ROMA, lunes 9 julio 2012 (ZENIT.org).- «Ante las cuestiones graves que se presentan sobre el inicio y el fin de la vida humana, no basta indignarse y gritar», observa monseñor Claude Dagens, obispo de Angulema en esta reflexión titulada «Por el respeto de la vida humana desde su inicio hasta su fin», publicada en el sitio interner de la Iglesia católica en Francia y que publicamos con la amable autorización del portal y del autor.
«Decir ‘no al aborto, no a la eutanasia’ es legítimo, pero no es suficiente. Es necesario también poder dar cuenta de nuestra indignación y de nuestro sufrimiento ante actitudes o legislaciones que, en última instancia, no respetan la vida humana y la dignidad de las personas.
Hay que dar razones de combate pacífico que podemos llevar a cabo en estos campos tan sensibles», escribe monseñor Dagens antes de desarrollarlos:
1.- este combate por el respeto de toda vida humana es indivisible. Vale para el embrión en el vientre de su madre y para la persona anciana o enferma en fin de vida, pero vale igual para hombre y mujeres a los que se manipula como objetos en función de imperativos exclusivos de rentabilidad financiera o técnica.
2.- La vida humana, toda la vida humana, lleva en ella una especie de transcendencia concreta. está constituida por elementos biológicos, pero no se reduce a estos elementos: es portadora y reveladora ‘de un ser de espíritu’, de una realidad espiritual que nos sobre pasa. Para comprender este fenómeno, basta ser testigo de un nacimiento y ver a una mujer convertirse en madre, un hombre convertirse en padre, tomando en su brazos al niño que acaba de nacer. Y basta también percibir, en el rostro de una persona aparentemente inconsciente, una lágrima caer, una sonrisa esbozarse.
La vida humana, toda vida humana, lleva en ella un misterio, no un enigma a descifrar, sino un misterio, es decir una realidad no medible que se revela a quienes quieren mirar bien y ver más allá de las apariencias inmediatas.
3.- El hombre de la modernidad científica y técnica ¿debe considerarse como el amo del mundo? ¿Debe recurrir a leyes nuevas para justificar este dominio cada vez más grande?
Lo que está en juego entonces no son solamente opciones políticas, ligadas a opciones electorales. Es la concepción misma que nos hacemos de nuestra humanidad común. ¿Somos capaces de consentir a nuestra fragilidad constitutiva? ¿Estamos decididos a no aplicar las reglas de nuestra sociedad comerciante a lo que constituye nuestra dignidad humana?
El profesor Jean Bernard, que fue miembro de la Academia Francesa y que está enterrado en Charente, en un libro que se titulaba «El hombre cambiado por el hombre», se interrogaba ya, en 1976, sobre el progreso de la genética y de la neurología. Las cuestiones de los científicos no son diferentes de las de los hombres de fe como jean Vanier, cuando constata: «Nacemos frágiles, Morimos frágiles. ¿Aceptamos nuestra fragilidad?». Y presenta también esta cuestión decisiva: «¿Surpimiremos a los que nos interfieren porque no son conformes a las normas de nuestra sociedad de rendimiento?».
4.- estas cuestiones son inmensas. Exigen confrontaciones y debates razonables. La declaración reciente de la Academia Católica de Francia, de la que soy miembro, con universitarios competentes en el campo del derecho, la medicina, la biología y la filosofía, quiere contribuir a estos debates, subrayando la gravedad de las cuestiones presentadas: «Por motivos basados en la razón y la sabiduría la sociedad debe preservar, incluso en su legislación, el sentido trascedente de la vida. En efecto estamos situados ante una elección de civilización».