Por José Antonio Varela Vidal
ROMA, martes 11 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Aunque la opinión pública mundial no le puso la misma atención a los XIV Juegos Paralímpicos, como sí a los Olímpicos, ambos desarrollados en Londres, hubo detalles que dieron lecciones de fuerza y entereza de quienes, aún con limitaciones físicas, son todos campeones: los que suben al podio y los que no. La mejor definición que leímos, la de una colega periodista, «Cuerpos quebrados, atletas íntegros».
En una competición sin ventajas, sin excusas y casi sin dopping (no faltaron también los de tipo ‘tecnológico’), los números hablan de 4.300 atletas, 164 países y 20 disciplinas deportivas. Otras cifras confirman que el equipo chino alcanzó el primer puesto, seguidos de los rusos y de los ingleses. Allí también hubo oro, plata y bronce por récords mundiales, habiéndose colgado algunos atletas hasta 8 medallas al cuello, como las nadadores australianas y estadounidenses; o las 6 de oro de un brasilero, también en natación. Y no faltará de esto y mucho más en los Juegos de Río de Janeiro 2016.
En una meditación alusiva a los Juegos Paralímpicos, el sacerdote y periodista Antonio Díaz se preguntaba, y con él todos: ¿Seremos capaces de amar algo fuera de lo hermoso y bello?
Son estos «otros» juegos, donde no hay las historias rosa de parejas, ni patrocinadores millonarios, ni transmisiones en directo de todas las cadenas televisivas, pero a ellos les da igual, siguen para adelante, no ven ni escuchan en lo real, ni tampoco se amilanan en lo espiritual.
Un trasfondo espiritual
Felizmente que los obispos de Inglaterra y Gales tuvieron un mensaje para esos días, y en medio de cronómetros y récords, invitaron a la reflexión sobre la dignidad y el potencial que cada persona lleva dentro de sí. Cómo no, la Iglesia, la experta en humanidad, no podía dejar de dar su palabra a estos hijos predilectos, a estos ángeles en la tierra como los llaman algunos, mientras otros no los quieren ni ver en una ecografía 4D…
Hay historias en estos Juegos acerca de atletas que, por esos golpes de la vida que son tan fuertes, no han podido participar más en aquellas carreras de autos, competiciones de vela o lanzamientos con puntería milimétrica con los que crecieron. Pero, sabiendo que «su lugar aún estaba allí», como dicen los obispos ingleses, se fueron a competir en la ‘fase B’. En una competición que si bien es más flexible, no es menos exigente.
Contaremos aquí solo un caso que nos sorprendió, pues son tantas las historias de coraje en estos Juegos que terminaron el domingo.
En los días finales, las cámaras de la televisión italiana Raisport transmitieron el momento en que la atleta italiana invidente, Annalisa Minetti, quien también es cantante y madre de familia, recibía una medalla de bronce por la carrera de los 1.500 metros. Y luego enfocaron a la reportera, también emocionada, que le hace la pregunta de rigor: «¿Cuánto vale para ti esta medalla?»
Una sonrisa, un pensamiento al cielo, y una verdad pétrea de la atleta que le sale del alma: «Mi verdadera medalla la llevo siempre conmigo, es Cristo», mientras saca debajo de su camiseta un crucifijo, que mostró más orgullosa que la de bronce, ganadas ambas con lealtad y constancia.