesarias reformas a la educación, y en general los problemas que atañen a la vida social y política. A la Iglesia corresponde estudiar esos problemas y suscitar su reflexión en la sociedad, profundizar en ellos y confrontarlos a la luz del valor fundamental de la dignidad de la persona que nos enseña Jesús.
Estamos en un momento muy privilegiado de nuestra historia. Estamos refundando el país y esto es muy apasionante. La buena educación no consistirá sólo en acumular saberes sino también en tener una moral sólida que haga posible la participación y la convivencia ciudadana. Tenemos que humanizar ese desarrollo y compartirlo entre todos. Como Zaqueo, acojamos a Jesús en nuestra “casa”, para estar con Él. En Él debemos reencontrar nuestra credibilidad más que en nosotros. Nuestro testimonio transparente encarnará su Evangelio en el corazón de la nueva cultura. Que María nos ayude a hacer los cambios sin perder el alma, sin menoscabar nuestra identidad profunda. Y que nuestros santos Teresa de los Andes y Alberto Hurtado, y la bienaventurada Laura Vicuña, intercedan por nosotros para que amemos y sirvamos a Dios y a los hermanos como ellos lo hicieron. Para todos y todas invocamos la sobreabundante bendición del Señor.
EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE
(1) Mons. Ricardo Ezzati Andrello, Arzobispo de Santiago, Presidente; Mons. Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua, Vicepresidente; Mons. Gonzalo Duarte García de Cortázar, Obispo de Valparaíso; Mons. Horacio Valenzuela Abarca, Obispo de Talca; y Mons. Ignacio Ducasse Medina, Obispo de Valdivia, Secretario General.
Santiago de Chile, Septiembre de 2012.